Entonces lo miro de verdad. Alguien que me importa está vivo, pero herido. Alguien que me gusta mucho está aquí, frente a mí, y me pide que me siente con él. Me doy cuenta de que si lo ignoro o me olvido de lo importante que es eso, entonces sí que me habrán tragado las sombras.
Respiro hondo y doy un paso adelante. Me quito los zapatos y me subo a la cama, así que la cercanía de Nick atrae toda mi atención, su calor, el intenso aroma del éter de William mezclado con el olor a detergente de la ropa fresca, sus ojos entrecerrados que me siguen mientras me muevo y me acomodo. Es demasiado en muy poco tiempo, y todo mi cuerpo lo sabe. Me inclino un poco hacia atrás.
Por supuesto, Nick se da cuenta. Aprieta los labios para contener una sonrisa y la expresión de alguna manera hace que su ya apuesto rostro sea más entra?able y más atractivo si cabe.
—?Nerviosa, B?
—No —digo y levanto un poco la barbilla para sentirme, y parecer, convincente.
No estoy segura de que funcione, porque emite un sonido suave y curioso.
—?Te pongo nerviosa? —Inclina la cabeza hacia un lado en se?al de duda, pero su pelo enmara?ado se eriza de manera muy cómica. Me encojo y rio.
—Pareces un gallo. —Me cuesta mucho resistirme y no levantar la mano para aplastarle la cresta.
—?Un gallo? —Inclina la cabeza hacia el otro lado y el pelo se mueve de nuevo.
Suelto una carcajada, lo que pretendía, y sonríe.
No puedo evitarlo. Me incorporo sobre las rodillas y le aliso el pelo. Cuando termino de alisar los suaves mechones, me doy cuenta de que me observa con atención y se ha quedado quieto.
Tiene los ojos de un azul pizarra con toques de gris y sus pesta?as son como finas pinceladas de pintura en contraste con su piel.
Me pregunto si también contiene la respiración.
Empiezo a retirarme, pero me agarra por la mu?eca con una mano y me pasa el pulgar, calloso y caliente, por el interior de la palma. El movimiento me produce un cosquilleo, hasta que el dedo presiona y me provoca una flecha de calor desde la mano hasta los dedos de los pies.
El corazón me late tan deprisa que estoy segura de que tiene que sentirlo a través de mi piel.
—Gracias.
—?Por qué? —pregunto. A esta distancia, el olor a ropa y a cedro de Nick es lo bastante intenso como para marearme. Hay otros olores que detecto con una respiración silenciosa; a hierba verde en un cálido día de verano, un toque agudo a metal.
Me recorre el rostro sin prisa con la mirada, desde las cejas hasta la nariz. Parpadea cuando llega a mi boca y vuelve a mis ojos. De nuevo, me quedo sin aliento.
—Por seguir aquí —dice cuando una expresión a medio camino entre asombro y gratitud—. Incluso después del sabueso infernal, el uchel, el despertar de Felicity y, ahora, un sarff uffern. Jamás pensé que estaríamos tan cerca de Camlann, pero me alegro de que estés conmigo. —Baja la mirada y niega con la cabeza—. Cuando nos conocimos, una parte de mí confió en ti. No sé por qué. Solo lo hice.
A pesar de la culpa, pienso en cómo en muchos momentos desde que nos conocimos he sentido dentro de mí esa misma confianza, segura y firme.
Es un sentimiento mutuo.
Tal vez Nick piense lo mismo, porque me acaricia la palma de la mano una vez más y se le entrecorta la respiración.
—?Y ahora? —susurra, con voz áspera.
—?Ahora qué? —susurro.
Algo embriagador y oscuro se arremolina en los ojos de Nick.
—?Esto te pone nerviosa?
El último chico al que besé fue Michael Gustin en noveno curso, en una esquina del baile del colegio. Recuerdo que estaba aterrorizada y, después del asco de la experiencia, demasiado húmeda y descuidada, decepcionada. Sin embargo, eso fue en noveno y con Michael. Esto es ahora. Con Nick. No estoy nerviosa.
Siento el deseo que me golpea las costillas como un pájaro enjaulado.
Siento dudas. Me siento abrumada. Luego, mortificada cuando me doy cuenta de que Nick, con su mirada aguda y perspicaz, lo ha visto todo.
Esboza una sonrisa oculta y peque?a y acerca la mano libre para acunarme la mandíbula y acariciarla con el pulgar. Sus ojos siguen el movimiento con atención antes de volver a reclamar mi mirada. Me aprieta la mu?eca y me suelta.
Me tambaleo hacia atrás sobre las rodillas, con las mejillas acaloradas por el fantasma de sus manos en la piel.
Agradezco que esté ocupado recolocando las almohadas y no me mire.
Tengo la sensación de que lo hace a propósito, para dejarme un segundo de tranquilidad.
Una vez termina, se apoya en el cabecero y cruza las manos en el regazo.
—?Quieres sentarte conmigo? —pregunta con amabilidad.
Así sin más, el aire entre nosotros se vuelve más ligero, más fácil. Como si no hubiera pasado nada raro.
Estoy impresionada, a pesar de que sigo con el corazón acelerado. ?Cómo lo hace? ?Cómo navega este chico por mis emociones como un marinero experimentado que encuentra cielos despejados y los domina, cuando yo solo parezco capaz de aferrarme a las tormentas? Espera con paciencia a que me decida, con una mirada suave y abierta. Por fin, asiento y me arrastro hasta el cabecero para acomodarme en el espacio que queda a su lado.
Nos quedamos así durante un buen rato, hasta que nuestras respiraciones se acompasan.
*
He debido de dormirme, porque me sobresalto cuando la puerta de la logia se cierra de un portazo en el piso de abajo.
La habitación está a oscuras. Por un segundo, me olvido de dónde estoy.
Nick me pone una mano en la rodilla y con la voz pastosa dice: —Si es algo malo, nos avisarán.
El reloj digital que hay sobre la puerta dice que es casi la una de la madrugada.
—Debería irme.
—Si te vas ahora, Sel sabrá que has estado aquí y nos gritará a los dos —dice con lógica—. Quédate.
No puedo discutirlo. Además, ahora que la adrenalina ha abandonado por completo mi cuerpo, estoy agotada.
Aun así, saco el móvil y le envío un mensaje a Alice para decirle dónde estoy y que estoy bien antes de ponerlo en silencio. Cuando la pantalla se queda en negro, nos quedamos en la oscuridad oyendo las voces de abajo hasta que la casa se queda en silencio.
Me pregunto si debería buscar un pijama y colarme en una de las habitaciones libres para irme a la cama de verdad. Me llevo la mano al pelo y me tiro del mo?o. No me gusta dormir sin mi funda de satén. ?Tal vez Felicity tenga un pa?uelo?
Antes de que me dé tiempo a deslizarme fuera de la cama, Nick empieza a hablar, con la voz baja y destemplada en la habitación a oscuras.
—La mayoría de los padres de descendientes se mueren de ganas de que sus hijos tengan la edad suficiente para empezar a entrenar. Mi padre era así. ?Mi madre, sin embargo? Cuando echo la vista atrás, es obvio que estaba aterrorizada.
—No tienes que hablar de esto ahora, si no quieres.
—Sí quiero
Busco su mano en la oscuridad y él me aprieta la palma.