—Mi madre se crio en una familia de vasallos y se convirtió en paje en cuanto pudo, pero nunca intentó obtener el título de escudera. Sus padres consideraron que casarse con un descendiente de Arturo era la segunda mejor opción. Mi padre nunca fue llamado, pero los descendientes de Arturo siguen teniendo bastante poder. Cuando era ni?o, se peleaban mucho.
Sobre mi futuro, sobre el régimen de entrenamiento de mi padre. No me dejaba ir a la escuela normal; me educó en casa para tener más control sobre mis estudios. Tenía ocho a?os cuando empezó a traer a otros feudatarios para entrenarme. Les dijo que no me lo pusieran fácil solo porque era un ni?o. Porque en realidad, no era un ni?o.
Era su rey. Así que no lo hicieron. No se anduvieron con rodeos.
Me…
Nick hace una pausa y lo oigo tragar una, dos veces. Temo que esté llorando y no sé qué hacer. Aprieto el hombro contra el suyo y espero enviarle un poco de calor y fuerza. Cuando sigue, su voz está cargada de recuerdos.
—No son los huesos rotos ni los moratones, los ojos morados ni las conmociones cerebrales lo que me mantienen despierto por la noche. Esos siempre los curaba un descendiente de Gawain. Es la mirada de mi madre cuando entraba en casa, como si al verme se le abriera un agujero en el corazón. Esos días eran en los que más se peleaban.
Respira hondo en la oscuridad y suspiro también porque quiero recordarle que estoy aquí.
—Una noche me despertó y me dijo que recogiera mis cosas, que nos íbamos. Estaba harta de ver cómo apalizaban a su hijo.
Nos alejamos un kilómetro y medio de la ciudad antes de que unos coches negros nos rodearan. Mi padre salió de uno de ellos, asustado y enfadado. Nunca lo había visto tan enfadado. Creo que tenía miedo de que a los dos nos hubieran secuestrado los sombríos y por eso pidió ayuda a los Regentes. Jamás imaginó que su propia esposa le arrebataría a su hijo. Un merlín que no conocía se llevó a mi madre sin dejar que ninguno de los dos nos despidiéramos.
Su voz se ha vuelto fría por la rabia y grave por la pena.
—Mi padre rompió a llorar cuando se marcharon, porque sabía que la castigarían. Creo que intentó impedirlo, pero la palabra de los Regentes es definitiva. Los entrenamientos se detuvieron por un tiempo. Me mandó a un colegio privado, dejó de hablar de mi rango y de nuestro linaje. La siguiente vez que la vi fue unas semanas después en un parque cerca de nuestro barrio. Mi padre y yo estábamos tomando un helado. Mi madre pasó por delante y corrí hacia ella; a abracé y le dije que me alegraba de que hubiera vuelto.
Solo que no había vuelto. Sonrió, pero luego me apartó y me preguntó quién era.
Me ahogo con la siguiente respiración. Las lágrimas me arden en los bordes de los ojos.
—Pasé a?os investigando los encantos de los merlines. Intenté averiguar cómo romper lo que habían hecho. Extraer al hijo de una madre de su psique es un trabajo que solo un maestro merlín podría hacer. Cuando nos conocimos y me dijiste que habías roto el encanto de Sel, pensé que tal vez se me había pasado algo… —Se interrumpe con un pesado suspiro.
Eso es lo que vi en su mirada la primera noche en la logia.
Esperanza.
—Lo siento —murmuro.
Me aprieta el muslo.
—No tienes la culpa. —Inhala con brusquedad y retoma el relato —. En fin, mi padre nos sacó de la ciudad una semana después de encontrarla. Creo que quería protegerme. No mucho después, Sel vino a vivir con nosotros y otro merlín nos trajo aquí para pronunciar el Juramento del Mago del Rey.
