Legendborn (Legendborn #1)

Cada vez que echo un vistazo por encima del hombro, Sel está allí, una figura silenciosa que se funde con las sombras en un momento y se ilumina por la luz dorada en el siguiente. Creo que lo oigo reírse, pero el sonido se lo lleva una ráfaga que me lanza a la cara tierra y ramas.

—Nunca he hecho da?o a Nick, así que ?por qué sigues pensando que soy un sombrío? —No sé por qué lo pregunto. Tal vez porque, como voy a la cabeza, no tengo que mirarlo a la cara.

—Eres inmune al encanto.

—No es cierto —replico mientras subo por una colina especialmente larga.

—Mentiras. —No pierde ni un segundo—. Esgrimes la Visión con demasiada facilidad para alguien que la ha recibido hace poco.

Viste al isel en la cantera. —Eso me sorprende, pero no doy muestra de ello. Sube la colina a grandes zancadas con una facilidad frustrante y, cuando llega a la cima para mirarme y a la moneda de Nick que llevo en el pecho, hay un destello de desprecio en sus ojos—. Y has engatusado a Nicholas.

Tartamudeo mientras el calor me sube por las mejillas y me guardo el collar.

—?Qué? ?Engatusado? Yo no… él… Eso no…

Sel levanta una ceja oscura. Es un halcón curioso, que observa a un ratón frenético que no sabe qué hacer.

Suelta un sonido suave y despectivo desde el fondo de la garganta. No parece querer oír nada más sobre Nick ni ningún tipo de engatusamiento, así que me doy la vuelta y bajo la colina hacia la siguiente sección de tumbas.

—Además, está el momento de tu aparición —comienza y me sigue—. Es demasiado conveniente. Los demonios atraviesan las puertas a un ritmo cada vez mayor, no solo en nuestra división, sino también en las demás que se encuentran en las universidades de la costa. Es casi inevitable que la Mesa se reúna, pero Nicholas es vulnerable. Simbólico. Si le ocurre algo antes de que Arturo lo llame y reclame su legítimo título, la Orden se sumirá en el caos.

Recorro los caminos en busca de la tumba en la sección más antigua.

—Creía que odiabas a Nick.

Sel se coloca a mi altura.

—Las preocupaciones insignificantes de la infancia de Nicholas y sus problemas con su padre nunca han sido más importantes que la misión de la Orden. Debería haberse preparado para la llamada en lugar de protestar por su deber.

Dejo de caminar.

—No creo que el hecho de que encantaran a su madre hasta el punto de no recordar a su propio hijo sea una ?preocupación insignificante?. Solo quería protegerlo.

—Intentó secuestrarlo. —Me mira, con el tono uniforme y los ojos opacos—. La línea es la ley.

Niego con la cabeza, asqueada.

—Increíble.

Lo esquivo y sigo por el sendero. Agradezco que, al menos, deje de hablar y me permita buscar la tumba en silencio. Un pesado aleteo interrumpe el crujido de mis pasos mientras piso las hojas y la Festuca amarillenta, muerta hace tiempo por el calor del verano.

Me vuelvo para se?alar la sección de la tumba a Sel, pero ya no está. El camino detrás de mí está vacío.

—?Sel?

Solo me responden la quietud y el viento. La duda me contrae el estómago.

Un gru?ido grave detrás de mí rompe el silencio. No me vuelvo.

No me hace falta.

Corro.





29

Me lanzo a correr a toda velocidad en cuestión de segundos. El sabueso infernal de Sel es rápido y oigo su pesada respiración detrás de mí, cada vez más cerca y más alta. Las garras ara?an las tumbas de piedra. Llego a la sección de las lápidas y zigzagueo entre ellas, con la esperanza de ser más ágil que la criatura.

Nunca he corrido tanto en mi vida, pero sigue sin parecerme lo bastante rápido.

—?Revélate, Briana! —La voz de Sel, burlona y divertida, me llega desde algún punto elevado. Salto por encima de un muro y una lápida, luego otra más, y corro hacia la zona de mausoleos.

Ya casi he llegado. Veo los tres edificios bajos con puertas a un patio central. Si consigo entrar en uno… Acelero y obligo a mis piernas a esforzarse más. La voz de Sel sigue el ritmo. Grita desde un árbol justo por encima de mi hombro.

—?Abandona el enga?o!

Justo después de saltar un murete de piedra y con el patio al alcance de la mano, el sabueso decide que es el momento de actuar. Oigo un gru?ido, como si lanzara todo el cuerpo al aire.

Cambio de rumbo, tropiezo con una tumba y salgo volando hacia delante; derrapo por los ladrillos del patio sobre el estómago y las manos. El sabueso aterriza de cabeza contra un mausoleo y su cráneo cruje contra la pared de mármol.

Para cuando me pongo en pie sin aliento, ya se ha recuperado, así que, cuando me vuelvo, lo veo por primera vez.

El sabueso de Sel tiene el mismo aspecto que el primero que vi, pero es mucho más grande y totalmente corpóreo. Destila ondas de éter plateado brillante. Los detalles que había pasado por alto antes están más claros ahora, incluso en la penumbra: el largo hocico con la nariz acampanada y puntiaguda como la de un murciélago. Sel lo ha dotado de unos ojos inyectados en sangre como los de los sombríos, oscuros y de un rojo imposible. No puedo apartar la vista; apenas me atrevo a moverme por miedo a que, cuando lo haga, me ataque.

Retrocedo un paso y mi talón choca con algo duro, vertical y liso. Otro mausoleo. Sin mirar, sé que la puerta está lejos de mi alcance. Las únicas vías de escape están entre las esquinas de los edificios y el cuarto lado abierto por el que acabo de entrar, el lado que el sabueso loquea ahora con su enorme cuerpo.

Gru?e y chasquea las mandíbulas empapadas de saliva, no sé si con deleite o furia. Se inclina hacia delante, con las orejas levantadas. El corazón se me acelera y la sangre me late en los oídos.

—?Haz que pare, Sel!

Se deja caer en silencio junto al constructo. Aterriza en cuclillas y se levanta con una sonrisa de satisfacción.

—Justo lo que pensaba. Una cobarde y una mentirosa.

El sabueso infernal de Sel me mira, con la boca abierta en una sonrisa perruna.

—?Detenlo! —Aprieto la espalda contra la pared.

Sel cruza los brazos en el pecho, con el placer dibujado en su rostro.

—Cuando un verdadero sabueso infernal detecta un olor, nunca abandona su presa. La única forma de detenerlo es matarlo. Por mucho que desprecie a esas bestias de las sombras, he descubierto que a mí me pasa lo mismo. Así que he decidido darte dos opciones finales: revela tu verdadera forma o mátame.

—?Me has tendido una trampa! —La adrenalina y la rabia me recorren las venas—. Planeaste atraparme aquí.

Gru?e, como si tuviera que corregir a un estudiante un poco denso.

—Por supuesto. Debo admitir que me inspiró lo que dijiste ayer en la enfermería de William. Tenías razón, todo este rollo del gato y el ratón empezaba a cansar.

Me arriesgo a dar un paso hacia adelante, pero el sabueso da una dentellada. Caigo al suelo ante la pared de ladrillo.

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