El mundo tiembla a mi alrededor, pero no es el mundo el que se agita, se tambalea y se eleva. Soy yo.
El tiempo se ralentiza y veo a los zorros con nuevos ojos. Las garras extendidas y las hileras de dientes, los ojos que brillan por la sed de sangre. Todo lo que percibo de ellos, la vista, el olfato, el sonido, se ha vuelto más nítido y potente. Su piel agrietada como la lava está en alta definición, cada movimiento y ondulación de sus músculos se distingue con claridad bajo la superficie. Percibo sus cuerpos de éter, agrios y podridos, y el olor me llega al fondo de la garganta. Uno de ellos emite un gru?ido estruendoso, oigo el aire que se acumula para producirlo, en lo más profundo de su pecho.
—?Qué narices es eso? —La voz de Sel me rompe la concentración y el mundo se acelera.
Parpadeo y miro hacia abajo. He dado dos pasos hacia los zorros sin darme cuenta de que me había movido. Tengo las manos extendidas a los lados y de las puntas de los dedos brotan llamas carmesíes. Se me escapa un breve grito y luego un gemido. Agito las manos para intentar alejar las llamas.
—No, yo no…
Los zorros infernales no esperan una explicación, sino que el del extremo izquierdo ya se está moviendo y se lanza hacia mí a una velocidad vertiginosa. Lo esquivo en el último segundo y se estrella contra la pared. Mientras se recupera, otro chilla y se prepara para saltar.
Unos brazos fuertes me agarran por la cintura y me levantan los pies del suelo.
El cementerio, el suelo y los árboles pasan volando en un vertiginoso desenfoque de colores, y entonces me sueltan. El mundo se vuelve borroso y se oscurece.
*
—Datgelaf, dadrithiaf. Datgelaf, dadrithiaf.
Enfoco el suelo que tengo delante de la cara. Siento que tengo el estómago encaramado en los pulmones. Enrosco los dedos en la tierra; la llama mística roja ha desaparecido.
Gimo y me pongo de rodillas. No he podido estar inconsciente más de un minuto.
—De nada —refunfu?a Sel, antes de volver a su cántico—.
Datgelaf, dadrithiaf.
Se pone a mi lado y contorsiona los dedos y las manos en el aire encima de las enormes raíces de un roble. Miro arriba y veo que estamos en McCorkle Place, la plaza más al norte. A unos diez minutos a pie del cementerio.
—Datgelaf…
El grito de un zorro infernal corta el aire de la noche.
—Mierda. —Me apoyo en el árbol para levantarme—. Ya vienen.
—Soy consciente.
Otro grito, más fuerte esta vez.
—?Se acercan!
—?Tengo oídos!
—Tenemos que irnos. —Doy un paso vacilante, pero el mundo todavía está reajustándose tras el secuestro de Sel.
—No —dice—. Debemos escondernos.
Se produce un soplo de aire y aparecen unas puertas dobles bajas y transparentes en las raíces del árbol. Sel tira de la mano hacia atrás y una de las puertas se abre para revelar un oscuro pozo sin fondo.
—Entra.
—?No pienso bajar ahí!
Sin decir nada, me rodea con un brazo por la cintura para levantarme y me arroja a la penumbra. Aterrizo de culo, con un dolor que me sube por la columna vertebral. Al menos el suelo de tierra está a dos o tres metros por debajo del nivel del suelo, en lugar del insondable descenso a la nada que había imaginado. Sel se deja caer a mi lado y aterriza como un gato, silencioso y ligero.
Vuelve a tirar del brazo hacia abajo y la puerta se cierra de golpe.
Nos sumimos en la oscuridad.
30
—?Qué coj…?
—Calla.
—?Por qué…?
Una de las manos de Sel me estampa contra la pared de tierra y la otra me cubre la boca. Con fuerza. Cuando emito un quejido amortiguado, la palma aumenta la presión.
—?Chist!
Un olfateo fuerte nos llega desde no más de sesenta centímetros por encima de mi cabeza. Jadeo y el corazón me late tan fuerte que estoy segura de que Sel lo oye. La pregunta es si también lo oirá el zorro infernal que tenemos encima. Rezo para que no, porque si el mago del rey ha elegido esconderse en vez de luchar, significa que no cree que pueda vencer a las criaturas. Los otros dos zorros se unen al primero. Nos quedamos congelados en la oscuridad mientras los tres demonios buscan nuestro rastro. Sus zarpas apenas hacen ruido, pero el peso de los cuerpos de éter envía una lluvia de tierra sobre mi pelo y por la espalda de mi camiseta. Cierro los ojos y dejo que los guijarros me golpeen las mejillas mientras los dedos de Sel sigue tapándome la boca. ?Y si cavan? Mi cerebro se acelera y las preguntas se suceden con rapidez. ?Saben que la puerta oculta está aquí? ?Sienten el éter que la esconde, igual que Sel siente el éter que los ha vuelto sólidos? Un segundo. ?Por qué Sel no sintió a los zorros acercarse?
Debo de hacer algún ruido o tal vez el ritmo de mi respiración cambia y lo nota en los nudillos, porque se inclina hacia mí en se?al de advertencia. Abro los ojos de golpe y me encuentro con los suyos, que destellan en la oscuridad. Sin duda, es una advertencia.
Una que se lee con toda claridad. ?No te muevas?.
Al cabo de un minuto, el sonido de los hocicos se aleja cuando los zorros infernales siguen adelante. Sel espera un instante para asegurarse, otro segundo, y me suelta. Chasquea los dedos y una llama azul aparece sobre su palma e ilumina la cueva en la que nos ha metido.
No es una cueva. Es un túnel.
—Vamos a movernos.
Avanza y la llama azul proyecta sombras espeluznantes en las amplias raíces expuestas, las paredes de tierra que se desmoronan y las antiguas vigas que sostienen la tierra por encima de nuestras cabezas.
—?Acabas de conjurar un túnel?
No espera a que lo siga, así que tengo que trepar tras él para mantener el ritmo.
—He revelado un túnel. El tronco del árbol es una ilusión, una muy antigua. Los fundadores sabían que la universidad tendría que ser una fachada pública, así que cavaron túneles para facilitar el movimiento y cuevas para el almacenamiento antes de que se construyera el campus.
—?Cavaron todo esto para moverse con más facilidad?
—Son sistemas se seguridad. Rutas de escape. Los merlines originales las protegieron para enmascarar el éter, de modo que los sombríos no pudieran seguirlas, ni siquiera por encima del suelo.
Saco el móvil del bolsillo, pero no hay cobertura. La batería está medio agotada, así que podría usar la linterna, pero ?para qué gastarla cuando Sel ya ilumina el camino?
—?Por qué estamos aquí y no en la logia? Podrías habernos llevado hasta allí.
Se detiene y me fulmina con la mirada.
—No sé por qué nos atacaron esas cosas ni de dónde salieron, y parece que tú tampoco. No los conduciré directamente hasta Nicholas, ni siquiera con las protecciones de la logia. Si son como los sabuesos, habrán captado nuestro rastro y nos perseguirán a nosotros y a nadie más. Quisiera que siguiera siendo así.
—?Por qué no los sentiste?
Aparta la mirada y sigue adelante, arrastrando consigo la única fuente de luz con él.
—No estoy seguro.
Algo en su voz suena extra?o, como si tratase de contener una respuesta que no quisiera pronunciar en voz alta.
—?Cómo te han robado el éter?
—No lo sé.