—Sel era un ni?o que había jurado protegerme con su vida y yo solo pensaba en lo mucho que odiaba a los merlines por ser unos monstruos y en que no quería a un extra?o en nuestra casa. Quería a mi madre. Culpé a mi padre por haber llamado a los Regentes aquella noche, pero, al final, fue Arturo quien separó a mis padres.
Estoy muy enfadado con él, Bree. Estoy enfadado con un fantasma de seis siglos de antigüedad. —Se ríe con amargura—. Me sentía tan furioso por todo que pensé que, si dejaba de entrenar todos los días, si dejaba de hacer todo lo que mi padre quería que hiciera y dejaba de estar con la gente de aquí, con William, Whitty, Sar y los demás, conseguiría que Arturo no me llamara. Me alejé de este mundo, de su gente, de la política y los rituales, de todo, para que pensara que no soy digno y me dejara en paz. Ahora, podría ser real. —Resopla otra carcajada vacía—. Lo he alejado todo durante tanto tiempo que a veces ni siquiera estoy seguro de si sería capaz de oírlo si me llamara.
Le rodeo el pecho con los brazos y aprieto hasta que apoya la mejilla en mi cabeza y me devuelve el abrazo.
No menciono que Sel dijo lo mismo cuando estaba borracho de éter, sobre que Nick no sería capaz de oír la llamada de Arturo.
Odio que Sel, en su propio arrebato de furia, haya tenido razón.
*
Me despierto con el sonido de la ducha en el ba?o de la habitación.
El teléfono me dice que son las siete y media, lo bastante temprano para llegar a la primera clase. Me incorporo y con las manos me aliso los rizos aplastados y enredados en se?al de disculpa.
Entonces, me fijo en una cestita de artículos de aseo en la mesilla de noche que tengo al lado. Jabón, una toallita, un peine que jamás usaré, un cepillo de dientes y un tubo de pasta de dientes.
Ya me imagino el chillido de placer de Alice cuando le cuente los esfuerzos de Nick. Tal vez no pueda contárselo todo a mi mejor amiga, pero al menos le contaré que he dormido en su cama y que me he despertado con una cesta de regalo.
Recojo los artículos de aseo y me dirijo a uno de los ba?os del pasillo, con la esperanza fútil de que nadie me vea salir de la habitación de Nick. Diez minutos después, Nick me encuentra e insiste en acompa?arme a la residencia.
El rocío y la niebla se han asentado en los terrenos de la logia durante la noche y la tranquilidad de la ma?ana cae espesa y pesada a nuestro alrededor.
Nick niega con la cabeza y frunce el ce?o en cuanto nos alejamos del edificio y nos dirigimos al camino de grava bordeado de árboles y al sendero que conduce de vuelta al campus.
—?Qué pasa?
—Cada vez que vengo aquí, la gente me mira como si supiera lo que hago.
Cruzo los brazos mientras caminamos y me viene un recuerdo.
—Mi madre solía decir: ?finge hasta conseguirlo?. Tal vez es lo que tienes que hacer.
Se ríe y el calor me llena el pecho.
—Gracias, compa?era.
—No soy tu compa?era. —Le hago un gesto con el pulgar por encima del hombro, de vuelta a la logia—. Creo que Vaughn quiere el puesto.
—Uf, ese tío. —Pone los ojos en blanco—. No deja de pedirme que entrenemos juntos. Es todo muy coleguil. ?Esa palabra existe?
—Me rio e imagino al gilipollas de Vaughn persiguiendo a Nick con espadas de madera mientras le ruega que practique con él—. La verdad es que no lo quiero como escudero. —Los ojos de Nick se abren con esperanza—. Has pensado lo de…
Levanto las manos.
—Como todos vimos anoche, no tengo ni idea de cómo sostener una espada, ni un arco ni nada. Sería malísima.
—Entrenarías. —Nick sonríe—. Te he visto moverte. Serías increíble.
—?De verdad? —Me cruzo de brazos y entrecierro los ojos.