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Sarah no es una de esas personas que necesitan llenar los silencios con parloteo mientras conduce. Enciende la radio y me deja pensar en todo lo que he visto y hecho esta noche durante el trayecto de vuelta al campus. Para cuando mete el coche en uno de los aparcamientos cerca de las residencias, todas las reflexiones me han provocado un dolor de cabeza intenso.
Cuando bajamos, me doy cuenta de que aún llevo puesta la sudadera que me dio Russ. Me la quito y se la ofrezco.
—Creo que esto es de Russ.
Arruga la nariz.
—Se la llevaré.
Doblo la prenda y se la doy; luego echo un vistazo al coche por primera vez. Es un Tesla.
—Bonito coche.
Se encoge de hombros.
—No es mío. La Orden tiene un montón que podemos usar.
Abro los ojos de par en par.
—Vaya. Eso es…
—Pretencioso.
Parpadeo.
—?Se te permite decir eso?
Pone los ojos en blanco.
—A ver, no lo diría delante de los Regentes.
Cuando enfilo el camino a mi residencia, me sorprende otra vez al seguirme. Intento buscar un modo de hacer la pregunta sin ser maleducada.
—?No eres de una familia vasalla?
—?Me preguntas si no soy rica? —Frunzo los labios, pero sonríe y se aprieta el jersey alrededor de los hombros estrechos—.
Mi madre tiene pasta y mi padre, no. Fue paje en la división del Oeste en Virginia, pero no llegó a escudera. Allí se conocieron.
Le doy varias vueltas. Mis padres se conocieron después de que mi madre se graduara y mi padre no fue a la universidad. Nunca había pensado en si mi madre habría conocido a alguien cuando estudiaba, si habría salido con alguien. Siempre la había imaginado en un laboratorio, pero ?qué sabía en realidad de su vida aquí?
—?Tu madre quería ser escudera?
—Al principio, sí. Desde luego, mis abuelos querían que lo hiciera. No obstante, entonces, conoció a mi padre y se dio cuenta de que quería una familia. —Giramos por unos de los caminos que Nick y yo seguimos dos noches antes—. Nunca lo admitiría, pero creo que quería el prestigio, no la guerra.
—?Y tu padre sabía lo de la Orden?
Sarah niega con la cabeza.
—No. No hasta más tarde. Es un vasallo jurado y comprometido, tenía que serlo antes de que pudieran casarse. Lo único que conoce son las cenas, las entradas para la ópera y las galas elegantes. Tampoco es que lo reciban muy bien en ninguna.
—?Y eso por qué?
—Es venezolano. Yo no lo parezco, así que la gente no se da cuenta de que también lo soy. O se les olvida. A veces dicen gilipolleces racistas delante de mí.
—?Y qué haces?
Se encoge de hombros.
—A veces se lo echo en cara. Otras no me molesto.
—Ah —digo y ninguna necesita a?adir nada más al respecto.
—?Sabe lo peligroso que…?
Sarah me golpea el codo para que deje de hablar. Un par de estudiantes, supongo que de camino a la biblioteca veinticuatro horas, caminan en nuestra dirección por el sendero.
Claro. A esto me he apuntado. Seguir el Código del Silencio implica no hablar de ataques de demonios donde cualquiera puede oírnos.
Una vez que pasan, mira por encima del hombro hasta verlos doblar la esquina.
—Perdona. ?Qué ibas a preguntar? ?Si mi padre sabe lo peligroso que es todo esto? Sabe contra qué luchamos y por qué, pero no creo que sienta que es peligroso. No ve el éter y nunca ha visto un demonio. Sabe que tenemos un sanador y que mi línea no ha sido llamada en décadas, así que supongo que cree que estoy protegida de lo peor. Mamá no quería que me hiciera escudera a menos que fuera seleccionada por un descendiente de alto rango, ya que es menos probable que sean llamados. Por el Deterioro, ?sabes?
—No, no lo sé. ?Qué es el Deterioro?
Maldice en voz baja.
—Fitz es idiota, pero tiene razón. Nick debería haberte educado.
Mereces conocer los riesgos.
Me detengo.
—Sar, ?qué es el Deterioro?
Suelta un largo suspiro.
—Cuando un descendiente despierta, recibe todo el poder de su caballero. El Hechizo de la Eternidad es magia seria, ?entiendes?
Pero seguimos siendo humanos. Cuanto más tiempo pasan despiertos los descendientes, más los drena. Una vez superan la edad para ser despertados, la mayoría no pasa de los treinta y cinco.
Me cuesta respirar, hablar. William no me ha dicho nada al respecto. No me lo imagino muriendo tan joven.
—?Los mata?
Sarah se apresura a corregirme.
—Solo si han sido despertados. Por eso se venera a los legendborn. Son guerreros sagrados y eso.
Pienso en Felicity. Hace seis horas pensaba que viviría hasta los ochenta y ahora…
—?Los descendientes no pueden decidir no luchar? ?Dejar que otro pariente asuma la herencia?
Patea una piedrecita mientras caminamos.
—Los descendientes no ignoran la sangre. Luego, una vez despiertan, sienten una especie de impulso. La necesidad de luchar. Es cosa de sus caballeros. Si llaman a Tor, lo sentirá, y cuando estemos unidas, yo también. Una vez que reciba parte del poder de Tristán, el Deterioro también vendrá por mí.
Siento el pecho tan apretado que apenas me salen las palabras.
—?Por qué elegís algo así?
—No puedo responder por los demás, pero a mí me criaron para servir. Además… —Se encoge de hombros y se sonroja—. La quiero. No la dejaré luchar sola.
Antes de que pueda preguntar nada más sobre el vínculo entre descendiente y escudero, una sombra desciende sobre mi cabeza.
Sarah se coloca delante de mí en un parpadeo en posición de combate, las caderas de lado, las rodillas dobladas, un pu?o en guardia y el otro listo para golpear.
—Paje Matthews.
Sel da tres zancadas decididas hacia mí antes de que Sarah se cuele entre nosotros. A pesar de que el merlín es un oponente superior que le saca treinta centímetros de altura, la chica menuda lo mira preparada para luchar. El acero de sus ojos me dice que sería una buena contrincante.
—Atrás, Sel. Llevo a Bree a su residencia.
—No antes de interrogarla.
Se mueve, y nos damos cuenta de que algo no va bien.
Tropieza. De hecho, pierde el equilibrio.
No pensé que fuera posible.
Sarah también lo mira incrédula.
—?Qué?
—No es lo que parece —espeta. Se apresura a rodearla, pero no es tan rápido como de costumbre. Cuando se detiene, se cierne sobre mí y trae consigo una nube caliente y opresiva de humo, canela quemada y cuero. El olor es tan intenso que me tapo la nariz con asco y me retiro.
—Estás contaminado, amigo. Apártate.
Sarah mueve el brazo entre nosotros y lo empuja lejos de mí.
Sel intenta golpearle la mano y falla. La precisión de movimientos que siempre había mostrado ha desaparecido; cada gesto es impreciso, demasiado amplio.
Es lo más surrealista que he visto nunca y, después de una noche como la de hoy, es decir mucho.
Hago la pregunta mientras oculto la boca entre los dedos.