Patricia me hace avanzar despacio. Ahora estamos junto a la chimenea y por fin veo lo que le ha pasado a Abby.
Tiene la espalda desgarrada, como si un gato gigante hubiera usado su columna vertebral como rascador. Largas franjas de carne seccionada se entrecruzan desde el hombro hasta la cadera, algunas finas como una navaja de afeitar, otras lo bastante anchas como para revelar pliegues de tejido en rosas y rojos que solo he visto en las carnicerías. El látigo se llevó por delante la piel y la tela y dejó el cuerpo y el vestido hechos jirones.
Un ser humano le ha hecho esto a otro ser humano. Un chico le hizo esto a Abby por que se sintió ofendido. Corrió en busca de ayuda y nadie se la dio. La mandaron con un chico que le desgarró el cuerpo y la dio por muerta.
La furia se acumula en mí como un veneno. Un sentimiento agudo y peligroso que nunca he sentido por nadie que no he conocido.
—Carr.
Patricia asiente.
—Su monumento está en la plaza.
—?Monumento? —Me vuelvo hacia ella, enfurecida porque se honre a ese monstruo en la UNC o en cualquier otro lugar.
Suspira con fuerza.
—Todo tiene dos historias. Sobre todo en el Sur.
Busco en sus rasgos la misma ira que siento, pero su rostro es una máscara de cansancio. Tiene que sentirla. Estoy segura.
Patricia me devuelve la mirada como si supiera lo que pienso.
—Nunca olvides. Enfádate. Y canalízalo. —Me alcanza la mano y la agarra con fuerza; es lo único que impide que me tambalee hasta el suelo—. Observa. Este es el corazón del arte raíz, Bree. La protección frente a quienes quieren hacernos da?o y, cuando lo consiguen, la curación para que podamos sobrevivir, resistir y prosperar.
Mary se pone de rodillas, con las palmas de las manos hacia arriba en el regazo. Canta en voz baja y siento un pulso grave como de tambores en los pies, en el vientre y en el corazón.
La luz se enrosca en los nudillos de Mary y le cubre las palmas y las mu?ecas, mientras surgen llamas amarillas que destellan a lo largo de su piel.
—Llama mística —susurro con asombro.
Patricia se sobresalta a mi lado, pero en este momento no parece importante. No cuando Mary se inclina hacia delante sobre la espalda de Abby hasta que sus manos doradas y brillantes se cierran despacio. No cuando la respiración de Mary y la respiración entrecortada de Abby se acompasan hasta que sus pechos suben y bajan al mismo ritmo, y la raíz teje músculo con músculo, músculo con fascia, piel con piel.
Los olores de la miel y la sangre se mezclan en mi nariz y mi boca.
Las dos mujeres respiran juntas durante un rato, mientras la sangre de los antepasados de Mary se acerca para curar las heridas provocadas por un látigo para caballos en manos de un hombre malvado.
Por fin, Mary se incorpora, con la frente perlada de sudor. Pero las heridas de Abby no se han cerrado del todo.
—No ha terminado, ?verdad?
—Sí.
—Pero ?Abby sigue sangrando!
—Mira las hierbas.
Junto a las rodillas de Mary, los manojos de plantas y hierbas se han marchitado y se han puesto negros. Las raíces húmedas se han secado y enroscado en peque?os nudos cubiertos de hollín.
—No lo entiendo.
—Las rasanas toman prestado el poder de las antepasadas, al igual que la energía viva de las plantas y la capacidad de Mary para funcionar como recipiente, como ocurre con todas las practicantes de su rama.
Para ilustrar las palabras de Patricia, la Mary se balancea sobre las rodillas. Louisa corre a su lado para ayudar a estabilizarla.
Niego con la cabeza. Esto no es lo que he visto hacer a William.
él cierra las heridas por completo, las sella y las cura casi de la noche a la ma?ana. Cuando pienso en él, en Sel y en los otros descendientes despertados, su poder parece ilimitado. ?Por qué?
?Por qué no el de Mary?
—Pero Abby sigue sufriendo.
—La ha salvado de una infección mortal. El cuerpo de Abby terminará de curarse por sí solo. Tal vez si otro practicante estuviera cerca, pero, incluso entonces, las antepasadas tal vez no permitirían un doble tratamiento. No podemos abrirlos y cerrarlos como un grifo. Después de todo, nos permiten usar su poder porque quieren.
—Bendita seas, Mary —susurra Abby, con la voz adormecida por el cansancio—. Bendita seas.
—Tranquila —consuela Mary mientras Louisa la ayuda a ponerse en pie—. Ahora, descansa.
—Mary, quédate —dice Louisa y se?ala las mantas que he visto antes—. También necesitas descansar. Imagino que las antepasadas te han agotado.
Mary asiente con los ojos entrecerrados.
—De acuerdo. —Louisa la guía hasta el otro extremo de la caba?a. Pasa por delante de nosotros y la ayuda a tumbarse en el suave suelo de arcilla.
—?Qué has dicho antes? —Patricia me tira de la mano—.
?Sobre el poder de Mary?
Miro a la mujer acomodarse bajo las mantas de Louisa y siento el impulso de darle mi sudadera y mis calcetines. Cualquier cosa que la ayude a ella, a Louisa o a Abby a estar más calientes.
—Llama mística. La vi recoger el éter, la raíz, en las palmas de las manos antes de curar a Abby. Es el mismo color del éter que rodea el Monumento conmemorativo a los fundadores no reconocidos.
Entra en mi campo de visión, con los ojos como platos.
—?Ves la raíz?
La pregunta me pilla desprevenida.
—?Tú no?
Una mezcla de asombro y confusión le transforma el rostro.
—La siento, pero no la veo. Una lectora, una médium o una profeta podría, tal vez, si le pidiera a los ancestros que le prestaran sus ojos. Pero solo durante un tiempo limitado. —Su expresión cambia—. ?Quién te ense?ó estas palabras, Bree?
No quiero mentir.
—La Orden de la Mesa Redonda.
La consternación se apodera de los rasgos de Patricia y de repente el aire de la cabina se enfría.
—Manipuladores de sangre —susurra, con el miedo reflejado en el rostro.
—?Es otra palabra para referirse a los legendborn? — tartamudeo—. ?Igual que llamas al éter ?raíz??
—No, no es solo una palabra. —Me envuelve las manos en las suyas y las junta entre nuestros cuerpos. La suavidad de su piel es solo una tapadera. Debajo, su agarre es inflexible como el acero—.
Los manipuladores de sangre no toman prestado el poder de sus ancestros, lo roban. Lo atan a sus cuerpos durante generaciones y generaciones.
—Conozco las líneas de sangre —balbuceo mientras un charco de miedo se extiende por mi estómago—. Para qué usan sus poderes, contra qué luchan.
—Entonces conoces sus pecados —dice Patricia—. La manipulación de la sangre es una maldición revivida.
Los ojos de Patricia encierran todos los horrores de los legendborn de los que he oído hablar y de los que he sido testigo, todos los males que he imaginado, y más. El merlín que me robó a mi madre. El que se llevó a la de Nick. La crueldad de Sel. Los Regentes. Las pérdidas de Fitz. Los feudatarios que abusaron de un ni?o al que llamaban rey.