Legendborn (Legendborn #1)

*

Después de aterrizar, Cecilia me arrastra a paso rápido. No necesito volverme para saber que Luisa no nos acompa?a.

—Por aquí.

Estamos de vuelta en la UNC, en la oscuridad total de la madrugada.

Cecilia me arrastra hasta el centro del campus a un ritmo vertiginoso.

—?Por qué me has ense?ado eso?

—Porque tenías verlo —dice sin aliento y se hace eco de las palabras anteriores de Louisa.

—?Necesitaba ver al bebé? —Jadeo—. ?Qué era?

Me lo explica sin detenerse.

—Un ni?o de la encrucijada, nacido de un hombre de la encrucijada. El padre caminaba entre nosotros y compartía nuestra forma, pero en realidad era un demonio nacido de las sombras. El ni?o es medio humano.

Tropiezo por la explicación fría y distante de Cecilia. Me tira de la mano para levantarme.

?Nacido de las sombras, pero con forma humana. Un hombre de la encrucijada?. ?Es cómo llaman las rasanas a los goruchel? Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, nunca habría creído que algo así fuera posible.

—?Qué le pasó al bebé de Pearl?

—La obligaron a desecharlo antes de que creciera lo suficiente como para hacer da?o.

?Desecharlo?.

—Estamos cerca. Presta atención.

Miro alrededor. No sé en qué época estamos, pero debe de ser reciente, porque reconozco los edificios, los árboles y los caminos.

—?Me llevas de vuelta con Patricia?

—No. Es Ruth la que te quería aquí.

—?Quién es Ruth?

Cecilia no responde, no le interesa hablar. Nos detiene cerca de un banco de piedra situado bajo un álamo centenario. Antes de que haga más preguntas, pasa una mujer de aspecto familiar, con las manos metidas en los bolsillos y una moderna bandolera colgada del hombro. Parece una estudiante.

—Ruth. La hermana de Patricia.

Abro los ojos de par en par. ?La hermana de Patricia?

Cecilia vuelve a arrastrarme hasta que caminamos junto a la mujer, que parece no vernos. Lleva puestos unos auriculares de los de toda la vida con una banda metálica sobre una melena lisa casta?a.

Las tres, una mujer esclavizada del siglo , una adolescente

del

y una estudiante universitaria del

, nos entremezclamos

con los estudiantes de la UNC en el patio de ladrillos del edificio principal. No sé qué pasará si toco a los universitarios que están cerca y no quiero averiguarlo. Bajamos los escalones hasta la calle, detrás de los almacenes, y Ruth nos conduce por South Road y a través del camino hasta el centro mismo del campus de la UNC, la torre del reloj. Cuando llegamos al borde de la sombra de la torre, Ruth se paraliza y se agacha de repente detrás de uno de los límites del césped de la torre. Se quita los auriculares de las orejas.

—?Por qué se ha detenido? —pregunto.

Cecilia se?ala.

—Por eso.

Las tres miramos hacia las sombras detrás del patio de ladrillos en la base de la estructura, donde una figura encapuchada está de pie en una zona oscura de hierba en el lado más lejano del césped, casi oculto a la vista. Sea quien sea, se ha colocado de manera estrategia y se ha detenido justo donde la imponente torre le protege de los transeúntes nocturnos y bloquea el apagado resplandor anaranjado de las farolas del campus. Llega a mis oídos el sonido de unos cánticos bajos y ásperos. No es inglés. Tampoco es el galés de la Orden.

Me balanceo sobre los pies mientras escucho, cautivada por un instante. He avanzado medio paso hacia delante antes de salir del aturdimiento repentino. Me estremezco. Algo no va bien, aquí bajo la sombra de la torre.

Cecilia me da un codazo.

—Ve. Acércate. No te ven.

—?Igual que Louisa y tú no me veíais? —siseo.

—Fuerzas más grandes que Patricia te acompa?an —dice Cecilia y entrecierra los ojos—. El camino original que trazó se ha visto arrastrado por la corriente de energía ancestral de nuestra familia como una hoja en un río. Las antepasadas no te liberarán hasta que hayan acabado. Ahora, ve.

Me empuja con fuerza hasta que me rodeo el seto hacia el césped.

Cuando me acerco, la figura que canta se aparta para que solo le vea la sudadera negra con capucha y los vaqueros. Mira por encima del hombro, como si un ruido le hubiera llamado la atención, tal vez Ruth, y me quedo paralizada, pero mira a través de mí, como si no estuviera allí.

Incluso a medio metro de distancia, no distingo sus rasgos.

Tiene puesta la capucha, pero incluso su nariz y su boca son solo formas sombreadas. Cuando se asegura de que está solo, el personaje se da la vuelta y saca un peque?o objeto del bolsillo. Un frasco de líquido oscuro. Desenrosca el frasco y lo vierte sobre una mano enguantada. Me doy cuenta de que es sangre, y se cubre las palmas y los dedos hasta que el cuero brilla.

Camina despacio por la hierba mientras agita el guante ensangrentado en el aire, con la palma de la mano hacia fuera, dejando un arco de llamas místicas verdes a su paso. La llama queda suspendida en el aire como un arco iris esmeralda y luego se vuelve líquido. El éter brillante fluye hacia el suelo en gruesas estelas. La figura retrocede, cantando, y el éter se extiende hasta convertirse en un velo brillante más alto que un hombre y de al menos seis metros de ancho. Hay un rugido, que se eleva como una ola en mis oídos, y luego un fuerte rasguido.

Siento el tirón en la columna vertebral, pero justo antes de que el mundo desaparezca por última vez, veo cómo docenas de pies con garras semicorpóreas atraviesan el velo y aterrizan en la hierba. Un aullido grave se eleva fuera de la vista, y el sonido confuso se vuelve más claro, más fuerte.

Sabuesos infernales.



*

Vuelvo en mí con un jadeo, sentada tal y como estaba antes del paseo de Patricia. Hay un sonido que no consigo descifrar. Una ?i?.

Lo vuelvo a oír. Una pregunta. Parpadeo y veo a Patricia de rodillas, con las manos temblando sobre mis hombros. Mueve la boca y esta vez sí la oigo.

—?Bree?

—Patricia.

—Gracias a Dios. —Me atrae para darme un abrazo y luego se sienta—. Estabas aquí, pero no estabas. Respirabas, pero no respondías. Louisa no me dejó llamarla de nuevo. Tenía la sensación de que debía esperar, aunque…

Sacudo la cabeza para despejar la niebla, pero los recuerdos, que ahora me pertenecen, se niegan a soltarse. Las imágenes se graban en el interior de mi mente y retumban en mi conciencia como tambores. La espalda de Abby. Las manos de Mary. Los manipuladores de sangre. La mirada decidida de Pearl. El ni?o de la encrucijada y sus ojos de un naranja dorado. La puerta de los sombríos.

Una manada de sabuesos infernales que cruzó a nuestro mundo.

Busco los ojos de Patricia.

—Tienes una hermana llamada Ruth.

Parpadea.

—La tenía. Murió hace unos a?os.

—Ah —susurro—. No me había dado cuenta.

Patricia sonríe como si supiera lo que estoy pensando.

—He caminado con ella. La echo de menos y, sin embargo, la veo cuando lo necesito. ?Por qué lo preguntas?

—Porque también he caminado con ella. Cuando estudiaba aquí. ?Cuándo se matriculó?

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