Intento reconstruir los siguientes pasos para ducharme, y me quedo en blanco.
En casa también me pasaba. Las semanas posteriores a la muerte de mi madre, conseguía dar el primer paso de alguna tarea mundana, como desnudarme y meterme en la ducha, abrir la nevera y guardar la carne de la charcutería o meter la ropa sucia en la lavadora, y el siguiente paso se me olvidaba. Como un molino antiguo, mi mente daba vueltas y vueltas hasta que captaba el siguiente paso.
El pelo. Tengo el pelo sucio. Sí, de eso puedo ocuparme.
No había planeado ni siquiera mojarme el pelo hasta dentro de una semana más o menos, pero esta noche no me queda otra que lavarme los rizos, dado que huelen a enfermedad y a pantano.
Ma?ana estarán limpios y preciosos; aun así, suspiro ante el inesperado tiempo extra que me llevará. Es otra hora y media como mínimo antes de poder meterme en la cama, aunque me salte el acondicionado en profundidad y darle forma y lo recoja todo en una pi?a húmeda.
Alice vuelve mientras separo el grueso cabello húmedo en secciones.
—?Todo bien ahí?
—Sí. Acabo de darme cuenta de que tengo que lavarme el pelo.
—Uf.
—Ya.
Silencio. No se va. Me parece bien, porque quiero su compa?ía.
No la de cualquiera. La de Alice.
Debe de estar pensando lo mismo, porque desde el otro lado de la cortina de la ducha la oigo decir:
—?Te parece bien si me quedo aquí? Te veo un poco alterada.
—He pensado lo mismo.
—Pues chispas.
Me enjuago el pelo y empiezo con el acondicionador, orgullosa de saberme el siguiente paso.
También hay otro paso que debo dar esta noche.
—Oye, Alice.
—?Sí?
—Lo siento. Por lo de la cantera. En el fondo, sabía que irías si yo quería ir y supongo que me dio igual. Sé que el decano ha llamado a tus padres y no me imagino lo que te habrán dicho. Lo siento por mi papel en esto y por haberte gritado. —Se me llenan los ojos de lágrimas y tengo las manos demasiado sucias para limpiarlas—. Siento lo que te dije. Fue injusto y estuvo mal.
Alice suspira.
—Yo también lo siento. Fue mi decisión ir a la cantera, no tuya.
No debí atacarte por lo de las clases ni por estar aquí. Estaba enfadada y preocupada. —Una pausa—. Como estoy ahora mismo, por cierto. Entre preocupada y asustada.
Meto la cabeza bajo el grifo. Con los dedos temblorosos, reparto el agua entre los rizos apelmazados. Los divido de nuevo y aplico el champú.
—?Quieres contarme lo que ha pasado esta noche?
Sabía que llegaría, pero la pregunta me desestabiliza de todas formas. Tengo que presionar ambas manos contra los azulejos de la ducha para detener los temblores. Estoy limpia, en un sentido físico.
Sin embargo, aún me siento sucia.
—?Bree?
Cierro los ojos con fuerza, pero las imágenes que había tratado de enterrar me vienen en una rápida sucesión; la brusca subida del pecho de Nick cuando William le infundió éter en el cuerpo, la rabia oscura y amarga de Sel al arrancar los brazos y las piernas del uchel muerto y arrojarlos al bosque, cómo los cuerpos de los sabuesos se desvanecieron sin más después de un rato. Los recuerdos amenazan con asfixiarme, como los de la noche en que murió mi madre.
—No puedo.
Otra pausa. El champú me entra en los ojos. Pica.
—Confía en mí. ?Por favor? —pido, en voz tan baja que no estoy segura de que me oiga por encima del agua. Me cuesta respirar. Las lágrimas calientes de la Bree de después me arden tras los ojos.
—Vale.
No parece enfadada, pero se va sin despedirse ni dar las buenas noches.
La puerta se cierra con un chasquido y algo dentro de mí se rompe de nuevo. Escupo una ráfaga de aire, como si hubiera contenido la respiración durante horas y horas.
Entonces, mi piel estalla en llamas.
Vuelvo a plantar las manos en las paredes y en el suelo de baldosas, pero nada detiene la explosión rojiza que me sube por los dedos hasta los codos. Un fuego rojo me enciende las puntas de los dedos y me recorre los brazos con un fuerte silbido. Incluso bajo el agua, la llama se hace más brillante y me envuelve los codos como lianas brillantes.
El fuego me abrasa la piel sin quemarla, parpadea ante mi nariz como una mariposa salvaje.
Las manchas de mi visión pasan de unos diminutos puntitos negros a remolinos de obsidiana. Caigo de rodillas, con la mano extendida en las baldosas y con el corazón acelerado.
Llama mística.
Es lo que es.
No es azul plateado como la de Sel o la de los legendborn, ni verde como la de los sabuesos, pero sigue siendo una llama mística.
Saber lo que es sigue sin explicar por qué está aquí.
Por qué tiene el color descarnado y crudo de una herida abierta.
Por qué sale de mi interior.
Los únicos seres a los que he visto desprender llamas de sus cuerpos son los demonios. Sel ya cree que soy un sombrío. Si me ve así…
—No, Dios, no —gimoteo.
Tiene que haber otras explicaciones. Es la reacción retardada de mi cuerpo al juramento, el éter de Sel que sigue en mi piel, agriado por mi resistencia, o algo que el uchel puso en mí cuando me desgarró. Cualquiera podría ser cierta, o ninguna. La conclusión es la misma, si no puedo explicar qué está pasando, entonces tengo que encontrar la manera de controlarlo, porque de lo contrario…
?Te mataré. Sabes que lo haré, ?verdad? Sabes que puedo?.
Aprieto los ojos. Encuentro el muro. Doy forma a todas las imágenes que he usado para contener a la Bree de después, su explosiva y peligrosa rabia, y algo más.
Un muro de ladrillos. De acero. Con pernos del tama?o de mi pu?o. Un bloqueo de un kilómetro de altura.
Lo bastante alto como para contener a un gigante, lo bastante fuerte como para contener a un dios.
Una cámara acorazada de un banco con puertas a prueba de balas de medio metro de grosor.
Metales
irrompibles,
superficies
impenetrables,
alturas
inalcanzables.
Empujo todo mi ser detrás de ellas.
No hay fisuras, no hay costuras, no hay forma de entrar o salir.
Empujo, me agito y lloro hasta que me encuentro a salvo detrás del muro.
Cuando abro los ojos, las llamas han desaparecido.
18
Cuando despierto, tengo la cabeza despejada. Estoy cansada, pero me siento yo misma.
Me quito el pa?uelo de seda y estiro algunos rizos húmedos.
Dejo que los mechones se enreden en mis dedos y vuelvan a su sitio.
Mis brazos vuelven a parecer normales. Familiares. Ordinarios.
Solo que lo de anoche no tuvo nada de ordinario.
Repaso la explicación de Nick. El éter es un elemento del aire.
La llama mística es el subproducto que crea el éter cuando se lo convoca a un estado sólido. Los descendientes despertados y los merlines pueden invocarlo para diversos usos.
Me he centrado tanto en aprender sobre la Orden que no he pensado en mis propias capacidades.