Inclina la cabeza como si procesase la idea.
—Entonces lo éramos.
—Nunca hablas de tu madre.
Su sonrisa se torna en una mueca en una de las comisuras.
—Otro día.
Me estudia como la primera noche que nos conocimos. Parece que fuese hace una eternidad, pero solo han pasado cuarenta y ocho horas. En otras cuarenta y ocho, sabré más sobre la magia de mi madre, y quizá sobre la mía.
—Tenemos que hablar.
Levanto una ceja.
—?Sobre el hecho de que eres el heredero del rey Arturo?
—No soy el heredero. Soy uno de muchos.
—?Por qué no me lo dijiste?
Pregunto, con la irritación a flor de piel.
El calor se refleja en sus ojos.
—?Cuándo debería haberlo hecho? ?Cuándo exactamente, Bree? ?En los diez minutos antes de pronunciar el juramento? ?En los dos minutos antes de que Sel te atacara?
Me cruzo de brazos.
—Sí.
Me mira, con la mandíbula desencajada. Inhala, luego exhala por la nariz.
—?Te han hablado de las líneas?
—He visto el Muro.
—?Quién?
—William.
—?Y qué más te ha contado William?
—Sé lo de Camlann.
Su mirada se endurece.
—Entonces sabes por qué quiero que renuncies.
—Ya te he dicho que no renunciaré. —Parpadeo, sobresaltada por cómo me mira—. ?Hicimos un trato!
—Anoche cambió el trato. Si Camlann se acerca, convertirse en escudera, mía, de William o de Pete, es demasiado arriesgado.
Después no podrás largarte sin más; estaremos en guerra. —Me agarra por los brazos e inclina la cabeza para mirarme a los ojos—.
En Camlann, la gente muere, Bree.
El pánico me revolotea en el pecho como un pájaro enjaulado.
—No, es la única manera. Este a?o. Ahora.
—Nunca debería haber accedido a esto, pero quería ayudarte.
—Sus dedos se tensan donde me sujetan—. Ser escudera en tiempos de paz es una cosa. Cuando reclamase el título, tenía planeado intervenir y sacarte de aquí antes de que hicieras el Juramento del Guerrero. Pero ?ahora? La Orden está alerta y conozco a Sel. Podrían ordenarle que te vinculase a tu descendiente de inmediato. No dejaré que lo haga.
Me suelto de su agarre. Veo la palabra en sus ojos aunque no la diga. Deterioro.
Nick no quiere que sufra las consecuencias del vínculo. No quiere que muera antes de tiempo. El afecto y el miedo en su cara, todo por mí, me nubla los pensamientos. Sin embargo, también hay determinación en los ángulos agudos de su frente y su mandíbula.
En este momento, me ofrece la opción de marcharme. No obstante, ahora que sé quién es y en qué podría convertirse, sé que esa opción desaparecería.
Busco en su mirada, con duda. ?Lo haría? ?Me echaría? ?Se lo permitiría?
Pruebo otra cosa.
—Puedo resistir el juramento.
—Tal vez, pero tu descendiente lo sabrá, por lo que Sel lo sabrá.
Te mandará con los Regentes.
—Ordénale que no lo haga. O encontraremos la información de otra manera. Tal vez pronuncie el juramento y deje que surta efecto.
—Levanto las manos—. Sé lo del Deterioro.
Abre los ojos de par en par como si hubiera dicho una palabrota.
—Eso es…
—?Lo que estoy dispuesta a arriesgar por descubrir la verdad! — Empieza a protestar, pero le corto otra vez. La decisión quedó clara en cuanto la dije en voz alta—. Mi madre habría hecho lo mismo por mí.
Tras una larga mirada de evaluación, asiente.
—No me gusta, pero lo entiendo.
La tensión de la habitación se disuelve un poco y respiro mejor.
—Tal vez Camlann no llegue, después de todo. William dijo que Arturo no ha llamado a su descendiente en doscientos cincuenta a?os.
—No ha tenido que hacerlo, pero eso no significa que no lo hará. —Se pasa una mano por el pelo—. Dios, ojalá las cosas fueran diferentes para ti. ?Tienes idea de cuántos descendientes y escuderos desearían marcharse?
—?Como tú?
Se le tensa la mandíbula; luego se relaja. Me doy cuenta de que he observado diferentes versiones de la misma progresión de emociones desde que nos conocimos. Ira, contención y resignación.
—Nadie, ni siquiera los Regentes, creía que me llamarían. Mi renuncia era simbólica. Política. Una pataleta infantil. Por eso, habrá que tomar medidas simbólicas y políticas para que el reino y la Mesa vuelvan a confiar en mí. Para poseer el título en su totalidad.
Hasta anoche, las probabilidades habían estado a su favor.
Doscientos a?os desde que alguien de la línea dio un paso al frente, o pudo darlo. Ahora lo veo. La desesperación en su rostro es por mí, pero también por él mismo. El camino que tenemos por delante es largo y los puentes se han quemado.
—?Qué pasaría si…?
Se sienta en el banco de la ventana con un suspiro.
—Si me llama y despierto, heredaré la fuerza y la sabiduría de Arturo. Me han entrenado para ese momento desde que aprendí a caminar. Si el ejército de los sombríos se levanta, no dejaré que mis amigos combatan solos.
—?Y el Deterioro?
Su rostro se torna grave.
—Mi padre dice que la determinación es el regalo más preciado de la muerte.
—La muerte no regala nada.
—Díselo a un descendiente.
Le doy un golpecito en el pie y se mueve para compartir el banco.
—No quieres liderar.
Responde sin mirarme a los ojos.
—Nunca he querido.
—?No quieres la gloria? —Me inclino hacia él—. ?No quieres ser rey?
Entonces se vuelve hacia mí con seriedad.
—Bree, si consigo todo eso, significará que Camlann es inevitable. No quiero que el mundo necesite un rey.
21
Diez minutos después, bajamos las escaleras con una especie de sensación espinosa rebotando entre nosotros. Ayer entramos de mutuo acuerdo en el gran salón, pero cada uno contaba con información limitada sobre la naturaleza de nuestra situación.
Veinticuatro horas después, el mundo de Nick se dirige a la guerra y yo me preparo para desentra?ar la historia de mi madre. A medida que nuestros caminos continúen, ?encontraremos un terreno común?
Cuando llegamos al vestíbulo, los sonidos de la cena nos llegan desde el amplio comedor que está a la vuelta de la esquina.
Cubiertos que tintinean. Sillas que se arrastran por el suelo. Voces.
Miro atrás y encuentro a Nick observándome, con la misma incertidumbre que yo siento reflejada en la cara.
—?Estamos bien, B?
Asiento.
—Estamos bien.
Esboza un amago de sonrisa.
—No sé por qué, pero…
De repente, las puertas de entrada se abren y una lluvia ligera y húmeda salpica las baldosas. En el exterior, tres mujeres están inmersas en una conversación y sacuden los paraguas en el patio antes de entrar. Visten de la cabeza a los pies con ropa típica de un club de campo, blusas, chaquetas de punto, pantalones cortos y tenis blancas e impecables. Sus rostros pálidos y perfectamente controlados se iluminan al ver a Nick.
—Ver para creer. —La mujer de la izquierda lleva un pa?uelo al cuello del amarillo intenso de la línea de Owain.
—?Ese es…?
—Nick Davis. —dice la mujer más alta, una morena, en voz baja. La primera le da un codazo y se corrige—. Perdón.