—?Por qué haces esto?
—Porque estoy cansado, Briana. Cansado de tus mentiras de sombrío y de lo que debes haberte divertido a nuestra costa. Infiltrar a tus hermanos en nuestro juramento, enviar a la serpiente a por Nicholas delante de mis narices, participar en nuestras pruebas. — Con cada lento paso hacia adelante, sus rasgos se vuelven más amenazantes y sus ojos más salvajes, hasta que se parece más al constructo del sabueso infernal que a sí mismo. Parece más demonio que humano—. Ambos sabemos que no te importa nuestra misión. Se te nota en la cara.
—?No es cierto! —grito.
La expresión de Sel es de molestia y fastidio.
—?Más mentiras? ?Incluso ahora? —Se arrodilla frente a mí, con el labio superior curvado en una mueca—. Sé que viste al isel antes de la iniciación. Los dos sabemos que el primer juramento no funcionó, que te deshiciste de nuestro compromiso sagrado como si nada. Como si no tuviera ningún valor para ti, menos valioso que la basura.
Tiemblo. ?Cómo lo sabe? ?Cómo…?
Se ríe por lo bajo ante mi confusión.
—?Crees que no reconozco mis propios conjuros o que no noto su ausencia? —Se acerca para susurrarme al oído—. Los siento, Briana. Todos los juramentos que hago. —Me recorre la cara y la garganta con la mirada—. Y no siento nada de mí en ti.
—?Aléjate de mí! —Lo empujo con fuerza con manos temblorosas y se ríe mientras se balancea sobre los talones. Me pongo en pie, pero el sabueso sigue ahí, con las mandíbulas babeantes junto a mi hombro.
Sel se levanta.
—Nicholas necesita saber quién eres antes de que tenga que ascender al trono y lo ridiculices. William, Felicity, Russ, Sarah…
Todos opinan que podrías ser una de nosotros, cuando los dos sabemos que no perteneces a ningún sitio.
Siento que tiemblo. No solo por lo que ha dicho de Nick y los demás, sino por las últimas palabras.
?No perteneces a ningún sitio?.
Después de todo lo que me ha pasado, todo lo que he hecho para llegar hasta aquí, para acercarme a la verdad del asesinato de mi madre, esas palabras rompen algo dentro de mí.
Empiezo a apretar las manos a los lados, las cierro y las abro.
Siento las puntas de los dedos a punto de estallar, como si tuviera un globo bajo la piel que quisiera expandirse hacia fuera y explotar.
Miro al sabueso de Sel y pienso en echarle fuego a la cara del monstruo y ver cómo arde. Reírme de su dolor, porque sería insignificante al lado del mío. Miro a Sel. Veo su confianza en su misión ancestral y su ansia de acabar conmigo.
Tal vez no conozca a mis propios antepasados, pero después de ver a Mary, Louisa y Cecilia, lo único que quiero es demostrarle que no es el único con poder en las venas.
—Nick tenía razón —digo con una voz grave que apenas reconozco—. Los merlines son monstruos. Eres un monstruo.
Abre los ojos de par en par y aprieta los labios en una fina línea de rabia. No sé qué horrible comentario pensaba soltar a continuación, porque no tiene oportunidad de responder.
Un estruendo en el bosque atrae nuestra atención. Un aullido grave. Un ladrido alto y penetrante, y luego otro que resuena en el patio cerrado.
Sel frunce el ce?o.
—?Qué has hecho? ?Has pedido refuerzos?
—?No he hecho nada, gilipollas! —siseo.
Al igual que él, no aparto la vista del cementerio.
No tenemos que esperar mucho.
Tres pesadillas andantes surgen del bosque y saltan por encima del muro de piedra. Tres zorros enormes que despiden éter verde como si fuera vapor por los lomos escamosos.
Son sombríos de verdad. No son constructos. No son una ilusión. El sabueso de Sel se disuelve hasta que no es más que polvo plateado.
—?Cedny uffern! —masculla. Se desliza hacia atrás en posición de combate—. ?Detenlos, uchel! Si me matas, nunca te acercarás a Nicholas. Todos tus esfuerzos serán en vano.
—?No son míos! —protesto.
Las criaturas semicorpóreas bajan de un salto al suelo y recorren los tres metros de distancia con facilidad. Los zorros ladran, gru?en y se nos acercan con las largas patas y las colas de rata peladas ondeando tras sus cuerpos.
—?Te he dicho que los detengas!
—?Yo no he hecho nada!
—Briana…
—?Por favor, Sel!
Aprieta la mandíbula mientras me estudia con atención y una duda auténtica causada por mi súplica se debate con la furia en sus ojos. Hay un destello de éter blanquiazul y empieza a murmurar mientras el éter fluye deprisa hacia sus manos. Se acumula en globos que rotan en sus palmas. Después, se expanden y alargan hasta formar dos lanzas que se endurecen hasta convertirse en armas cristalinas, densas y pesadas.
En lugar de retirarse, los zorros chasquean las mandíbulas con avidez al verlas.
—?Qué hacen? —jadeo, pero la atención de Sel esta puesta solo en los demonios.
De repente, los tres zorros infernales sueltan unos gritos espeluznantes; el sonido rebota en el patio y zumba una y otra vez hasta que tengo que cubrirme los oídos de dolor. Entonces comprendo que no es un grito.
Es una llamada.
Sé que los sombríos usan el éter para volverse sólidos, pero nunca lo había visto antes. El éter de las armas de Sel se deshace y fluye por el aire hacia sus bocas abiertas como un arroyo que desemboca en un lago. Sel jadea y aprieta los pu?os para aferrar las lanzas, pero es inútil. Las armas se disuelven ante nuestros ojos hasta que no tiene más que aire entre los dedos. Los zorros titilan, pero el éter azul plateado que ha llamado se vuelve verde cuando los alcanza. Sel ya se ha puesto a convocar otra tanda de éter, pero los zorros gritan de nuevo y lo absorben antes de que le dé tiempo a formar nada en las palmas. Ruge y maldice mientras le roban su poder; lo desvían en cuanto consigue hacerlo aparecer.
El agudo ardor de su magia llena el aire. Los zorros lo chupan todo y lo aprovechan para crecer y fortalecerse. El éter se ensancha desde el interior de sus cuerpos y los hincha hacia fuera hasta que se oye el sonido de la piel al partirse. De las aberturas rezuma un icor verde oscuro y maloliente que me revuelve el estómago. Sel empieza a convocar una tercera tanda de éter para fabricar un arma contra ellos, pero pronto serán corpóreos y visibles para cualquier común que pase.
—?Para! —grito—. ?Lo están usando para hacerse corpóreos!
No me hacía falta gritar; Sel también se ha dado cuenta de que sus esfuerzos serán inútiles. Tiene una mueca feroz por la frustración y gru?e a las criaturas con los caninos al aire.