—Son… Es…
—Magia colonizadora. Magia que cuesta y que quita. Muchos practicantes se enfrentan a los demonios. Muchos se enfrentan al mal. Sin embargo, desde el momento en que llegaron sus fundadores, desde el instante en que robaron las tierras natales de los nativos, la propia Orden dio a los demonios más que suficiente para alimentarse. Recogen lo que su magia siembra.
De repente, Louisa aparece a escasos centímetros de nosotras.
Patricia me suelta y ambas retrocedemos a trompicones. Entonces, sin previo aviso, Louisa vuelve la cabeza y sus ojos miran vagamente en mi dirección.
—Creía que no nos veían —jadeo.
Las cejas de Patricia se fruncen al ver a su antecesora buscar en el espacio donde está mi cabeza.
—No nos ve.
Pero los ojos marrones de Louisa se enfocan en los míos como un botón que encaja y me provocan chispas en la piel.
—Te veo —susurra con dureza.
Antes de que me dé tiempo a decir otra palabra, Louisa me rodea el codo con las manos y el mundo vuelve a desaparecer.
*
Abro los ojos mientras jadeo y me ahogo por la sensación de opresión en la columna vertebral. La sensación es menos vertiginosa que la del primer paseo por la memoria, pero tengo que agacharme, con las manos en las rodillas, para recuperar el aliento antes de poder mirar a mi alrededor.
Estoy en otra caba?a como la primera, pero es más peque?a, más luminosa y está llena de bulliciosas mujeres negras. Una vez más, el lamento de una mujer llena el espacio, una sola nota tortuosa que se prolonga. Voces de aliento, otro gemido grave.
—?Qué ha sido eso? —Me vuelvo para preguntar a Patricia, pero no está conmigo. Solo está Louisa.
La mujer mayor se pone a mi lado, todavía con el vestido ensangrentado y mira la caba?a sin responderme. Sigue con la mirada a dos mujeres que salen por una puerta lateral con un pesado cubo de metal entre ellas.
Estoy bastante segura de que no me explicará lo que acaba de hacer, ni cómo es que puede verme, así que intento otra pregunta.
—?Dónde estamos?
Louisa responde sin mirarme.
—No muy lejos de mi casa en el otro recuerdo. La pregunta importante es cuándo, ni?a.
Me incorporo.
—?Cuándo?
—A cincuenta a?os de mi época, cuando mi abuela era joven.
—1815. ?Por qué me has traído aquí?
Me mira con ojos astutos.
—Porque tienes que ver esto.
—?Dónde está Patricia?
—?Cuántas preguntas! —Resopla—. Mi descendiente ha vuelto a su tiempo. Volverás cuando hayamos terminado. Ven.
Me agarra con fuerza por el codo y tira sin importarle que me tropiece detrás de ella. Cuanto más nos acercamos, más fuerte es el olor caliente y cobrizo de la sangre.
Entonces, el fuerte llanto de un recién nacido.
Tres mujeres con vestidos largos se arrodillan alrededor de la cuarta, que acaba de dar a luz. La madre, una joven de unos dieciocho o diecinueve a?os, está apoyada en unas mantas empapadas de sangre y envueltas en un montón de paja y hierba.
Tiene las faldas recogidas alrededor de la cintura y las manos enroscadas como vísceras en las rodillas dobladas. Jadea, agotada y sudada, pero la feroz determinación de su rostro dorado la hace destacar. Es preciosa.
—Es Pearl la que acaba de tener el bebé —dice Louisa. Hace un gesto con la barbilla hacia las otras tres mujeres, la más joven de las cuales parece de la edad de Pearl y las otras de veintitantos a?os—. Cecilia, Betty y Katherine.
—?Las conoces?
Louisa sonríe y se?ala a la mujer más joven.
—Esa es la madre de mi madre. Es quien nos ha traído aquí.
Cecilia le limpia la frente a Pearl mientras Betty se ocupa en las secuelas del parto. Katherine sostiene al bebé que llora fuera de la vista y lo limpia con uno de los trapos húmedos que cuelgan encima de un cubo de agua. Me fijo en una cuchilla ensangrentada encima una tabla de madera junto a ella. Es difícil no pensar en los riesgos de este lugar, gérmenes, infecciones, agua sucia; aunque sé que las mujeres han hecho esto durante siglos con lo mismo o menos.
—?Por qué me ha traído aquí?
Louisa inclina la cabeza.
—No lo sé.
Katherine sisea e inhala con brusquedad, lo que hace que todas vuelvan las cabezas. Pearl, una nueva madre en alerta, estira los brazos para reclamar a su hijo.
—?Qué ocurre, Kath? ?Está bien?
Katherine se da la vuelta y por primera vez veo al bebé envuelto en sus brazos. Todavía está manchado de sangre, arrugado y húmedo. Sus gritos se han acallado, sustituidos ahora por gemidos.
Betty se acerca e intercambia una mirada con Katherine. Pearl también lo nota.
—?Betty? ?Pasa algo? —pregunta la nueva madre mientras mira a las otras dos mujeres—. ?Sigo sangrando mucho?
Betty niega la cabeza.
—He visto cosas peores. La hemorragia no es el problema.
Pearl está frenética.
—?Entonces, dámelo!
—Dáselo, Kath —dice Betty en voz baja.
Katherine hace caso y le pasa el recién nacido a su madre.
Cuando Pearl extiende los brazos, la preocupación y el amor se reflejan en su rostro. Cuando tiene al bebé cerca, un horror silencioso se apodera de ella.
Por encima de su hombro, Cecilia da un grito ahogado.
—?Sus ojos!
Siento un cosquilleo de aprensión en la piel.
Quizá Cecilia también tenga la misma sensación, porque parece dispuesta a salir corriendo del lado de Pearl.
Katherine niega la cabeza.
—Te dije que no te acercaras a ese diablo de ojos rojos, pero lo hiciste de todas formas, ?verdad? Nunca sale nada bueno de un hombre que conoces en una encrucijada, Pearl. Nada.
La aludida tiene los ojos llenos de lágrimas. Niega con la cabeza dos veces, no sé si para negar las palabras de Katherine o lo que está viendo.
—Es mi hijo —dice con el labio tembloroso.
Hablo con Louisa sin mirarla, mientras los pies ya me acercan a la escena.
—?Qué le pasa en los ojos?
—Un ni?o de la encrucijada —dice de manera críptica.
No me detiene ni me llama. Estoy casi al lado de Pearl y las manos me tiemblan como si todo mi cuerpo supiera ya lo que le pasa al bebé. A qué y a quién se parecerá.
—Tal vez parezca un bebé, pero solo es un disfraz —dice Katherine, con tristeza y reproche a partes iguales—. No se puede confiar en ellos porque mentir es su naturaleza. Ya lo sabes, Pearl.
Al igual que su padre, un día se volverá contra ti.
Estoy lo bastante cerca para ver al recién nacido, entre su madre y Cecilia. Me inclino hacia delante, con la voz desesperada de Pearl en el oído.
—?Es mi hijo!
Veo lo que temía que vería.
Dos ojos de color ámbar, brillantes y luminosos, miran a Pearl desde la suave carita marrón del bebé.
Entonces, desafiando la comprensión de Patricia, como Louisa antes de ella, Cecilia me agarra del codo. Sus ojos brillan con conciencia y se clavan en los míos. Intento apartarme de su fuego, pero se mantiene firme.
—No es un ni?o —dice con ferocidad—. Es un monstruo.
El mundo gira y desaparece de nuevo.