—Empezaremos despacio, Bree —dice Patricia—. Te concentrarás en tu amor por tu madre.
Extraigo una imagen de mi madre de la memoria y, de inmediato, llega el dolor. La veo con su vestido de verano favorito mientras recorre nuestra casa para abrir las ventanas. Tararea una melodía al azar. Yo leo un libro en el sofá del salón y, cuando se acerca a mi cabeza para abrir la ventana, mira hacia abajo con una amplia sonrisa de dientes blancos que destacan en contraste con su piel marrón cobriza. Detrás de sus gafas, el amor, el orgullo y el afecto afloran en las esquinas de sus ojos. Sonrío y le devuelvo el amor, pero este se retuerce y se afila para convertirse en otra cosa.
—Tranquila —susurra Patricia—. Concéntrate en tu amor por ella. Ahora, imagina que el amor se extiende hasta tu abuela, y luego más atrás, como un fuerte hilo que conecta las generaciones.
Eso es lo que seguirá Mariah.
Como una línea de sangre.
Hago todo lo posible por seguir sus instrucciones, por imaginar a mi abuela tal y como la describía mi madre. No obstante, en cuanto lo hago, la pena me atraviesa.
Patricia debe de sentir mi dolor, como siempre.
—Bree, no pasa nada. Respira despacio. Estamos aquí; no estás sola.
No la oigo. Solo pienso en la pérdida. Cómo yo perdí a mi madre, cómo ella perdió a la suya. Y lo que no le conté a Patricia, que mi bisabuela también murió antes de que naciera mi madre.
Ninguna de nosotras ha conocido a su abuela.
Mariah emite un sonido bajo y quejumbroso.
—Hay pozos de vida, profundos, pero todos están separados.
Deshilachados los unos de los otros.
??Porque la muerte ha roto nuestra conexión!?, quiero gritar. La muerte no es un hilo. Es un corte afilado que nos separa. La muerte nos separa unas de otras y, sin embargo, nos mantiene cerca.
Cuanto más la odiemos, más nos ama.
El corazón me late deprisa.
Una madre, dos madres, tres madres. Ya no están.
No están.
No están.
No están.
Mariah jadea y me suelta las manos. Abro los ojos y me mira con desconcierto mientras su pecho se eleva con respiraciones rápidas.
—Algo terrible ocurrió en tu familia, ?verdad?
Me pongo en pie, jadeante y mareada.
—?Bree? —Patricia se me acerca, pero no me atrevo a mirarla.
Ni a Mariah. La psicóloga me llama por mi nombre una y otra vez, pero su voz suena cada vez más lejana; no es de extra?ar, porque estoy huyendo de ella. Otra vez.
Me siento como una cobarde, pero no me detengo.
33
Después de la reunión con Patricia y Mariah, varias horas de ignorar sus llamadas y una siesta irregular que me ha dejado más cansada de lo que estaba, llego a la logia sin ninguna gana de sentarme a una mesa y participar en conversaciones triviales. Nick no aparece por ninguna parte. Me escribió que estaba ocupado. No pasa nada; no tengo ganas de hablar.
El despliegue de la cena es espectacular. Cócteles de gambas colgando de minicopas de vino llenas de salsa roja de cóctel, crudités de verduras en bandejas de plata de dos niveles, flores de temporada en rojo y blanco entre cestas de panecillos calientes, crostinis y baguettes empapadas en aceite de oliva. Capas de rodajas de pi?a a la parrilla junto a un melón cubierto de chocolate en una bandeja blanca.
En este momento, nada me resulta atrayente.
No dejo de pensar en cómo Mariah y Patricia me miraron cuando les dije que la Orden había matado a mi madre. Todavía veo sus ojos; tal vez se crean mi historia y lamentan que sea cierta, pero opinan que debería aceptarlo.
Sus ramas de la raíz las acercan a la muerte y por eso tal vez la aceptación sea posible para ellas; en cambio, yo no soy así.
Soy una hija a la que le arrebataron a su madre.
Decido que la aceptación es para personas cuyos padres acaban de morir sin razón. Accidentes de verdad o enfermedades.
La aceptación no es posible para el asesinato.
Lo que sea que haya hecho Mariah, ha provocado que todos mis muros se resquebrajaran y que la Bree de después, salvaje y rencorosa, saliera a la superficie. No me molesto en reconstruirlos.
Me permito sentir. Más honda que nunca, siento la presencia de la muerte en el pecho. La de mi madre, la de mi abuela, la de mi bisabuela. Ahora que me acompa?a toda esa muerte, ?cómo voy a aceptarla?
Si algo me ha ense?ado la Orden es que soy la descendiente de mi familia.
Tengo que luchar por ella.
*
He estado tantas veces en la enfermería del sótano de la logia que había empezado a considerar toda la planta como los dominios de William. Había olvidado por completo que también alberga las salas de entrenamiento de la Orden.
Incluso bajo tierra, el techo de la sala más grande tiene tres metros de altura. Caben sin problema todos los miembros de la división y quizá otras veinte personas. Esta noche, sin embargo, solo estamos los seis pajes que quedamos en el torneo, repartidos mientras esperamos a los entrenadores.
En el centro, hay tres círculos concéntricos pintados en una gran alfombra cuadrada; el más peque?o del centro es de color blanco, el siguiente más grande es azul y el último, de casi quince metros de diámetro, es rojo.
En la pared del fondo, alineadas en un estante, hay un surtido de armas de metal. Lanzas largas de madera con anillos de plata, cuatro juegos de arcos de plata con un carcaj de flechas de plata debajo de cada uno, mazas, espadas y dagas.
Me recuerdo a mí misma que no necesito ganar. Solo tengo que perder bien.
La puerta se abre de golpe. Entran un hombre y una mujer de unos treinta a?os. él es alto y de hombros anchos, con el pelo rubio bien cortado. Ella es más alta que Nick y lleva el pelo negro en un bob corto y austero. Visten con ropa deportiva cara y llevan unos zapatos blandos y desgastados que hacen poco ruido al caminar.
—Poneos en fila —ladra el hombre y se?ala un lado de la alfombra. Nos apresuramos a acercarnos mientras nos observa. Si los ojos son ventanas, los de este hombre están tapiados con tablas que impiden ver lo que ocurre dentro—. Soy el feudatario Owen Roberts, escudero de un descendiente caído de Bors. Esta es Gillian Hanover, feudataria de Kay.
Un descendiente caído. ?Qué se sentirá al perder a tu descendiente en batalla? De repente, el aspecto endurecido del hombre adquiere un nuevo significado.
Gillian, la antigua entrenadora de Nick, nunca llegó a despertar en el quinto rango, pero nada en ella da la impresión de ser débil o incapaz. Nick dijo que llevaba haciendo misiones desde los quince a?os, desplegada por los Regentes para luchar contra los sombríos por todo el mundo, al igual que los merlines.