—?Cómo sabes que no son miembros de la Orden?
Al bajar las escaleras del sótano, llegamos a un largo pasillo de salas de ensayo idénticas, cada una con un piano vertical y una silla.
—?No podrías hacerme una se?al secreta con la mano o algo así para se?alarme la habitación que busco?
—Solo he creado los objetos. Los demás los han escondido. No tengo ni idea de cuál es la sala correcta.
Esboza una sonrisa de satisfacción. Le devuelvo la mirada.
Entramos en cuatro salas en silencio. Levanto las tapas de los pianos, me agacho para buscar debajo de los instrumentos y los bancos correspondientes. En cada una, el aire está viciado y Sel está demasiado cerca para sentirme cómoda. La presencia del mago del rey, incluso en el amplio pasillo, hace que todos los espacios me resulten demasiado peque?os, demasiado angostos.
En la última sala de la izquierda, la veo. Una simple taza de piedra brilla en la oscuridad bajo la pata trasera de un piano. No me molesto en ocultar el alegre sonido que se me escapa cuando me apresuro a agarrarla. Sel se apoya en el marco de la puerta y me observa.
Examino la taza que tengo en la mano. La luz palpita a un ritmo lento.
—?Por qué palpita así?
—El éter es un elemento activo. Tengo que mantener la forma.
—Se vuelve y camina por el pasillo—. Has pasado veinte minutos buscando un objeto. Más vale que te des prisa si no quieres acabar entre los dos últimos.
Me guardo la taza en la mochila y corro para alcanzarlo, con curiosidad aunque no quiera.
—?Mantienes los cuarenta objetos? ?Ahora mismo?
Sel se pasa los dedos por el pelo y suspira con impaciencia.
—Los creé todos a la vez, pero los siento a distancia y puedo reforzarlos si esto se alarga más de un par de horas.
—Espera, ?qué? —Me detengo en el pasillo—. ?Puedes manipular el éter a distancia?
—Sí. —Gira sobre los talones—. ?Vienes o qué?
Niego con la cabeza mientras trato de imaginar el esfuerzo que supone estar pendiente de cuarenta cosas, y más de cuarenta invocaciones, sin mencionar a los sabuesos infernales. No sé lo que se siente al hacer magia, pero lo que ha hecho esta noche suena impresionante. Imposible. Las dos cosas.
—Se te pasa el tiempo. —Me mira incrédulo—. ?O prefieres interrogarme y rendirte?
Lo alcanzo de nuevo y corremos por el edificio hasta la salida.
*
Consigo otros cinco objetos de la lista sin muchos problemas, y sin toparme con ningún sabueso. El único que me cuesta un poco es el de los libros. Para llegar a la planta sin ?ni un solo libro a la vista?
tuve que encontrar una puerta muy bien escondida que conducía al techo en el octavo piso de la biblioteca.
No me gustan mucho las alturas.
También tardé veinte minutos en encontrar el joyero dentro de un tubo de ventilación. Sel, por su parte, se mantuvo ocupado paseando por el borde de ladrillo elevado de diez centímetros de ancho del tejado, en perfecto equilibrio. Mientras silbaba.
No dejo de esperar que salte, me agarre o intente matarme de nuevo, pero parece contentarse con verme sufrir con los acertijos y correr de una punta a otra del campus. Es desconcertante. Nunca he pasado tiempo con él sin que haya habido amenazas, hipocresías o intimidaciones.
Una vez fuera, compruebo la mochila; el joyero, la taza del piano, una linterna de la fuente que hay frente al edificio de la escuela de posgrado, una llave metálica diminuta muy difícil de encontrar que habían colado entre un par de ladrillos del edificio de periodismo y una vela escondida en el hueco de los brazos de una estatua.
Levanto la vista y me encuentro a Sel estudiándome de nuevo, como si esperase que fuera a convertirme en demonio por accidente.
—?Dónde están los sabuesos? —pregunto y se encoge de hombros.
—Los he creado, pero les he dado un empujoncillo extra para que sean más independientes. Sentí uno antes cerca del Campus Y, pero no captó tu olor.
—Encantador —digo en voz baja—. ?Pensabas advertirme de que un sabueso sediento de sangre estaba cerca?
Se burla.
—?Por qué iba a hacerlo?
Gru?o y miro la lista en busca de otra pista.
—?Fui el primero y mi descanso es el más antiguo, en eso no hay debate?. —Me muerdo el interior de la mejilla.
Sel, encaramado a uno de los muchos muros bajos de piedra que rodean el campus, me observa con los ojos entrecerrados mientras descifro el acertijo. Estoy segura de que los ha resuelto todos antes que yo y disfruta al no decirme las respuestas.
Miro el reloj. Me queda una hora, estamos en medio del campus y no sirve de nada caminar hasta que averigüe adónde ir.
Voy de un lado a otro y los ojos de Sel, que brillan en la oscuridad, siguen mis pasos.
—?Fui el primero y mi descanso es el más antiguo, en eso no hay debate?. Con la suerte que tengo, será alguna paparrucha medieval superoscura.
A Sel se le escapa una ronca carcajada y los dos parpadeamos sorprendidos por el genuino e incontrolado sonido. Suena a alguien que no está acostumbrado a reír. Creo que nunca le he oído expresar nada que no fueran dardos certeros, una irritación hirviente o un sarcasmo seco. Debe de captar lo que pienso al mirarme, porque su expresión se vuelve pétrea en un instante. Es como si se hubiera activado un interruptor en su interior.
Me acerco al borde de la pared, a unos metros de él, y miro hacia el campus. Empiezo por la izquierda y sigo la línea de edificios que tenemos delante con la mirada. El comedor de una planta, la imponente biblioteca que resalta el horizonte y la torre del reloj que marca las tres y media.
Miro de nuevo a la izquierda de la torre.
—?Fui el primero y mi descanso es el más antiguo, en eso no hay debate?.
—Aunque es bastante poético, no es un hechizo, Matthews. — Sel se acerca y las sombras se adhieren a su figura mientras se desliza entre ellas—. La repetición no aclarará el significado.
—Cállate. —El ojo izquierdo le tiembla en un reproche silencioso.
Tengo la sensación de saber dónde está el siguiente objeto, pero no estoy preparada para ir allí. Me parece demasiado pronto.
Pero ?qué otra opción tengo?
Suspiro y le hago un gesto para que me siga.
—Vamos.
*
?El primero fue un joven de DiPhi que se enterró a finales del siglo ?.
Es lo que me dijo Patricia. Gracias a Alice, sé que DiPhi es la sociedad de debate más antigua del campus. Ojalá le hubiera pedido a Patricia que me se?alara la lápida durante el día, porque buscarla de noche es como buscar un determinado tono de azul en el océano.
El cementerio está mal iluminado por farolas intermitentes y los amplios setos y las colinas hacen que el camino sea lento. A pesar de la aprensión que siento, es un terreno que me resulta familiar.