Legendborn (Legendborn #1)

26

Me siento como si el universo me hubiera agarrado y lanzado al vacío.

La sensación de movimiento es muy potente: vuelo, me expando y, de pronto, todo se detiene.

Caigo hacia delante sobre las palmas de las manos, mareada, mientras doy grandes bocanadas de aire polvoriento que se me aferra a la parte posterior de la garganta y me llena la boca del sabor del cobre.

—Estás bien, Bree. —La voz de Patricia me tranquiliza desde algún lugar cercano a mi hombro. Está de pie a mi lado y sus zapatitos planos de vestir quedan a la altura de mi mu?eca. Abro los ojos y descubro que tengo las manos extendidas sobre un suelo de arcilla compactada y desmenuzada que se ha cepillado y alisado hasta formar una superficie uniforme. Un suelo. Estoy dentro de un edificio. No, una caba?a.

Pero estábamos al aire libre, en el cementerio.

Una mujer gime cerca, un sonido estrangulado de dolor. Levanto la cabeza en busca del origen y casi me caigo de nuevo.

El peque?o espacio rectangular solo está iluminado por una chimenea a la altura de la cintura en el centro de la pared más larga. Las paredes son de tablones de madera tosca, y entre cada par de tablas hay trozos de tela metidos entre los huecos para apuntalar las aberturas y protegerse de la noche. A mi lado, en el suelo de tierra, hay dos mantas finas, de un marrón borroso, con los bordes desiguales y rotos. Cuando me fijo en la chimenea, el calor que desprende me golpea en la cara y sé que no es un sue?o, que esto es real.

Por tanto, también lo son las dos figuras que se encuentran frente al hogar, una mujer negra tumbada en una zona del suelo cubierta de paja, cuyo cuerpo apenas distingo, y otra mujer negra de mediana edad inclinada sobre su compa?era, con un vestido largo y sencillo y un gorro de algodón blanco.

La mujer inclinada vuelve a gemir y la otra la tranquiliza en voz baja y tranquila.

—Aguanta, Abby, aguanta. Ya viene Mary.

Abby sisea en respuesta y el sonido refleja un dolor repentino, tan agudo que deja sin aliento.

—?Dónde estamos? —Mi voz es apenas un susurro y casi se pierde entre los gritos de Abby. Me pongo en pie. A mi lado, el rostro de Patricia está contraído mientras observa la escena que tenemos delante.

Habla a toda voz, sin susurrar.

—A unos veinticinco kilómetros de donde estábamos sentadas en el cementerio.

—?Cómo…?

El rostro de Patricia es una extra?a combinación de pena y orgullo.

—La rama de la raíz que conozco me permite trabajar con los recuerdos, comprender su energía y su poder en el presente. Te he llevado a un paseo por la memoria, una especie de viaje en el tiempo, si así quieres entenderlo, a un recuerdo de mi antepasada, Louisa, cuya tumba visitamos. Es poco ortodoxo que una artesana de la memoria traiga a alguien de fuera de la familia en un paseo, pero esperaba que mis intenciones estuvieran claras. Con mi ofrenda, le pedí a Louisa ayuda para mostrarte el mundo y la gente que crearon nuestro arte. Este es el recuerdo que Louisa ha elegido. —Inclina la cabeza hacia Abby, cuyo cuerpo aún no distingo con claridad. Solo le veo la cabeza y los hombros. Sus ojos de cervatillo están enmarcados por unas largas pesta?as que la gente paga por recrear y sus rizos apretados son gruesos y abundantes, alrededor de una cara de bronce en forma de corazón.

No tendrá más de veinte a?os.

—Es un ejemplo de las circunstancias que fortalecieron la alianza de energía entre los vivos y los muertos hasta dar lugar a la tradición que llamamos arte raíz.

Un escalofrío me recorre, incluso con la chimenea encendida en la habitación.

—?Estamos dentro de un recuerdo?

Nadie de la Orden ha mencionado nada como esto. Sel es un ilusionista y un hechicero, capaz de manipular los recuerdos con los encantos, pero ?viajar dentro de ellos?

—Sí —confirma Patricia—. Este lo conozco muy bien. Estamos a principios de junio de 1865. Un par de meses después de la batalla de Appomattox; antes del Día de la Liberación. Tenemos que acercarnos. Mary está a punto de llegar.

Da un paso adelante, pero yo me quedo atrás y niego con la cabeza, porque no me cuesta adivinar el origen del sofocante y aterrador olor a cobre. Sangre. Mucha.

Cuando Patricia se percata de que no la sigo, se fija en mi expresión y me mira con simpatía.

—No pasa nada por tener miedo, Bree. Como muchas cosas reales, esto es horrible, y muy duro. Si te sirve de algo, Abby sobrevive, con la ayuda de Mary. Vive una larga vida después de esta noche.

Sí que me sirve, un poco.

—?No nos verán? —Pregunto mientras observo cómo Louisa retuerce un pa?o húmedo en un cubo cercano, con la preocupación grabada en el rostro moreno. Incluso en mitad de la crisis, sus manos son firmes.

—No. El espíritu de Louisa nos trajo aquí, pero lo pasado, pasado está. Ni nos ve ni nos oye. Ni ella ni nadie.

Me muerdo la mejilla por dentro.

—Pero ?por qué ha elegido este recuerdo?

—Ya lo verás. Ven. —Patricia me ofrece la mano y la tomo.

Al acercarnos, la desvencijada puerta de la caba?a se balancea hacia adentro y una mujer joven de piel oscura con un vestido beis intenso entra en la habitación, con los elegantes rasgos tensos de concentración.

—?Qué ha pasado?

Louisa exhala aliviada y se levanta. Toda la parte delantera de su vestido está manchada de sangre seca.

—Ese chico con cara de rata, Carr, ha venido a por ella.

Louisa retrocede mientras Mary se adelanta. Tiene una bolsa de tela en una mano y, mientras se arrodilla, hace el nudo de la parte superior.

—?Qué ha dicho que hizo?

Una mueca de desprecio distorsiona los bonitos rasgos de Louisa.

—Las mismas mentiras de siempre. Que ha molestado a una blanca en la calle, que le ha contestado o cualquier tontería.

Mary tiene ahora la bolsa abierta y la extiende sobre la tierra. En su interior, hay manojos de hierbas, botellitas de cristal verde con líquidos turbios y algunas plantas recién arrancadas del suelo, con la tierra húmeda todavía pegada a las raíces enjutas.

Hace una mueca.

—Te apuesto lo que quieras a que cuenta una historia distinta cada vez.

Louisa está furiosa y los pu?os le tiemblan a los lados.

—Chloe me dijo que corrió a la guarnición en busca de ayuda, cuando le he dicho una y otra vez que no están aquí para protegernos, sino para mantenernos a raya. Carr la sacó a rastras.

—Los ojos de Louisa se endurecen como el pedernal—. La dejó allí en el suelo, desmayada por los latigazos. Chloe y yo la trajimos aquí; se despertó a mitad de camino. La he mantenido calmada, pero…

—?Mary? —La voz de Abby es un susurro tenue.

—Estoy aquí, Abby —asegura mientras sus manos trabajan en los materiales del suelo.

Tracy Deonn's books