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Es evidente que Sydney me desprecia. En cuanto Tor nos emparejó, me lanzó una mirada con fuerza suficiente para causar quemaduras de tercer grado.
No parece importarle mucho Vaughn, así que no es eso. A su favor, se dirigió a mí y me soltó a bocajarro por qué no le gusto: —He venido a ganar y no confío en nadie más aquí.
Justa y directa. No la culpo.
Por desgracia para ella, esta noche tendrá que confiar en mí.
Porque la única manera de que alguna de las dos pase a la segunda prueba es formar un equipo.
Si fallo esta noche, ella también, y se quedará fuera. Eliminada.
Las dos lo estaremos. Por eso no fallaré.
Sydney se posicionó de inmediato en la cima de la peque?a cresta y me ordenó que me quedara abajo en la zanja de nuestra base para vigilar a nuestras tres ?víctimas? comunes.
—?Alguna se?al? —susurro.
—Todavía nada —dice sin mirarme, molesta incluso antes de empezar.
Compruebo el peso del maniquí de tama?o medio. Debe de pesar al menos setenta kilos. Me lo coloco encima de los hombros, me equilibro con los talones y me pongo en cuclillas como me ha ense?ado mi padre. Me tiemblan las rodillas, pero levantó y sostengo el maniquí en el aire.
La pregunta es ?podría correr con él?
La ?arena? es una franja plana de tierra que atraviesa el bosque detrás de la logia. En algún momento, se despejó para dar paso al tendido eléctrico, pero ahora solo es una carretera abierta y cubierta de hierba entre dos densas extensiones de bosque. El ancho de un campo de fútbol de un lado a otro. Hay pajes como nosotras apostados a quince metros de distancia en cada lado, ocultos entre árboles y arbustos o metidos en zanjas. En algún punto de una de las crestas elevadas, nueve descendientes y escuderos con una vista clara de la prueba que se avecina.
Las linternas nos iluminan lo justo para movernos por la arena; alumbran los puntos de partida de cada equipo y, al otro lado del campo, dónde tenemos que terminar si queremos ganar.
Sydney se da golpecitos nerviosos en el muslo con una de sus dagas. La brillante hoja es tan larga como mi antebrazo y está muy afilada. Había venido preparada esta noche con dos fundas ya atadas a las piernas, así que no recogió ningún arma del montón que Russ y Evan depositaron frente a los doce pajes. En cuanto nos presentaron las opciones, se marcharon para unirse al resto de los legendborn que observaban la prueba. Nos dejaron vía libre para elegir entre espadas, dagas, lanzas largas, mayales e incluso un látigo, pero no dieron ninguna pista sobre qué objeto vendría mejor.
No soy débil, soy bastante fuerte y tengo buena resistencia gracias al equipo de atletismo del instituto de Bentonville, pero no he manejado un arma en mi vida. Me asustaba cortarme un brazo, así que elegí el bastón de madera corto y pesado, que Whitty llamó ?garrote?, y me lo até a la espalda con el arnés de cuero.
No nos dieron ningún tipo de armadura.
—Ahí.
Dejo que el maniquí caiga al suelo con un fuerte golpe y me arrastro hasta Sydney.
—?Dónde?
—?No se te ha pasado el encanto, Matthews? ?Usa los ojos! El mago del rey está justo ahí.
Se?ala con un dedo un extremo de la arena. Selwyn, vestido de negro, se confunde con la línea del horizonte, pero lo distingo a la luz de las estrellas, de pie en el centro del terreno.
Sin previo aviso, extiende los brazos a ambos lados del cuerpo.
Enrosca los dedos en el aire para extraer éter del cielo nocturno en ondas pesadas y rítmicas. Un tornado de llamas de color azul plateado se forma en una palma y luego en la otra. Cada vez son más altos, hasta que las bocas abiertas de los embudos se extienden tres metros por encima de su cabeza. Nos protegemos los ojos ante el brillo cegador. Me fijo justo a tiempo para ver cómo empuja ambas palmas hacia el otro extremo de la arena y lanza todo el éter con un rugido directo hacia el centro. El fuerte olor a canela quemada me llega a la nariz, suficiente para toser.
Sabía que Sel era fuerte, pero nada de lo que le había visto hasta ahora me había preparado para esto.
Las llamas serpentean por el aire. Giran. Se funden. Fluyen en seis formas anchas y gru?onas. Formas a las que les crecen unas patas cortas y rechonchas. El pelaje translúcido se eleva en una larga cresta de espinas. El éter se solidifica en unos ojos azules oscuros y centelleantes. Se extiende en unos hocicos cortos. Se afila en puntas cristalinas al final de unos colmillos largos y mortales.
—?Jabalíes infernales? —susurro horrorizada.
—Jabalíes infernales del tama?o de un pu?etero bisonte — murmura Sydney, que mira con los ojos entrecerrados a la criatura brillante que tenemos enfrente. Patea la tierra y, a diferencia de Sel, sus pezu?as profieren un ruido de desgarro al arrancar la hierba en grandes trozos.
Dos pajes por equipo. Tres equipos corren a la vez. Un objetivo: llegar al otro lado con todos los cuerpos, verdaderos y falsos, de una pieza.
En menos de diez minutos.
—No son reales.
—Nos van a despedazar como si lo fueran. A nosotras, y a ellos.
—Se vuelve para evaluar a las tres víctimas de rescate. Miro la pesada carga y su piel de arpillera cosida con ansiedad renovada.
Nos han asignado al segundo grupo de tres, así que quizá veamos las estrategias. Y los errores.
Un silbido corta el aire y no pasa nada.
Una brisa serpentea entre los árboles. El corazón me martillea las costillas. La arena está inmóvil.
Vaughn y Spencer saltan de su base y despegan como cohetes.
Cada chico lleva una espada en una mano y un maniquí sobre el hombro. Dos jabalíes chillan y se lanzan tras ellos.
Whitty y Blake salen a continuación. Blake va en cabeza y gira la lanza con precisión mortal. Las vueltas distraen a ambos jabalíes y Whitty sale disparado al otro lado, con el maniquí a cuestas.
En el campo, Carson balancea un mayal de mango largo para mantener a raya a los dos jabalíes.
Greer le sigue, con los dos maniquíes más ligeros colgados en una carga de bombero.
Los sonidos atraviesan la noche, armas que giran, zumbidos, gritos, chillidos, gru?idos. Todo se?ales de una posible victoria o de una lesión.
Vaughn y Spencer están más cerca y nada me gustaría más que ver a Vaughn perder, así que estudio su intento con más atención que el de los demás.