Legendborn (Legendborn #1)

—Se graduó hace unos veinticinco a?os. ?Por qué?


Siento como si me hubiera dado un pu?etazo en las tripas. Mi madre estuvo en la UNC hace veinticinco a?os; tal vez viviera en una residencia no muy lejos de donde estaba Ruth aquella noche.

Entonces, recuerdo lo que Louisa me mostró, el bebé de Pearl al que eliminaron, el hombre de ojos rojos que era su padre, y el temor de mi estómago crece hasta helarme.

—Tengo que irme.

—?Ir adónde? —Patricia parpadea—. ?Qué has visto?

—Me han mostrado esos recuerdos a propósito —murmuro y me pongo en pie—. Lo siento, tengo que irme.

—?Bree! ?Qué ha pasado?

—?Lo siento!

Ya empiezo a sacar el móvil del bolsillo mientras corro.



*

Nick no responde al teléfono, pero eso no me disuade. Tengo intención de atravesar el campus a toda velocidad hasta la logia, pero me doy cuenta de que antes tengo que hacer una parada.

Porque por muy urgentes que sean mis nuevas misiones, necesito verlo.

Cuando llego a la estatua, es como si la viera por primera vez.

Carr lleva el uniforme completo de la Guerra Civil y un rifle de ca?ón largo agarrado con ambas manos. El escultor, fuera quien fuera, se aseguró de que la columna del hombre estuviera recta, los hombros erguidos y la barbilla levantada. Un soldado que defiende con orgullo una guerra que no se ganó.

La rabia envenenada regresa.

Con el corazón acelerado por demasiadas razones para contarlas, pienso en el Muro de las Edades, en las líneas y en la mezcla de desconexión y frustración que sentí al mirarlo. Después, desde el lugar de honor donde se encuentra el monumento en la cima del campus, miro atrás, a los edificios de la universidad, los cuidados césped y los caminos de ladrillo. Dejo que mi mirada trace líneas aquí también, de edificio a edificio, de árbol a árbol, de vidas enterradas a vidas maltratadas, de sangre robada a sangre escondida. Trazo un mapa de los pecados del terreno, los invisibles y los numerosos, y los guardo. Porque aunque el dolor de esos pecados me deje sin aliento, es un dolor que me pertenece, e ignorarlo después de todo lo que acabo de presenciar sería una pérdida.

Delante de la estatua, reclamo los cuerpos cuyos nombres el mundo quiere olvidar. Reclamo los cuerpos cuyos nombres me ense?aron a olvidar. Y reclamo las líneas de sangre no reconocidas que empapan el suelo bajo mis pies, porque sé que, si pudieran, me reclamarían a mí.

No sé por qué lo hago, en realidad, pero antes de irme, me doy la vuelta para mirar la estatua, presiono ambas palmas contra ella y empujo. Imagino que todas las manos que construyeron la UNC y sufrieron en sus terrenos empujan también a través de mis manos y, aunque la estatua no se mueve, siento que le he enviado un mensaje.

Tal vez sean imaginaciones mías, pero me siento más fuerte.

Más alta. Como si tuviera las raíces para lo que necesito.

Entonces, con fuego en las venas, giro sobre los talones y corro.





27

Sarah y Tor están hablando en el vestíbulo cuando entro a toda prisa por la puerta principal.

—Bree? ?Estás bien? —pregunta Sarah al ver mi aspecto desencajada.

—?Dónde está Nick?

Tor frunce el ce?o.

—Ha llevado a su padre al aeropuerto.

Mierda. Se me había olvidado por completo. Lord David se marcha a la división del Norte para reunirse con los Regentes.

—?Cuándo volverá?

—Hemos quedado en el Tap Rail en una hora, novata —dice Tor y cruza los brazos—. ?Por qué?

El bar. Dios, también lo había olvidado. Lo que significa que no podré contarle lo de la puerta y la figura misteriosa hasta más tarde.

?Las crisis de una en una, Matthews?. Si Nick y lord Davis no están…

—Necesito a William.

Sarah levanta las cejas.

—?Estás herida?

—No.

Ando hacia el pasillo que conduce al ascensor, pero Tor se interpone en mi camino.

—Entonces, ?por qué lo necesitas?

La fulmino con la mirada, demasiado cansada para hacerme la simpática. Sarah interviene.

—Está abajo, en la enfermería.

—Los pajes no bajan a menos que se les ordene —protesta Tor —. Oye, Matthews, no puedes ir por ahí haciendo lo que te venga en gana.

—?Tor! —protesta Sarah—. Bree, adelante.

La mirada que le dedica a Victoria es la que reservas para alguien que te lleva al límite de tu cordura, incluso cuando lo quieres más de lo que soportas. De repente queda claro quién lleva la voz cantante entre la descendiente y su escudera.

En la enfermería, encuentro a William solo, sentado en un rincón del fondo, detrás de una mesa mientras teclea en un portátil plateado. Levanta la vista cuando entro, pero la sonrisa de su rostro desaparece al verme.

—?Estás bien? —pregunta mientras se levanta, con los ojos ya comprobando si tengo alguna herida.

—Estoy bien —digo—. Bueno, no, no estoy bien.

Su expresión pasa del alivio a una curiosidad recelosa.

—?Qué pasa?

Visualizo a un hombre de ojos rojos sin nombre, seguido por su hijo de mirada ambarina.

—Sel no es humano.

Los ojos grises de William se abren un poco.

—Sel es nuestro merlín y el mago del rey.

—?No me refiero a sus títulos, William!

Se le tensa la mandíbula.

—?De qué va esto?

Paso mientras hablo.

—Lord Davis dio a entender que los merlines son seres humanos que poseen una magia natural. Pero eso no es cierto para Sel, ?verdad? —Cuando levanto la vista, veo la sutil flexión de los dedos de William, el diminuto salto del pulso en su cuello. Aprieto la mandíbula; a estas alturas, sé distinguir bien los secretos—. Lo sabes, ?verdad?

—?Saber qué? —dice con despreocupación mientras recoge unos papeles.

—Sel es un sombrío.

—Cierra la puerta —ordena, con la voz más dura de lo que le he oído nunca. ?Cuántos secretos más hay?

—Pero…

—Por favor. —Sus labios se aprietan en una fina línea.

Sigo la orden de mi amigo por el ?por favor?, pero siento que mi confianza en él se desvanece a medida que vuelvo a la mesa.

William se pasa una mano por el pelo claro y suelta un largo suspiro.

—Perdona por el tono. Esta no es una información a la que los pajes tengan acceso. Es difícil venderle a alguien la guerra contra las hordas de demonios malignos cuando tienes a uno viviendo bajo tu techo. —Sonríe con rigidez—. Sí. Selwyn es, técnicamente, un sombrío.

Sabía la verdad antes de entrar en la habitación, pero escuchárselo a William, tener una confirmación…

—Es un demonio. ?Cómo…?

—Es en parte demonio. —William se sienta en su silla con las manos cruzadas sobre el regazo.

—?Por qué confiáis en él? ?Cómo va nadie a confiar en él?

Me corta.

—Todos los merlines son en parte demonios, Bree. Siempre lo han sido.

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