Legendborn (Legendborn #1)

Sí que cambia la realidad después de un beso así.

Después de acompa?arme a casa ayer por la ma?ana, Nick y yo nos hemos mandado mensajes sin parar. He tenido una sonrisa de oreja a oreja durante todo el día. Esta ma?ana, me ha mandado un mensaje para invitarme a ir con él y los demás legendborn esta noche. Le he dicho que sí y, después, como una buena mejor amiga, le he escrito a Alice. Me ha llamado de inmediato. Solo tengo unos minutos para hablar antes de reunirme con Patricia, pero he de darle la razón a Alice; hablar por teléfono con mi mejor amiga sobre cualquier tema relacionado con Nick y sus labios bien merece una llamada rápida.

—?Dónde?

—?En un bar del centro? ?Una cervecería? No estoy segura.

Se ríe.

—Quieres decir que no te importa.

—La verdad es que no. —No me importa. Soy un hervidero de nervios y me muero por volver a quedar con Nick.

—Vale, ?entonces es una cita?

Me desvío por un camino estrecho mientras pienso en la pregunta.

—?Es una cita si hay como veinte personas más alrededor?

—Bueno —empieza Alice. De fondo, oigo el murmullo de las voces y el silbido del viento; va de camino a clase en algún lugar cerca del centro del campus—. Creo que lo es si actúas como si lo fuera. Si parece que estáis solo los dos, entonces es una cita, da igual quién más esté alrededor.

—?Cómo eres tan sabia?

—Leo muchos libros. Siguiente pregunta, ?sabes ya qué vas a ponerte?

—Pues…

Patricia me saluda desde donde está sentada en uno de los omnipresentes muros bajos de piedra del campus. Le devuelvo el saludo y espero que no malinterprete el manto de terror que acaba de apoderarse de mi expresión. Ni siquiera había pensado en qué ponerme para una cita.

—?Bree! —grita Alice.

Estoy a unos metros de Patricia, justo a tiempo.

—Tengo que colgar, Alice.

—?No! Mis padres me recogen esta tarde, así que no estaré para ayudarte a elegir el modelito. ?Quieres que llame a Charlotte?

Tiene ropa muy…

—?Adiós, Alice!

Refunfu?a, pero se despide. Es una pena que no esté por la noche. Tomo nota para mandarle al menos un mensaje con un selfie antes de salir.

—Lo siento —digo a Patricia y guardo el teléfono en la bandolera.

—No tienes que disculparte. —Patricia sonríe. El pintalabios burdeos le hace juego con el chal de hoy—. Gracias por reunirte conmigo aquí.

Echo un vistazo detrás de ella para ver por primera vez el lugar del encuentro. No pensé mucho en el cementerio durante la visita del campus; es habitual que las ciudades antiguas de estados con colonias originales como Carolina del Norte tuvieran cementerios históricos en medio de una urbanización moderna. Desde luego, jamás pensé que lo visitaría durante lo que se suponía que era una sesión de terapia.

—No te mentiré, me preguntaba por qué me habías traído aquí.

—Me preocuparía si no lo hubieras hecho. Esta vez nada de preguntas de examen —dice y se ajusta el chal—. Te he traído aquí porque he decidido que me gustaría ayudarte y creo que este es el mejor lugar para empezar. —Sin esperar una respuesta, se dirige hacia la entrada del cementerio, que en realidad es un hueco abierto en el murito.

—?Un cementerio?

Lleva un ritmo sorprendentemente rápido, si tenemos en cuenta que sus piernas son mucho más cortas que las mías. Tengo que acelerar el paso para alcanzarla.

—En efecto.

El cielo es de un azul brillante típico de Carolina y el antiguo cementerio de Chapel Hill, en parte césped verde y en parte arbolada, es probablemente el más bonito que existe. Parece un parque secreto, un respiro lejos de la multitud de estudiantes absorbidos por los móviles de camino a clase y los profesores que charlan en la cafetería del campus.

Mientras caminamos, me vienen a la mente fragmentos de la visita al campus, Cuando se fundó la UNC a finales del siglo ,





,

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. P





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. C




,





.

—?Así es como me ayudarás a entender a mi madre?

Patricia resopla un poco mientras el camino serpentea hacia arriba para rodear un enorme mirto.

—No sé mucho de tu madre, Bree, así que entenderla no es una tarea fácil. Pero conozco la raíz.

—?Así que en el cementerio es donde me ense?arás sobre la raíz?

—Es el punto de partida —repite de manera enigmática—. La raíz de la raíz, si te parece. —Se ríe de su propio chiste y renuncio a presionarla.

Las lápidas talladas que pasamos al borde del cementerio están hechas de granito pulido y reflectante. Los grabados parecen nuevos, aunque tengan diez, veinte o treinta a?os. Algunos incluso tienen flores frescas. La mayoría son simples cuadrados de piedra plana con placas metálicas para los nombres. Algunas son más altas, rectángulos sólidos sobre losas de piedra. Incluso hay un patio de mausoleos, imagino que de alguna familia rica. Sin embargo, a medida que nos acercamos al centro, las lápidas envejecen y cambian de forma. Obeliscos manchados de moho, losas más finas con dos y tres grupos de nombres. Nombres largos, nacimientos y muertes de principios de 1900 y finales de 1800.

Patricia nos conduce más allá de las lápidas grises más antiguas hasta un estrecho camino que conduce a otra sección de tumbas.

—La ciudad se ocupa de gestionar el cementerio y todos los enterrados aquí estaban asociados a la universidad o a la ciudad de una u otra manera.

—?Como decanos y profesores?

—Exacto —murmura—. Al principio, se utilizaba para enterrar a los estudiantes que morían mientras estaban matriculados y al profesorado. Esa es la sección más antigua. El primero fue un joven de DiPhi que se enterró a finales del siglo . Después, se

a?adieron cinco secciones más. Una mezcla de profesorado y personal, filántropos y donantes de la ciudad, exalumnos famosos y similares.

Nos detenemos ante un muro de piedra de aspecto antiguo que recorre el ancho del cementerio.

—?Ves algo?

—Creía que habías dicho que nada de exámenes. —Ladea la cabeza y esboza una sonrisa solapada que me recuerda que Patricia es la que tiene todas las cartas. Cartas que quiero.

Escudri?o el camino que hemos recorrido. Hemos venido por senderos de tierra, aplanados, endurecidos y alisados con el tiempo por el paso de muchos pies. Tienen un doble propósito; dirigen en silencio a los visitantes para que no caminen sobre ninguna de las tumbas, pero también separan las secciones del cementerio. Más allá de los límites del camposanto, los coches pasan zumbando hacia el estadio de fútbol, pero, aparte de eso, los únicos sonidos son los pájaros y el viento. La torre del reloj erupciona en el barrio de Westminster. Cuando termina, una campana solitaria nos indica que son las dos y cuarto.

La miro, confundida, pero vuelvo a echar un vistazo al lugar donde nos hemos parado. Al otro lado del muro de piedra, hay una arboleda.

—Aquí solo hay unas pocas lápidas. —Se?alo una esquina trasera, a la que da sombra un árbol bajo—. Unas cuantas tumbas por allí. Apenas está lleno.

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