Legendborn (Legendborn #1)

—?Qué hay de todo eso de engatusar a Nick? —farfullo con rabia—. ?Y lo de dejarlo en ridículo? ?Y lo de que no pertenezco a ningún sitio? ?Solo lo has dicho para ser un capullo?

—No, iba en serio. Porque creía que eras un sombrío y esperaba provocarte una respuesta emocional, cuanto más negativa mejor, ya que es lo que atrae a los demonios, incluso en ellos mismos. Funcionó, en cierto modo, aunque no como había imaginado. —Suspira y se da la vuelta, con expresión de aburrimiento—. En cuanto a Nicholas, si causas problemas o lo distraes de su camino al trono, no dudaré en entregarte a los Regentes y explicar a sus merlines exactamente cómo provocarte para que te metan en un laboratorio oculto y te investiguen por sí mismos.

Siento un escalofrío. ?Es lo que me harían? Nick nunca me dijo…

—Si sigues con la iniciación tal como hasta ahora, sin duda suspenderás la prueba de combate, lo que significa que solo tendré que esperar unas semanas para librarme de ti. Algo me dice que, gracias a la obcecada ayuda de Nicholas, encontrarás algún resquicio para librarte de la condición de paje y separarte de toda la división. Tal vez se excuse en condición de no vasalla para pedir una excepción a la membresía de por vida, alegando que fuiste un experimento fallido. O tal vez le pida un favor a su padre, que se lo concederá por culpa y por la alegría de que su hijo haya aceptado por fin su derecho de nacimiento. Después, cuando te marches, no romperás el Código de Silencio ni expondrás a la Orden, ya que Nicholas te preocupa de manera genuina y hacerlo haría la vida de nuestro otrora y futuro rey mucho más difícil y entorpecería nuestra misión. ?He acertado?

Mi mandíbula casi golpea el suelo de tierra.

—Me lo imaginaba. En resumen, ahora mismo tengo preocupaciones mucho mayores que la ?chica misteriosa?, empezando por la nada desde?able inminencia de Camlann. Dichas preocupaciones también incluyen las amenazas activas tanto para la vida de Nicholas como para la división que he jurado proteger.

?El tipo de amenazas que me castigarán de forma muy dolorosa si no las persigo?. No a?ade esta última parte, pero la oigo de todos modos cuando recuerdo lo que lord Davis dijo sobre el Juramento del Mago del Rey y abrirle un agujero en la garganta.

—Lo siento —digo y niego con la cabeza—. Me cuesta superar el hecho de que me has lanzado un buen número de amenazas violentas y ahora, sin más, ya no quieres matarme.

—No pienses ni por un segundo que esas amenazas no iban en serio, porque eran absolutamente ciertas. En realidad, todavía lo son, si me obligas a cumplirlas. Sin embargo, en este momento, estoy reconsiderando cómo te he descrito —murmura y sube con gracia por la peque?a colina—. Debería haberte llamado estúpida y egocéntrica.

Estoy furiosa, pero lo sigo en silencio. No quiero darle más munición verbal.



*

Sel parece saber adónde va, porque nos detenemos en una peque?a cueva redonda unos diez minutos después y se?ala una abertura entre las vigas petrificadas.

—Esta puerta nos llevará a la superficie en el otro lado del campus. Hay una caja de seguridad oculta con armas de metal en el bosque, por si los zorros nos han encontrado de alguna manera, aunque tendrían que poseer mejor olfato que el de un demonio promedio para rastrearnos hasta aquí. Iré primero, daré el visto bueno, y luego te subiré.

Asiento y observo cómo empieza a murmurar de nuevo. El galés suena parecido a los sonidos de los swyns que pronuncia William cuando cura una herida. Los dedos de Sel trazan formas en el aire por encima de nuestras cabezas; luego, al revés que la última vez, da un pu?etazo hacia arriba con la palma abierta y la puerta se abre de golpe.

Se agacha, salta el equivalente vertical al doble de su propia altura y aterriza en la hierba junto a la puerta.

Hemos salido justo donde dijo que lo haríamos; un muro bajo de piedra marca el perímetro del campus y, más allá, los espesos bosques de Chapel Hill. Sel está de espaldas a la base del ancho roble del que hemos salido y vuelve a retorcer las manos para ocultar de nuevo la puerta de éter, cuando se me erizan los pelos de la nuca en se?al de advertencia.

—?Al suelo! —grita Sel y mi cuerpo no discute.

Me lanzo a tierra a tiempo de ver cómo un zorro infernal me pasa por encima y su cráneo choca contra el costado del poderoso roble con un fuerte chasquido que hace temblar el suelo.

Mientras se recupera, un segundo zorro chilla y aborda a Sel.

Las pesadas patas y el peso lo tiran al suelo. Al igual que con el uchel, el merlín y el zorro dan tumbos y ruedan por la hierba en un amasijo de ropas negras y escamas verdes y humeantes.

Sel debe de mirar en mi dirección, porque me grita una advertencia justo cuando el tercer zorro se lanza hacia donde he aterrizado en el suelo. El aviso me da el tiempo justo para rodar.

Unas mandíbulas restallan junto a mi oreja derecha, en el lugar donde había estado mi cara una fracción de segundo antes.

Se produce un horrible sonido de desgarro y un aullido agudo corta el aire. Sel le arrancó algo a su oponente.

El zorro que está a mi lado corre a socorrer a su hermano y entonces el mago del rey grita mientras trata de luchar contra los dos a la vez sin convocar éter.

Necesita armas.

Me pongo en pie, salto el muro y corro hacia el bosque en busca de la caja de seguridad oculta. En un parpadeo, un zorro infernal aparece frente a mí. Tiene la cabeza abierta por la mitad y el éter verde brillante rezuma por la grieta; es el zorro que chocó con el árbol.

Retrocedo y tropiezo con mis propios pies. Caigo de espaldas al suelo. Con fuerza. Me quedo sin aliento.

Me retuerzo en la hierba mientras intento respirar; el cerebro me pide aire a gritos, pero yo no consigo gritar. Ni siquiera cuando el zorro infernal baja la cabeza y clava sus ojos negros y brillantes en mí. Salta.

Va a aterrizar con las garras extendidas. Justo encima de mí.

Voy a morir.

Cierro los ojos y espero la llegada del peso y los dientes afilados. En un movimiento desesperado y poco entrenado, levanto un pu?o en un golpe salvaje.

Se oye un grito aullante y un profundo sonido de aplastamiento.

Noto un peso caliente y ardiente en el pecho y luego la oscuridad se expande y me reclama.



*

Algo caliente y espeso me palpita en los dedos.

Abro los ojos, pero no comprendo lo que veo y siento. La cabeza me da vueltas y conecta las imágenes poco a poco.

Estoy viva.

Tengo al zorro encima.

Mi cara no está entre sus fauces, porque sus mandíbulas cuelgan flojas. Las dos patas delanteras yacen inertes en la tierra a ambos lados de mi cuerpo.

Mi brazo izquierdo es un amasijo de líquido verde. Corre en gruesos ríos por mi piel y la hierba.

Mi hombro derecho está torcido en un ángulo doloroso. Porque tengo el pu?o y el antebrazo enterrados hasta el codo en el pecho del zorro.

Ese brazo está cubierto de llamas rojas.

Tracy Deonn's books