Hay gritos. Son míos.
Se me nubla la vista. Tiro de la mano hacia atrás, pero algo me atrapa la mu?eca, una costilla rota astillada. Tengo ganas de vomitar y la bilis me quema la garganta. Vuelven los gritos. Grito mientras trato de sacar el pu?o del cuerpo de otra criatura. Un icor verde y viscoso le brota del estómago. Tiro demasiado fuerte y es peor. La herida se derrama en mi pecho, pútrida y putrefacta, mientras su lengua se desplaza hacia un lado.
Un chillido furioso y un grito de zorro infernal rasgan el aire, pero estoy de espaldas y el demonio muerto que tengo en el pecho pesa mucho. Veo del revés cómo otro zorro corre hacia mí a una velocidad aterradora. Empujo el cadáver entre gru?idos y jadeos.
Sin embargo, antes de que me alcance, el extremo afilado y puntiagudo de una lanza de metal negro le atraviesa la garganta.
El zorro emite un gorgoteo y cae al suelo. Sel aparece a su lado y saca la lanza, luego utiliza toda su fuerza para atravesar el cráneo de la criatura con el arma. Deja de moverse. El merlín se apoya en el extremo de la lanza y respira con dificultad.
Me arden los ojos. El cadáver ahora rezuma éter. Se me escapa un gemido áspero y Sel levanta la cabeza. En medio segundo está a mi lado, con las manos en los hombros de la criatura.
—El otro —digo mientras lo busco angustiada.
—Muerto. Aguanta. —Frunce el ce?o mientras evalúa al zorro muerto y a mí—. No puede disolverse con algo vivo dentro. Tengo que quitártelo de encima.
Ahora me lloran los ojos y no sé si es por el éter o por las lágrimas. Creo que son ambas cosas. Tengo que toser dos veces antes de poder hablar, e incluso entonces la tengo ronca de tanto gritar.
—No puedo sacar la mano. No puedo…
Se arrodilla hasta que su cabeza está a la altura de la mía y me incorpora sobre el hombro para ver cómo estoy enganchada al zorro. De cerca, me fijo en que está sangrando por un profundo mordisco en la clavícula, apenas visible con la camiseta negra que ahora se le pega a la herida. Su magia de canela y whiskey fluye hasta mi cara. Me siento tan agradecida por el aroma que gimo e inhalo con ganas para enmascarar el hedor del zorro infernal.
—El agujero es del tama?o exacto de tu pu?o. Tienes que cerrar la mano —murmura Sel. Tira hasta que el pecho de la criatura se separa de mí y jadeo ante el alivio inmediato—. Cierra la mano.
No me muevo. Quiero hacerlo, pero… no lo hago. Gimoteo y niego con la cabeza.
Los ojos dorados de Sel se encuentran con los míos.
—Cierra la mano, Bree —dice con una voz sorprendentemente suave—. Yo haré el resto.
Le sostengo la mirada un momento. No sé si es por su tono amable nada habitual o por el hecho de que me haya llamado Bree por primera vez, pero asiento y cierro la mano derecha; grito cuando rozo con las u?as el corazón aún caliente. Sel se levanta y tira del zorro por los hombros hasta que mi pu?o en llamas sale del agujero humeante entre sus costillas. Cuando tengo la mano libre, se oye un ruido húmedo y un nuevo charco de icor verde oscuro cae entre mis piernas. Me arrastro hacia atrás y me llevo la mano izquierda, temblorosa, a la boca.
Sel deja caer el cadáver y, un segundo después de que toque el suelo, explota con un sonido desgarrador en una nube de polvo verde con forma de zorro. Detrás de mí, el otro zorro también explota, como si el éter lo hubiera desgarrado desde dentro.
El mundo vuelve a temblar y, de nuevo, me doy cuenta de que soy yo. Solo yo. Tiemblo de manera incontrolable. El pulso no se me ralentiza. Siento que va a explotarme el pecho junto con los zorros.
Me pongo de rodillas y vomito; jadeo hasta que la bilis ardiente me corroe la garganta y la lengua.
Sel se arrodilla a mi lado.
—Estás bien. Se ha acabado.
Se ha acabado.
Pero no estoy bien.
Me alejo a gatas de el vómito hasta que consigo girarme hasta quedar sentada, con los brazos apoyados en las rodillas dobladas.
Mientras me limpio la boca con un trozo limpio de camiseta, observo a Sel, que me mira.
Me recorre la cabeza, los hombros, los brazos.
—Se está desvaneciendo.
Miro hacia abajo y tiene razón. La luz carmesí del antebrazo y el pu?o se atenúa. El icor apelmazado en mis nudillos se quiebra y se desmorona entre mis dedos. Después de un rato, solo quedan unas pocas motas negras.
—Actúa como un escudo —comenta Sel, con la voz más llena de asombro de lo que jamás le había oído—. Elimina la sangre del zorro.
Tiene razón. Cuando el brillo rojo se va, también se desvanece el resto del líquido. Sacudo la cabeza, sin creerme todo lo que ha sucedido.
Parece que a Sel le pasa lo mismo. Se levanta, con una expresión demasiado confusa para ser acusadora.
—?Qué eres?
Nos miramos un rato en silencio hasta que oímos los gritos.
—?Bree!
—?Sel!
—?Bree! ?Sel!
Reconozco las voces. Evan. Tor.
—?Los he encontrado! —grita Evan.
Me vuelvo desde mi posición sentada justo cuando el escudero salta el muro y corre hacia donde estamos acurrucados. Una figura de pelo rubio pasa junto a él más rápido de lo que el ojo humano puede seguir, y de repente Tor está de pie junto a nosotros.
Sel también nota la velocidad.
—?Has…?
—?Despertado? —termina Evan—. Sí. Tor cayó hace una hora.
La llevamos de vuelta a la logia y llamamos a todo el mundo, pero vosotros no aparecíais.
—?Y ya estás en pie como si nada?
—William cree que es cosa del metabolismo. —Tor sonríe, pero entonces se da cuenta de lo que hay en el suelo a nuestro alrededor y se fija en cómo estoy sentada—. ?Qué demonios ha pasado aquí?
Evan también se percata de los montones verdes que se desvanecen.
—?Es eso polvo de sombríos?
Una nueva voz grita desde más allá del muro.
—?Los has encontrado?
Al oír a Nick, Sel retrocede un paso. Sigo el movimiento y cruzamos las miradas. Su rostro pasa en tiempo real del asombro y algo que solo soy capaz de interpretar como preocupación, a la sombría neutralidad de un soldado en guerra. Así, sin más, el Selwyn Kane de hace unos segundos queda enterrado bajo la piedra como un secreto que se llevará a la tumba.
—?Eh! —Nick salta el muro y corre hacia nosotros con un alivio evidente, tanto por mí como por Sel. Sarah lo sigue de cerca—.
?Estáis bien los dos? No sabíamos dónde diablos estabais. Luego llamaron a Tor y… —Nick se detiene al ver mi brazo ensangrentado —. No.
Está a mi lado en un instante. Con dedos suaves, busca mi mano izquierda. Cuando le da la vuelta, sisea al verla. Los cortes son largos y profundos, van desde el codo hasta la mu?eca, y la tierra y los guijarros se adhieren en el lugar donde el brazo presionó la tierra. No me había dado cuenta.
Tor maldice en voz baja y Sarah y ella comparten una breve mirada. Me muevo para levantarme, pero mis rodillas no cooperan.