Esto no funcionará. El juramento sabrá que miento. Todos sabrán…
De repente, el dolor me atraviesa el brazo. Es Nick, que me clava los dedos en la carne lo bastante profundos como para dejar marcas. Lo miro a los ojos y asiente de manera imperceptible para instarme a concentrarme en la presión contundente de sus u?as.
Persigo la sensación como un conejillo en el bosque y la ancestral promesa se desprende de mi cuerpo.
La rapidez de pensamiento de Nick me ha salvado. Tal vez nos ha salvado a los dos.
Al otro lado del altar, el pulso de Nick le palpita en la garganta.
Tarda dos intentos en empezar a hablar.
—Yo, Nicholas Martin Davis… —Respira hondo, como si buscase algo de fuerza en un profundo pozo—. Yo…
Cuando vuelve a mirarme, lo que veo en sus ojos me llena el estómago de temor. Hay dolor, ira y resignación.
Cuando su voz resuena en la capilla, los legendborn contienen la respiración.
—Yo, Nicholas Martin Davis, descendiente y heredero del rey Arturo Pendragón de Gran Breta?a, hijo de Uther Pendragón, portador de Caledfwlch, la espada Excálibur, y líder de la Mesa Redonda en la guerra santa contra los sombríos, acepto tu juramento en nombre de nuestra antigua Orden.
*
Nick observa la conmoción que me atraviesa con ojos tristes y cansados.
Apenas siento el éter que Sel envía y fluye de la mano de Nick hacia la mía.
Nuestras miradas siguen congeladas, pero todo lo demás ha cambiado.
El rey Arturo Pendragón de Gran Breta?a.
Descendiente y heredero.
—Te doy la bienvenida al servicio. Se te concederá ahora la Visión para que veas el mundo iluminado mientras tu corazón sea verdadero.
??Por qué no me lo habías dicho??. Lanzo la pregunta con la mirada. Se estremece.
Sus palabras se posan en mi lengua mientras las llamas se arremolinan en mis brazos como serpientes de color azul plateado.
La llama mística me ba?a sin penetrarme la piel.
?Dijiste que no mentías?.
Percibe la acusación en mi cara. Retira la mano. Se pone de pie y se da la vuelta para ocultar el rostro en la sombra.
Davis aplaude para llamar la atención.
—?Levantaos, hermanos, como pajes y servidores juramentados de la Orden de la Mesa Redonda!
El tono sobrio de la noche por fin se rompe y volvemos a ser adolescentes y estudiantes. Detrás de mí, hay gritos y vítores de los pajes y, delante, silbidos de los legendborn. Me levanto con las piernas medio dormidas, con un nudo en el estómago.
Nadie se percata de que el Juramento de Lealtad no ha funcionado y no me ha dado la Visión. Nadie se fija en mí en absoluto.
Sel sigue arrodillado en un extremo del altar, con la cabeza inclinada sobre la piedra y las palmas de las manos apoyadas en la superficie. Por un momento, pienso que está herido o que se ha esforzado demasiado con el juramento, pero luego esos pensamientos desaparecen.
No parece dolido, sino embriagado; tiene los ojos entrecerrados y desenfocados, las mejillas sonrojadas, la boca entreabierta y jadeante. Se pasa la lengua por el labio inferior y levanta la vista.
Me pilla mirando, me pongo rígida y me doy la vuelta.
Whitty me da una palmada en la espalda en se?al de celebración y le devuelvo la sonrisa porque no sé qué más hacer.
Sel llamó a Nick el hijo pródigo. Felicity se quedó sin palabras como si fuera el segundo advenimiento. Sarah casi se cae de espaldas cuando le dije su nombre. Había estado tan concentrada en cómo descubrir los secretos de la Orden que no me había parado a pensar en lo que implicaban esas reacciones hacia Nick.
Había pensado en lo que representaba para mí, pero no para los demás.
Levanto la vista y lo encuentro mirándome con cautela, como si esperase a que descubriera la verdad a mi manera.
Supongo que así es.
Es el descendiente del rey Arturo.
Davis pone orden.
—Terminemos con la solemne promesa de nuestra Orden eterna.
Los nuevos pajes se miran unos a otros. No conocemos la promesa, pero parece que se espera que aprendamos con el ejemplo.
Toda la capilla recita como una sola voz y, aunque no lo distingo en el coro, Nick se une al resto.
—Cuando las sombras se levanten, también lo hará la luz; cuando la sangre se derrame, la sangre llamará. Por la Mesa del Rey, por el poder de la Orden, por nuestros juramentos eternos. La línea es la ley.
Davis se vuelve hacia las estrellas en se?al de bendición.
—Por la santa mano del cielo, la línea es…
Un grito espeluznante divide la noche y todos nos quedamos congelados. El grito resuena entre los árboles y rebota en la piedra bajo nuestros pies. Me giro en busca del origen y el sonido se repite, un grito de dolor que me eriza el vello de la nuca.
Al fondo del grupo, Felicity está de rodillas y se agarra las sienes con ambas manos. La multitud se aleja y Russ se lanza a su lado.
—?Flick? Flick, respóndeme. —Ella vuelve a gritar y el sonido se ahoga en un sollozo—. ?Felicity?
—?Qué cojones? —Whitty jadea a mi lado—. ?Qué le ocurre?
—?Mago del rey! —llama Davis por encima del hombro—.
Necesita ayuda.
—?Felicity! —grita Russ otra vez.
—Escudero Copeland. —Sel aparece junto a su hombro. Russ se vuelve, con una mezcla de miedo y preocupación en el rostro—.
Es su hora. Retrocede.
Russ niega con la cabeza.
—No, no puede ser.
—Escudero Copeland —insiste Davis. Russ mira entre los dos con desesperación y luego permite que Sel lo aparte de la chica que agoniza en el suelo.
Craig McMahon se pone a mi lado.
—No es posible. Es demasiado pronto.
—?Qué no es posible? —pregunto.
En el centro del grupo, Felicity gime largo y tendido. La cabeza se le cae hacia atrás, con los ojos en blanco, y una voz profunda y masculina que no es la suya emerge de su garganta.
—Aunque caiga, no moriré, sino que llamaré a la sangre para que viva.
Se desploma hacia delante en un montón arrugado.
Russ la levanta y se pone de pie con ella en brazos.
—La llevaré de vuelta a la logia. Necesita descansar.
Sel lo detiene.
—Soy más rápido y más fuerte. Déjame llevarla.
Russ vacila un momento, con la mandíbula apretada, y luego asiente una vez y le pasa con delicadeza la forma inerte de Felicity a Sel, que la recoge con facilidad. Sin decir nada más, se marcha corriendo entre los árboles.
En cuanto desaparece, la multitud enloquece, al menos los pajes. Los legendborn mantienen expresiones pétreas e intercambian miradas preocupadas. Una de las de tercer a?o niega con la cabeza y murmura:
—Es la cuarta. Esto no está bien.
Una frase se eleva por encima de la charla.
—Es demasiado pronto.
Davis llama a la calma, pero es la voz de su hijo la que acalla la capilla.
—?Por qué la ha llamado?
La multitud se separa alrededor de Nick.
Davis parpadea, sorprendido.
—Sabes tan bien como yo, Nicholas, que no controlamos el despertar de nuestros caballeros. No somos más que instrumentos.
Nos llaman cuando hay necesidad.