Legendborn (Legendborn #1)

Espero en un rincón de la enfermería del sótano de la logia y observo a dos pajes de segundo a?o que van de un lado a otro entre cuatro mesas metálicas.

Nick está en la que tengo más cerca. Su padre yace a su lado.

Evan está en la del medio y Victoria en la del fondo. Ni siquiera sabía que Tor estaba herida.

Uno de los sabuesos le ha abierto el pecho y la sangre le salpica el vestido azul y las pálidas mejillas.

Sin embargo, está en mejor forma que los Davis. Lord Davis tiene rota la columna vertebral en dos sitios.

Nick tiene el cráneo roto.

Debería haberme movido más rápido. Resistirme con más fuerza al uchel. Llegar hasta Nick antes de que atacara al demonio.

La enfermería es el dominio de William. Camina entre las mesas, con las manos recubiertas de éter plateado tan espeso que parece mercurio. El olor cítrico característico de su éter llena la habitación.

Sigue un patrón. Empieza por las lesiones potencialmente mortales y pasa unos minutos murmurando en un lenguaje fluido y lírico que no entiendo. Se coloca sobre los cuerpos mientras el éter gotea en las heridas y desaparece en la piel. Después, se aleja, cierra los ojos y murmura un nuevo conjuro que vuelve a extraer éter del aire. Cuando le cubre los dedos otra vez, el ciclo vuelve a empezar.

Me miro las manos. No han dejado de temblar.

Cuando volvimos a La logia, el grupo se dispersó. A casi todos los pajes los mandaron a casa. Russ fue a ver cómo estaba Felicity.

Después de asegurarse de que seguía dormida, al parecer forma parte de la recuperación, bajó a esperar conmigo y me ofreció una sudadera. Me la puse, porque no sabía qué más hacer. Me preguntó si quería subir a ducharme. No recuerdo lo que contesté, pero después me dejó sola.

Miro las paredes de la enfermería y me pregunto por qué no son verdes, como la sala del hospital. Entonces, como tengo las defensas bajas, vuelvo a esa noche. La enfermera está allí. Y el merlín. Y mi madre se ha ido antes de que pudiera despedirme.

Aprieto los párpados y cuento de diez en diez hasta que pasan tres meses. Hasta que vuelvo a estar en la enfermería de la logia.

—?Dónde está? —Sel irrumpe por la puerta como un ángel impío con un largo abrigo negro y los ojos destellando como soles gemelos. Si se fija en los dos pajes que se encogen detrás de él con el miedo escrito en la cara, no dice nada.

La voz de William es suave pero firme.

—Estable, pero no está despierto. Sel. ?Sel!

Se acerca a Nick a grandes zancadas y no hay ni siquiera un mínimo de vacilación en su paso. ?William ya le ha curado el tobillo? Examina el cuerpo tumbado de Nick. Tiene la camisa abierta, con el pecho y el estómago al descubierto. Su rostro, siempre apuesto y agradable, está pálido y contraído. No ha abierto los ojos desde que llegamos.

—Más vale que no te mueras, Davis —ordena Sel—. Ahora no.

—Sel. —William se le acerca con las manos plateadas levantadas como las de un médico—. Nick está estable —repite—.

Se recuperará. Lord Davis, por otro parte, no se ha estabilizado todavía. Tengo que seguir tratándolos, y a todos los que están aquí.

Así no ayudas.

Sel mira la camilla de Evan y los músculos de su mandíbula se tensan.

—él tampoco puede morir. Ninguno de los escuderos ni los descendientes.

—?Lo sabemos, Sel! —Russ se pasa la mano por el pelo—. Es el noveno ataque en ?cuánto? ?Dos semanas?

—Y el primer uchel en a?os —dice Fitz, apoyado en la puerta junto a Sarah.

—La manada no vino a alimentarse ni a infundirse de éter.

Vinieron con un propósito —replica Sel—. Sabían que estaríamos reunidos esta noche y que nos dispersaríamos, y que el descendiente de Arturo estaría allí. ?Cómo?

Russ se burla.

—Los sombríos no saben nada. Son demasiado descerebrados para pensar o planificar.

—?Es que no has visto al uchel, Copeland? —espeta Sel. Las puntas de su pelo empiezan a chamuscarse y a echar humo—. Solo un uchel podría comandar a los isel para que trabajen juntos y es justo lo que ha ocurrido esta noche. Subestimas a los demonios mayores bajo tu propio riesgo. Y el de tu descendiente, cuya vida pronto jurarás proteger.

Russ hace una mueca y se da la vuelta.

Sel se vuelve para irse, pero me ve y se detiene. Cuando habla, su voz es decidida.

Peligrosa.

—?Qué hace ella aquí?

Sarah se adelanta.

—El uchel tomó a Bree como rehén, Sel. Está cubierta de baba y muerta de miedo. Tómatelo con calma, ?quieres? —Me sorprende cómo me defiende sin conocerme—. Incluso intentó salvar a Nick.

La mirada de Sel se endurece.

—?Y hemos de suponer que fue una mera coincidencia que el uchel volviera con ella en brazos?

—Intenté ayudar. —Odio lo insignificante que suena mi voz.

Odio que suene tal y como me siento—. Intenté…

—?Intentaste qué, chiquilla? —A diferencia de los zapatos de los demás sobre la dura baldosa blanca, los pies de Sel no hacen ningún ruido cuando avanza hacia mí—. ?Ayudar? ?A quién? ?A Nick o al uchel?

Niego con la cabeza, pero solo consigo marearme.

—Nick. Yo…

—?Selwyn! —advierte Sarah—. Déjala en paz.

Pero ya lo tengo delante, tan cerca que su mirada me abrasa como el fuego. El aire entre nosotros comienza a hervirse y se me escapa un jadeo de entre los labios.

El miedo revolotea y choca con los recuerdos. Conozco este momento. Ya he estado aquí antes. Estuve en un hospital y tan solo quise huir.

No lo hice entonces y no lo haré ahora.

Sel se inclina hasta que su boca queda a la altura de mi oído. Su aliento me acaricia la mejilla; huele a canela quemada y humo.

—Hay algo falso en ti, paje Matthews. Si descubro que has tenido algo que ver con esto…

—No lo he tenido —murmullo con la mandíbula apretada.

Ense?a los dientes y luego se aleja.

—?Dónde está Pete?

—Patrullando con los pajes de tercer y cuarto a?o —responde Russ—. Por si hay más.

—No —susurra Sel—. Los sombríos ya han hecho su jugada esta noche. No habrá más. Quédate ahí, Copeland. Os haré el Juramento del Guerrero a Felicity y a ti en cuanto se despierte. — Se tira del cuello de la chaqueta con una mano y me se?ala con la otra—. Quiero que se vaya. No debería estar aquí. —Cruza la puerta y sale de la habitación, que se sume en un tembloroso silencio.

—Lo peor de ese tío es que nunca sabes si es seguro ponerlo a parir a sus espaldas —comenta Russ con un suspiro frustrado.

Sarah le da un golpe en el brazo.

—?Qué? ?Es verdad!

La chica se vuelve hacia mí, con una mirada a partes iguales de preocupación y disculpa.

—Siento lo de Sel. Es muy protector. Claro que perteneces a este lugar. Ahora eres de los nuestros.

Desvío la mirada, porque no es cierto. No soy una de ellos.

Frunce el ce?o y se acerca para examinarme la mejilla.

—Te ocuparás de la cara de Bree, ?verdad, William?

—Por supuesto —murmura, con la cabeza agachada sobre la frente de Evan—. Déjame acabar el triaje, escudera Griffiths.

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