—?Qué le pasa?
—Está borracho de éter —dice, como si eso explicara todo. Lo empuja con todo su peso, pero Sel se le echa encima. Sarah gru?e de frustración—. Debe de venir de unir a Felicity y a Russ. El Juramento del Guerrero es bastante potente y encima os ha juramentado a los demás también esta noche.
Ah. Vaya.
Recuerdo la mirada extra?a y embriagada de su rostro después del Juramento de Lealtad. Me fijo en sus ojos inyectados en sangre.
Sus labios oscuros separados, el rubor furioso de sus mejillas.
—?No lo estoy! —exclama. Tendría gracia si no supiera lo letal que es.
Sarah lo empuja con fuerza y Sel gru?e. Para mi asombro, ella le devuelve el gru?ido. Es una imitación ridícula y débil de un rugido, pero funciona. El merlín parpadea y hace una mueca de confusión que es todo lo contrario a intimidante.
—Lo estás —insiste Sarah—. Y no te dejaré solo con Bree en estas condiciones. Vamos.
—Esta noche no debería haber ocurrido, Sar —murmura.
Frunce el ce?o como si volviera a presenciar la escena—. Nada así ha ocurrido antes. Cuando los Regentes se enteren…
El tono de Sarah se vuelve calmante.
—No fue tu culpa.
—Eso no es lo que dirán —susurra Sel y su voz ronca casi se pierde por el viento. Me mira y estrecha la mirada en un gesto acusador.
—Es la paje de Nick. —Sarah le sacude el hombro—. La sabiduría del rey, amigo. Ni se te ocurra ponerle una mano encima.
Sel se burla.
—No ha despertado. Ni sabiduría ni hostias. Está tan obnubilado que no notaría la llamada de Arturo ni aunque le mordiera el culo.
Se fija en el sello de Nick en mi pecho y endurece la mirada hasta convertirla en un pedernal dorado.
—Si le haces da?o —murmura, con voz fría y hueca—, te mataré. Te consumiré hasta que tu sangre se convierta en polvo. — Observa cómo el miedo me inunda y curva la boca en una sonrisa viciosa—. Sabes que lo haré, ?verdad? Sabes que puedo.
Sarah se gira y presiona la espalda con el pecho de Sel para encararme a mí.
—Yo me encargo. ?Puedes volver por tu cuenta?
Mis pies ya empezaban a retroceder por la hierba húmeda. Me doy la vuelta y corro mientras la risa de Sel me persigue por la plaza.
*
Me tiemblan tanto las manos que necesito tres intentos para meter la llave en la cerradura. Cuando la puerta se abre, la atravieso y la cierro de un empujón.
Como si una puerta fuera a detener a Selwyn.
Me apoyo en la madera, con el pecho agitado. Espero. Espero.
Por si acaso.
—?Bree?
Salto. Con la mano pegada al corazón, busco a Alice en la penumbra.
Encuentra a tientas la lámpara de la mesita de noche.
—?Tienes idea de qué hora es? —Su voz se corta con brusquedad cuando la luz de la lámpara inunda la habitación—.
?Qué cojones?
Alice jamás dice palabrotas.
Me protejo los ojos de la luz.
—Siento llegar tarde.
Alice salta de la cama en pijama y se pone las gafas por el camino.
—?Qué te ha pasado?
Ni siquiera sé qué inventarme. En efecto, qué cojones.
—Eh…
—?Bree? —Dejo de tartamudear ante el temblor de su voz. Está frente a mí, con las manos a escasos centímetros de mis hombros, mientras me recorre la cara, el pecho y las piernas con la mirada—.
Dios mío. Estás herida.
Parpadeo.
—?Qué quieres decir?
Su voz es ahora frenética y se vuelve más aguda por el pánico.
—?Parece que te han arrastrado por el barro! —Se pasa una mano por la nariz—. Hueles a pantano. Tienes la camiseta agujereada. Estás sucia. Tu pelo… Por Dios, Matty. ?Qué mierda te ha pasado?
17
Abro y cierro la boca como un pez. Quiero mentir, pero ?dónde están las palabras? No tengo ninguna. No sé cómo explicar lo que ha pasado esta noche. Lo que he elegido.
El horror deforma la cara de Alice.
—?Quién te ha hecho esto?
Niego con la cabeza. Nadie me lo ha hecho. Al menos, nadie humano.
—Puedes contármelo si ha pasado algo. —Me agarra las dos manos mientras las lágrimas le brotan detrás de las gafas—. Te creeré.
Alice me conoce desde hace media vida. Hemos vivido fiestas de pijamas, rodillas desolladas y primeros cuelgues, y nos hemos asegurado siempre de que nuestras taquillas estuvieran una al lado de la otra.
Sus lágrimas me destrozan.
El sollozo que he contenido desde el bosque por fin estalla.
—Puedo llamar a alguien. A la policía del campus o…
—?No! —grito mientras me vienen a la mente Norris y el decano —. No es eso. Lo prometo.
—Vale —dice y mira de un lado a otro mientras procesa—. Si estás… Vale.
Cuando me convenzo de que no llamará a un vasallo sin darse cuenta, apoyo la cabeza en la madera.
Me frota los antebrazos.
—Vamos a lavarte.
Al igual que con William, dejo que me guíe fuera de la habitación hasta el ba?o común del pasillo, con mi neceser de ducha debajo del brazo. Al entrar, una chica que se lava las manos en uno de los lavabos nos mira de forma extra?a.
Cuando llegamos junto a la fila de duchas vacías, Alice tira de la parte inferior de mi camiseta.
—Te sentirás mejor después de una ducha. ?Necesitas ayuda?
Habla en voz baja y con claridad, como cuando alguien está tan asustado que no es capaz de asimilar frases complejas y tú tratas de calmarlo. Me doy cuenta de lo que hace, y se lo permito.
Funciona.
—Puedo sola —murmuro y me saco la camiseta por encima de los hombros. Tiene razón sobre los desgarros. Tres finos cortes cruzan la tela donde las garras del uchel me sujetaron.
La puerta se abre y se cierra; nos quedamos solas. Alice se inclina hacia una de las duchas y abre el grifo. Mientras prueba el agua, me deslizo hacia el otro lado para mirarme en el espejo.
No me extra?a que haya soltado un taco.
Estoy hecha unos zorros.
Mi recogido alto ya no tiene nada de bonito. Está casi intacto, pero la suciedad del uchel lo ha arruinado.
Los pegotes oscuros han endurecido los rizos sueltos de la frente y la nuca. Me brillan los ojos, tengo las mejillas hinchadas y trozos de suciedad en la nariz. La mayor parte de la baba la tenía en la camiseta, pero también se me ha pegado en los brazos y se me ha enganchado en la parte interior del codo. Un moratón rojo y alargado sigue la línea de mi caja torácica. Me bajo el sujetador para ocultarlo. La moneda de Nick destella en mi esternón. Me quito el collar y lo guardo en el bolsillo.
—El agua está lista y te he dejado las cosas de la ducha dentro.
—Alice se acerca para mirarme en el espejo. Abre la boca para hacer otra pregunta, pero se lo piensa mejor, sea lo que sea—.
Estoy fuera si necesitas algo.
Cuando se va, me desnudo tan rápido como me lo permiten las costillas y me meto en la ducha. La presión del agua aquí no es muy fuerte, pero al menos el chorro está caliente. El hedor del uchel me rodea en un vapor nocivo hasta que el gel de vainilla lo ahuyenta.