Traslado primero al más pesado, ahora que estoy fresca y dejo al más ligero para el final, que estaré cansada.
Me encuentro a medio camino del campo cuando tropiezo con la primera daga de Sydney, abandonada en la hierba. El maniquí y yo salimos volando. Aterriza un metro delante de mí, con un fuerte golpe que atrae la atención de del nuestro jabalí.
Sydney es rápida. Grita. Mueve las manos. Salta para distraerlo, pero, por supuesto, el constructo que queda tiene una pizca de atención.
Sus ojos brillantes me encuentran y carga.
Repaso las opciones. Estoy demasiado lejos del otro lado de la arena, no puedo enfrentarme a él ni usar el maniquí para defenderme, no puedo cargarlo y dejar atrás al jabalí.
Agarro la daga de Sydney y me levanto como un resorte: —?Ponlo a salvo! —grito. Espero que entienda lo que quiero decir.
Vuelvo corriendo a la base, pero trazo un arco para que el jabalí que me sigue lo siga también y no pisotee el maniquí inerte que hay en el suelo.
Detrás de mí, unos cascos atronadores golpean la tierra. Me arden los muslos y los pulmones. Aun así, acelero. Oigo su respiración, unos gru?idos pesados a través de un hocico húmedo.
Giro a la izquierda para ganar tiempo, aunque el cambio de dirección es demasiado brusco y rápido. Siento un doloroso tirón en la rodilla izquierda. Sigo corriendo y me arrojo a la zanja. Rozo un pino con el hombro y la corteza se me clava en el brazo, pero el chillido frustrado detrás de mí indica que lo he conseguido. Estoy a salvo.
Cuando pivoto sobre las rodillas y levanto la vista, el jabalí da zarpazos en el suelo y resopla en mi dirección. Contengo la respiración y observo cómo la pesada cabeza se balancea adelante y atrás. Me busca.
Estoy a menos de dos metros. ?Por qué…?
No me ve. Tiene mala vista.
Piso una rama con el pie derecho y sus orejas se levantan hacia adelante. Eleva el hocico en un lento patrón de búsqueda.
Pero sí me oye. Tiene buen olfato. Genial.
?Habrá hecho Sydney lo que le pedí? ?Agarró el maniquí y lo llevó al otro lado? No me molesto en mirar detrás de mí; sé que la víctima más peque?a está ahí, esperando a que la rescaten.
?Cuánto tiempo queda?
Oigo gritos y pisadas a la izquierda. Celeste y Mina siguen en la arena.
El jabalí empieza a pasearse y espera obstinado a que salga para cornearme. Tengo que hacer algo.
Vale. Piensa.
Tengo la daga de Sydney, pero no tengo su habilidad para lanzar o apuntar. Todavía llevo el garrote atado a la espalda, pero desde este ángulo no tengo suficiente impulso para asestar más que un golpe en la barbilla. Miro alrededor, a los lados y luego hacia arriba.
Me meto el mango de la daga de Sydney en la boca y empiezo a trepar por el roble a mi lado antes de pararme a pensar si es o no una buena idea. Lo único que sé es que conozco los árboles. He trepado a ellos desde que era una ni?a. Los árboles son buenos.
Me apoyo en los grandes bulbos de madera a ambos lados del roble y me aferro a sus formas abultadas lo mejor que puedo con zapatillas de deporte; busco con las manos el siguiente saliente y me impulso.
La cabeza del jabalí se levanta para seguirme, pero me la juego a que no me ve muy bien y solo percibe mi movimiento. Las ramas están demasiado altas para que me sirvan de algo, aun así, me detengo a unos tres metros de altura con el brazo agarrado al tronco con todas mis fuerzas, en precario equilibrio sobre un bulbo apenas más ancho que mi zapato.
El jabalí ha retrocedido y está a pocos metros de la línea de árboles. Me cuesta sacar el garrote y abrir la correa de cuero con una sola mano. No obstante, lo consigo en poco tiempo y mantengo el arma aún enfundada lejos de mí y del árbol; la agito un poco para llamar la atención del jabalí. Deja de moverse. Sus ojos brillantes siguen el movimiento con avidez.
Es una mala idea.
Uno. Dos. ?Tres!
Arrojo el garrote a la derecha y agarro la daga con la mano libre mientras la criatura hace justo lo que esperaba. Desplaza el cuerpo hacia el garrote que cae y se aleja de mí; inclina la cabeza hacia abajo para inspeccionar la porra y me alejo del árbol. Me lanzo hacia su espalda, con la daga apuntando hacia abajo.
La gravedad, y no yo, hace que la afilada hoja se ensarte en el brillante cuello de la criatura, pero el golpe funciona igual.
El animal chilla, se agita y me lanza al aire como una mu?eca de trapo. Caigo al suelo con un golpe seco y me hago un ovillo, preparada para el fuerte embiste de las pezu?as, pero no llega.
Levanto la cabeza justo a tiempo para ver cómo el jabalí, con el cuchillo todavía alojado en su interior, se desploma en el suelo.
—?Corre! —grita Sydney. Va a por el maniquí. Me levanto y corro hacia el otro lado de la arena; las dos tenemos que llegar a tiempo.
Sydney se desliza por la zanja justo detrás de mí, con el maniquí sobre el hombro, en el instante en que suena el silbato.
*
Somos el único equipo de la segunda ronda que ha pasado.
Mientras me dedicaba a imitar a una ardilla voladora, Celeste y Mina dejaron que corneasen a dos de sus maniquíes.
Cuando emergemos de nuestro lado de la arena, los legendborn nos aclaman desde sus puestos de observación en el bosque. Me siento aturdida y entusiasmada a la vez. Sydney no me sonríe, pero asiente en mi dirección antes de alejarse para reunirse con Vaughn, Blake y los otros cuatro pajes que han pasado. Se quedan juntos y se felicitan unos a otros.
Los cuatro que no han pasado viven diferentes niveles de conmoción y devastación. Mina se limpia las lágrimas de la cara mientras Ainsley le frota la espalda en círculos lentos. Celeste y Tucker mantienen una acalorada discusión. Por los fragmentos que oigo, ambos culpan a sus compa?eras por la eliminación.
Me sitúo entre los dos grupos, sin saber dónde encajo.
Cuando miro hacia él, Sel tiene la vista fija en la colina, donde los legendborn han empezado a abrirse paso entre los árboles para reunirse con nosotros. Tiene el ce?o fruncido en se?al de concentración y la cabeza inclinada hacia un lado, como si escuchase algo.
—?Nick! ?Nick!
Cuando Victoria grita, Sel ya se ha puesto en marcha. Pasa junto a mí tan rápido que el viento cruje alrededor de su cuerpo antes de que desaparezca entre la arboleda en un borrón sombrío.
Todos corremos para seguirlo.
Los árboles son tan espesos que cuesta ver lo que pasa, pero lo oímos. Algo da vueltas entre los árboles como una enorme bola de bolos que parte los troncos por la mitad como bolos gigantes. Ese algo se acerca; los sonidos son cada vez más fuertes. Entonces, irrumpe entre un par de pinos. Cortezas y astillas salen volando en todas direcciones y la criatura se desliza por el suelo de la arena.
Todos nos detenemos.