El pelirrojo cierra la puerta con una sonora carcajada que resuena por el vestíbulo.
Nick me espera al final de las escaleras y culpo a Alice Chen de lo que se me pasa por la cabeza cuando me acerco, porque solo pienso en que parece una comedia romántica hecha realidad. Tiene las manos metidas en los vaqueros oscuros y lleva un jersey azul que le resalta los ojos. Unos ojos que me devuelven la mirada, con una expresión dulce e ilegible.
Cuando llego al rellano, inclina la cabeza hacia la izquierda.
—Por aquí.
*
Mientras que el exterior es como un castillo y el interior de la planta baja parece una mansión, el primer piso, plagado de rojos, marrones y amarillos, es el verdadero origen del nombre de la logia.
Los suelos de pino restaurados conservan las muescas y espirales de los árboles originales y la pesada tela de brocado que recubre las paredes entre las puertas lo convierte en un piso cálido y acogedor. Alguien tiene la música lo bastante alta como para que tiemblen los apliques.
Se abre una puerta y salen Felicity y Russ, cuyas risas silenciosas llenan el pasillo.
Cuando la pareja se da cuenta de que nos acercamos, la cara de Felicity se torna del color de su pelo.
—?Ah! ?Hola! —Saluda con una mano mientras sacude a Russ con la otra, que no se despega de ella. Parece nerviosa y resulta adorable, mientras que él está simplemente radiante. No sé si sentir compasión o reírme.
Nick ni se inmuta.
—Felicity, ?cómo te sientes?
Russ se inclina y le acaricia el cuello.
—Eso, Flick, ?cómo te sientes?
La chica abre los ojos como platos y lo empuja con demasiada fuerza. Russ sale volando y queda suspendido en el aire durante un segundo antes de aterrizar en cuclillas al otro lado del pasillo.
Mientras Felicity jadea horrorizada y se disculpa, Russ se ríe son control y apenas logra responder.
—?Te vale como respuesta, Nick?
—Sé responder sola, ?gracias! —Felicity se nos acerca con toda la dignidad que logra reunir—. Estoy bien, gracias por preguntar.
Solo que todavía no me he acostumbrado del todo a la fuerza. — Mira a su escudero, que está de pie con una amplia sonrisa.
—Yo tampoco —dice y se nos acerca.
—También hemos descubierto que Lamorak tenía mal genio — a?ade ella—. No es la mejor herencia posible, que digamos.
—?Estáis bien? —Nick levanta una ceja—. No os estáis peleando, ?verdad?
—No —Felicity se sonroja—. No exactamente.
Nick abre la boca, se fija en la risa apenas contenida de Russ y las mejillas se sonroja.
—Nos vemos abajo en la cena.
—?Claro! —El chico rodea con el brazo el hombro de su descendiente.
Los dos bajan las escaleras a toda prisa y Nick me hace un gesto para seguir andando. Nos detenemos en una habitación con el número 208 y se saca una llave del bolsillo.
—Nunca la uso, pero mi padre mantiene esta habitación para mí.
—?Por qué no lo usas?
Se encoge de hombros y empuja la puerta hacia dentro.
—Vivir aquí enviaría cierto mensaje.
Empiezo a preguntar a qué se refiere, pero cuando veo la habitación y caigo en la cuenta de que es ahí donde quiere que hablemos, se me apaga el cerebro por unos instantes.
Es lo bastante grande para que quepan sin problema una cama de matrimonio, una cómoda, una cajonera y un escritorio de caballete sin perder el espacio abierto, que es más de lo que puede decirse de mi habitación en la residencia. Me pregunto si todas las habitaciones de la logia tendrán una distribución similar, con muebles parecidos. Supongo que las que ocupan otros miembros no estarán decoradas con rayas azules y blancas de temática marinera y una alfombra en forma de ancla a los pies de la cama.
Lord Davis se ha pasado por Bed Bath & Beyond.
Nick cierra la puerta detrás de mí. Cuando paso al interior, me doy cuenta de que nuestras habitaciones tienen algo en común: están poco habitadas. No parecen las pertenencias de nadie, y mucho menos a Nick.
Cuando me giro para decirlo, me encuentro rodeada por sus brazos y el fresco aroma a lavandería y cedro me envuelve en una cálida nube. Sus manos son tan grandes que me abarcan toda la columna vertebral. De sus palmas irradia calor donde me toca. Con la cara pegada a mi cuello, murmura:
—Esa cosa iba a matarte delante de mí. Solo pensaba en que era culpa mía por meterte en esto.
La preocupación y el sentimiento de culpa que transmite su voz apagada me llenan los ojos de lágrimas. Sin mi permiso, lo abrazo también.
—Tiene gracia —digo para intentar aligerar el ambiente—. Yo me he echado la culpa por meterte en esto.
Cuando se ríe, los músculos de su espalda se flexionan bajo mis dedos.
—Ya, bueno, yo lo he dicho primero.
Sonrío en su hombro. De repente, esas sensaciones ?sin motivo? están totalmente justificadas.
Nick levanta la cabeza. Me estudia la cara, la mejilla curada y el torso.
—?Seguro que estás bien?
Acerca la mano izquierda a mi costado y roza con los dedos el material de algodón que cubre el moratón ahora púrpura y negro de mis costillas. Entonces, creo que se da cuenta de lo cerca que tiene los dedos de otras partes de mí, por lo que da un paso atrás.
Nuestros brazos caen con torpeza a los lados.
Me sorprende que supiera comprobar si tenía una herida allí, que prestara tanta atención al sitio donde me agarró el uchel. Me llaman la atención las dos huellas de color fresa que le manchan las mejillas.
—Magullada —murmuro, aún cálida y confusa—. Solo magullada.
Su voz sale un poco ronca.
—Bien.
—Sí.
—Vale.
Me aclaro la garganta.
—?Qué tal la cabeza?
Se frota la espalda.
—?Como si me hubieran dado un golpe?
—Esa respuesta es increíble y del todo normal a la vez, ?no crees?
—Es una situación increíble y del todo normal a la vez.
Le brillan los ojos.
Nos miramos y nos enfrentamos a este momento que resulta al mismo tiempo nuevo y desconocido, algo que hemos pedido y que no esperábamos. Los ojos de Nick son del color paciente de un cielo nublado.
Me volteo primero.
—Así que esta es tu habitación.
??Por qué he dicho eso? Ya lo hemos hablado. Por Dios, Bree?.
—No he tenido nada que ver con la decoración.
Me había equivocado. La habitación no carece por completo de la personalidad de Nick. Hay algunos objetos personales clavados en la pizarra de corcho encima del escritorio. Cuando me acerco, veo una foto de un Nick en primaria frente al hábitat del lobo rojo en el zoológico de Carolina del Norte. Tiene el pelo rubio y le faltan varios dientes en la sonrisa. Debajo, hay un premio a la excelencia académica de la secundaria. El último elemento es una foto de Nick a los once o doce a?os, con su padre y una mujer rubia sonriente que debe de ser su madre. Tiene sus ojos y su sonrisa, aunque en esta foto, la de Nick la oculta casi por entero un aparato. Están de pie frente a una gran colina bajo un cielo azul claro.
—Arthur’s Seat —informa Nick—. Mi padre nos llevó a Edimburgo durante las vacaciones de verano. No se resistió a sacarse una foto con su hijo el escudero.
—Se te ve feliz.