Legendborn (Legendborn #1)

—Pica.

—No te tenía por una quejica —murmura William mientras sus manos sobrevuelan mis antebrazos.

—No soy una quejica.

—Ajá.

Se inclina para ver cómo el último trozo de piel se cierra en una nueva cicatriz. Hace un giro con la mu?eca y el éter plateado que le recubre los dedos y mi brazo desaparece con un silencioso estallido.

—Esto servirá. Te despertarás sin cicatrices. Intenta mantener mis brazos en buen estado la próxima vez.

Llevo diez minutos inclinada sobre una bandeja de hospital plateada mientras él trabaja y agradezco volver a tumbarme en la cama bajo las mantas, pero el resto de los dolores hacen un repentino acto de presencia. Gru?o cuando apoyo la cabeza en la almohada. William emite un sonido suave y desagradable.

—Puedo usar el éter para curarte los moratones.

Enrojezco.

—?Los que tengo en el culo y la espalda? No hace falta.

Pone los ojos en blanco.

—Soy un profesional de la medicina. Al menos, lo seré pronto.

Estudio la carrera y además soy el descendiente de Gawain, ?recuerdas? —Agita los dedos—. Sanador por partida doble.

Ahueco la almohada en la que estoy apoyada.

—?Así que debería sentirme cómoda quedándome en bragas delante de ti?

—Nunca le diría a nadie con lo que tiene o no que sentirse cómodo —dice con una mirada pensativa—. Solo ofrecía un contexto. Si te sirve de algo, estoy felizmente enamorado y no me interesas.

Sonrío a pesar del agotamiento.

—?De verdad? ?Quién es la persona afortunada?

—No es un legendborn, eso seguro. —Se ríe con calidez—.

Salir dentro de la Orden solo trae problemas.

Eso capta mi atención.

—?Y eso por qué?

—?Líneas de sangre, juramentos, herencias? Elige la que más te apetezca. —Aparta la mesa y se apoya en la otra cama—. Salir entre pajes es sencillo. Entre escuderos se puede, pero es complicado. La misión de un escudero es proteger a su descendiente y ese vínculo es irrompible, sagrado. En batalla, un escudero no podría priorizar el bienestar de su pareja por encima del de su descendiente, y el Juramento del Guerrero es para siempre, incluso después de que el periodo de elegibilidad haya terminado y las herencias desaparezcan. ?Quién querría estar con alguien que ya está vinculado emocional y mágicamente a otra persona de por vida?

Hago una mueca.

—Suena horrible.

—Lo es. —Suelta un silbido—. Deberías oír los comentarios de celos que se sueltan en la Gala de Selección. Todo son rencores, cotilleos y drama en la Orden. Aun así, solo es incómodo e inconveniente. —Niega con la cabeza—. Las relaciones entre descendientes son algo totalmente distinto.

Me incorporo sobre el codo, ansiosa por saber más.

—?Por qué?

—Sesenta generaciones, más o menos, de gestionar las líneas de sangre. Es complicado. Los Regentes tuvieron que intervenir y establecer ciertas reglas. La ley de la Orden prohíbe el cruce de líneas de sangre, así que ni rozarse entre personas que puedan llegar a ser descendientes o cuyos hijos puedan llegar a serlo en la línea de sucesión. Si no lo prohibieran, habría bebés con dos, tres o hasta cuatro linajes correteando por ahí. Sería un caos rastrear quién será el siguiente despertado y cómo preservar la línea de sangre. Es más fácil para las parejas en las que el embarazo es una imposibilidad. Pero ?para las que podrían quedar embarazadas? Están jodidos. En el sentido menos divertido.

—Eso es…

—Horrible, lo sé. Aunque es una especie de fin’amor moderno.

El ideal medieval del amor cortesano y ennoblecedor que nunca se consuma. Un concepto muy romántico por aquel entonces. Pero ?hoy en día? Ha habido rumores de una pareja de descendientes en otra división que ocultó su relación. No obstante, los Regentes cuentan con espías en todas partes. Los pillaron. Los castigaron. — Frunce el ce?o en la última palabra.

Sé que, si le preguntara, me contaría lo que los Regentes hacen a las parejas que pillan. Sin embargo, el escalofrío que le recorre los hombros me dice que tal vez no quiera saber la respuesta.

Cuanto más oigo hablar de los Regentes y de lo mucho que se entrometen en las vidas de los comunes y los legendborn, más los odio. Nadie en la división los ha mencionado sin un toque de miedo, o al menos de deferencia, en la voz. Ni Nick ni Sel. Ni siquiera lord Davis ?Quiénes son esas figuras todopoderosas que guardan los registros de la Orden, controlan las líneas de sangre y sueltan a los merlines en el mundo como asesinos demoníacos e hipnotizadores?

Cambio de tema.

—?Qué hay de un descendiente que sale con su propio escudero?

—?Como Russ y Felicity? ?O Tor y Sar? —William hace un movimiento de duda con la cabeza—. Son relaciones que pueden funcionar. Eso sí, imagínate romper y estar unido a tu ex para siempre. No sé tú, pero yo preferiría tragarme mi propia espada de éter.

—Ah. —Es todo lo que digo.

—?Ah?, dice. —William levanta una ceja burlona—. Como si esto fuera una conversación casual y no tuviera nada que ver con su relación con un descendiente en particular.

—Calla.

Se ríe otra vez. Me gusta su risa. Hace que le salgan patas de gallo en las comisuras de los ojos grises.

Levanta las cejas con gesto divertido.

—Entonces, ?te curo el culo o sigues preocupada de que le eche un vistazo?

Suspiro y me agacho para quitarme los vaqueros.

—Puedes mirar si quieres. No estoy nada mal.

—?Ja! —dice—. Ya sabía yo.

Una vez estoy en ropa interior y boca abajo, William empieza. La sensación del éter en la piel tierna es celestial. Reprimo un gemido.

—?Sabes? —dice pensativo—. Aunque no estabas todo lo machacada que podrías después de enfrentarte a múltiples demonios, tus signos vitales eran un cuadro cuando te trajeron.

Al parecer, en algún punto del camino entre el cementerio y la logia, me desmayé. Nick me cargó el resto del camino y luego me bajó por el ascensor hasta la enfermería. Me desperté cuando Nick y William discutían si el aspirante a rey podía quedarse en la sala durante mi tratamiento. Cuando abrí los ojos, Nick refunfu?ó y dejó que William terminara de examinarme en paz. El sanador me limpió con una esponja la suciedad, me desinfectó las heridas y se puso a trabajar.

—Al principio, supuse que estarías en shock, pero eso no encajaba del todo. Presión arterial alta, aumento de los niveles de oxígeno, respiración superficial, pupilas dilatadas. Son síntomas comunes. Las reacciones ante el peligro son agotadoras y, después de una hora aproximadamente, los signos vitales vuelven a los rangos estándar. Sin embargo, tus cifras eran anormales. Pupilas contraídas, respiración lenta, ritmo cardíaco lento, temperatura corporal baja.

Me muerdo el labio inferior y recuerdo las brillantes llamas rojas alrededor de mis dedos y lo que Sel dijo de generar mi propio éter.

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