Los jabalíes siguen pisándoles los talones, hasta que los chicos se lanzan en direcciones opuestas de manera repentina y casi resbalan en la hierba húmeda. Los constructos de éter también se separan y giran para seguirlos, pero sus pezu?as resbalan y levantan barro y tierra. Caen al suelo con fuerza y gritando.
Los jabalíes se levantan. Como si se tratara de una se?al, los chicos se sacan a las ?víctimas comunes? de los hombros. Los maniquíes caen al suelo con un golpe seco. Al principio, creo que han planeado enfrentarse a los seres mientras las víctimas se encuentran fuera de peligro, pero Spencer no saca la espada. En vez de eso, corre hacia la base mientras un jabalí le pisa los talones, y se desliza dentro de la zanja para ponerse a salvo.
Vaughn se queda solo para enfrentarse a los dos jabalíes.
—?Cobarde! —sisea Sydney con disgusto.
El jabalí de Spencer llega al límite marcado por la linterna y luego da la vuelta. No puede ir más lejos. Avanza hacia Vaughn, que ya le ha hecho dos cortes profundos en los costados al otro con la espada. Cuando el jabalí de Spencer casi ha alcanzado a Vaughn, se revela la verdadera estrategia de los chicos.
La cabeza de Spencer asoma entre los arbustos. Sale cargando el maniquí más peque?o en una sujeción de bombero y atraviesa corriendo toda la arena.
—No es un cobarde —susurro—. Es su corredor.
Tengo que admitir que ha sido inteligente. Usar a Vaughn, el luchador más fuerte, para distraer a los dos jabalíes mientras Spencer, el más rápido, completa el primer tercio de la tarea.
De vuelta en el campo, Vaughn tiene problemas. Los jabalíes lo han bloqueado por ambos lados. Da estocadas rápidas, una, dos, y retrocede para escapar a duras penas de una dentellada.
Spencer es rápido. Deja caer el maniquí en la base más lejana sin detenerse y corre por donde había venido. Recoge a una de las víctimas abandonadas más pesadas a mitad de camino y pivota sobre los talones para transportarla al otro lado.
Vaughn pide ayuda a gritos. La víctima de Spencer vuelve a caer. Corre hacia su compa?ero y recoge su espada por el camino.
Spencer salta con la espada en alto para asestar una estocada.
Al descender, hunde la hoja en la columna vertebral de un jabalí. La libera y salta hacia atrás en un solo movimiento.
El grito gutural del animal resuena en la cresta, cruza el campo y me hace rechinar los dientes.
El éter brota de la herida y se convierte en polvo, como las brasas plateadas de una hoguera. El moribundo constructo cae de rodillas. Spencer carga de nuevo y esta vez atraviesa a la bestia entre los ojos.
Mientras Spencer corre hacia su compa?ero, el jabalí se funde en un charco de plata y luego explota en un mar de cenizas brillantes.
Spencer y Vaughn se ocupan en poco tiempo del jabalí restante.
En dos minutos, está de rodillas y gime de dolor. Al unísono, le clavan una lanza en el cráneo.
Los vítores resuenan en la cresta mientras recogen a las dos víctimas restantes y las ponen a salvo.
Un silbido resuena desde arriba. El primer equipo ha terminado.
—?Tres minutos! —grita alguien. Una advertencia para los demás.
Greer y Carson casi han terminado. Un jabalí ha caído. Greer ha cruzado dos maniquíes. Saca dos dagas mientras corre de vuelta al campo. El mayal de Carson gira tan rápido que solo veo las puntas de las mazas por encima de la cabeza del último jabalí.
Sin embargo, a Whitty y a Blake no les va tan bien. En algún momento entre la entrega del primer y el segundo maniquí, Whitty ha perdido una daga. Están rodeados, espalda contra espalda. La lanza de Blake se arquea hacia arriba. Encuentra el cráneo del jabalí. La criatura cae de rodillas. Es un golpe fuerte, pero no mortal.
Un grito escalofriante atraviesa la noche y busco el origen, con el pánico agarrado al pecho. Temo lo peor por mi amigue, pero no es Greer quien tiene problemas.
Uno de los jabalíes ha inmovilizado a Carson debajo de su cuerpo. Da patadas y pu?etazos con todo lo que tiene, pero su arma ha caído a metros de distancia.
Greer corre, salta y se eleva en el aire. Aterriza sobre el lomo del segundo jabalí, extiende los brazos como un pájaro y clava una daga en cada pulmón. Carson retrocede en el instante en que el constructo explota y el polvo brillante le salpica la cara. Parte le cae en la boca abierta por los jadeos.
Cuando me vuelvo, Blake y Whitty han acabado con su segundo jabalí. Los tres equipos llevan a las últimas víctimas a un lugar seguro. La primera ronda ha terminado.
Somos las siguientes.
23
Ainsley y Tucker son el primer equipo que sale a la arena, cargados con nada más que las armas. Se lanzan antes que el resto, con una clara determinación en los rostros y las espadas en alto; planean acabar con los dos jabalíes infernales sin que los maniquíes les molesten.
Es un error.
Hay una razón por la que las estrategias de los demás incluían usar la distracción; los jabalíes son unas bestias grandes, pesadas y fáciles de confundir. Son incapaces de pivotar con rapidez.
Sin embargo, en un enfrentamiento directo, son casi imparables.
Vemos con impotencia cómo los pajes caen en menos de sesenta segundos.
En el último momento antes del impacto, Ainsley se desplaza hacia la izquierda. El peso de la espada la desequilibra y tropieza.
Se levanta a duras penas y el jabalí la tira al suelo. Un grito espeluznante. ?Seré testigo de cómo la devoran? ?De cómo le arrancan las tripas? Entonces, el jabalí estalla encima de ella.
El segundo jabalí está a punto de ensartar a Tucker, pero explota en mitad de la persecución.
La arena se paraliza. No se oyen más que los sollozos de Ainsley en el suelo mientras llueven partículas brillantes sobre su cuerpo.
—La paje Edwards necesita asistencia médica —dice Sel con frialdad—. El paje Johnson y ella están descalificadas. —Luego, se vuelve hacia el resto de nosotros y grita—: ?El tiempo corre!
Sydney y yo salimos disparadas de la zanja, y también las otras dos pajes, Celeste y Mina. ?Cuánto tiempo tenemos? ?Ocho minutos, tal vez? ?Ocho y medio?
Tengo que concentrarme.
Llevo el maniquí más pesado sobre los hombros, pegado a mi arma. Solo pienso en el objetivo acordado: llevar a las víctimas.
Detrás de mí, una de las dagas de Sydney silba en el aire. Un golpe seco. El jabalí que me persigue cae al suelo. La tierra tiembla.
No miro atrás; pensaba matarlo de un solo golpe, y no me cabe duda de que lo ha hecho.
El maniquí es pesado, pero en cuanto tomo impulso, casi me olvido de él. De repente, estoy en el otro lado y lo levanto por encima de la cabeza como un saco de patatas.
Corro a toda velocidad de vuelta a la base, con la esperanza de mantenerme fuera de la vista del otro jabalí. Sé que Sydney quiere conservar la otra daga. No la malgastará conmigo.
Por el rabillo del ojo, la veo bailar y alejarse del monstruo. No, no puedo mirar. Un único objetivo: llevar a las víctimas.
Me deslizo dentro de la base y levanto el siguiente maniquí; es más peque?o, tal y como planeamos.