—?Cuántos puestos de escudero hay este a?o?
—?Ay! ?Cuánto lo siento! —Pivota sobre un tacón y nos mira con un placer chispeante en el rostro—. Como estoy segura de que todos habéis notado, Nick Davis ha vuelto. —Hay murmullos y asentimientos ansiosos en la multitud—. Gracias a Nick, esta noche nuestra división hará historia en más de un sentido. Será recordado como el a?o en que él reclamará su título de descendiente, el a?o en que los pajes competirán por un récord de tres puestos de escuderos, y… —Para mi sorpresa, me se?ala abiertamente, con una sonrisa de satisfacción—. El a?o en que damos la bienvenida a la generación de pajes más diversa que hemos tenido.
Victoria lidera su propio aplauso y la mitad de la sala la acompa?a.
El calor me sube por el cuello y las orejas. Diversa. Como un premio que se ha dado a sí misma. Una estrellita de oro. Diversa.
La seguimos por el balcón y bajamos en fila india por las escaleras de madera hasta llegar al patio trasero de la logia. La noche húmeda y oscura nos envuelve, salvo por la luz de unas antorchas altas que rodean el patio. Nos dice que nos pongamos en fila en la hierba y esperemos; luego desaparece por un camino que rodea el edificio.
Agradezco la mala iluminación, porque las palabras de Victoria todavía me revuelven el estómago y soy incapaz de ocultarlo.
?La generación de pajes más diversa? ?De todos los tiempos?
?Como si por eso me hubiera elegido Nick?
Norris. McKinnon. Tor. Tres comentarios, tres suposiciones, tres personas que me han se?alado por mi aspecto y por lo que han decidido que represento. En cuarenta y ocho horas.
Cierro los ojos para controlar el torrente de emociones. Una ira ardiente que me quema las mejillas. El asco por la expresión de satisfacción de su cara. Un profundo cansancio que mi padre llama ?muerte por mil cortes?.
?Cuántos cortes tendré que soportar? Ojalá Alice estuviera aquí.
Greer me da un codazo y abro los ojos.
—Lo que ha dicho no ha estado bien.
Parpadeo, sorprendida por que alguien más lo reconozca.
—Gracias.
Alguien nos manda callar desde la fila. Greer se inclina hacia mí.
—La gente también habla de mí. Pero mis padres son donantes importantes. Vengo de seis generaciones de vasallaje y tres generaciones de pajes. Además, soy blanque, así que tienen cuidado con cuándo y dónde dicen las cosas. A algunas personas no les interesa mejorar ni aprender, y se nota.
—Ya. —Respiro, agitada—. Sí.
—Tú recuerda que no tienes que ser la mejor. Para entrar en la Selección, lo único que tenemos que hacer es llegar al final del torneo sin perder ni abandonar. Es bueno que haya tres plazas de escudero en lugar de dos. Hay más posibilidades, ?sabes?
—No lo tengo tan claro. —Whitty está a mi derecha—. Cuanto más alto sea el rango de la línea, más gente se lanzará a por el título.
Greer asiente con solemnidad.
Van a ser unos meses muy largos.
La presión del aire cambia y me provoca un peque?o estallido en los oídos. En apenas un latido, los árboles oscuros que tenemos delante se desdibujan y se retuercen en un nudo negro y verde; luego se despliegan con un chasquido en una escena idéntica que ahora incluye una línea de ocho figuras encapuchadas y con túnicas. Mientras los pajes a mi lado jadean sorprendidos, olfateo el aire, alerta.
?Dónde está el merlín de las narices?
Pero el olor de la magia de Sel no llega, supongo que arrastrado por el cálido viento que nos acaricia la cara. Las figuras dan un único paso adelante y las túnicas se arrastran por la hierba. Las sombras se vuelven más profundas entre los pliegues del pesado material y las capuchas son tan amplias que no queda ni un ápice de sus rostros a la vista. Estoy segura de que todos son legendborn, aunque es imposible saber quién es quién. A mi lado, Greer jadea en silencio.
Juntas, las figuras hablan:
—En fila de uno.
Todo se oscurece.
Oscuridad total. Antes de que el olor a humo y canela me llegue a la nariz, deduzco que el encanto de Sel nos ha arrebatado la vista.
El corazón se me encoge en las costillas. Alguien grita y el sonido se estrella en los árboles.
—?Silencio! —grita Vaughn.
Algo se mueve delante de mí. El suave susurro de unos pies que avanza por la hierba seca. Más cerca. La respiración de Greer, agitada. Un jadeo agudo a mi izquierda. Una pausa. Pasos más fuertes que arrastran los pies y el sonido se aleja. Dos pares de pies, tal vez. ?Adónde nos llevan?
En fila de uno.
El mismo ciclo de nuevo, esta vez a mi derecha. Oigo a Whitty gru?ir antes de que su escolta y él avancen. Lo sigue Greer. Luego otro más. ?Los padrinos de los legendborn se llevan a sus pajes?
Unos pasos calculados se acercan a mí. Espero que sea Nick.
Más cerca. Tengo el corazón en la garganta. No quiero que me toquen en la oscuridad. La respiración me retumba en los oídos.
Una mano me rodea el codo y sujeta la articulación con un apretón flojo. Esa sutil advertencia es lo único que recibo antes de que alguien tire de mí hacia delante.
Me guía desde atrás por los hombros. Las ramitas chasquean bajo los pies que caminan a unos seis metros por delante. El suelo cambia de hierba blanda a tierra seca. Un camino. Distingo el aroma a la savia de los árboles y las agujas de pino frescas. Los sonidos de la naturaleza se acercan. Un búho ulula sobre nuestras cabezas. Los grillos se suman en un coro agudo. Estamos en el bosque.
Dos pares de pisadas no muy lejos de nosotros, arrastrados y regulares. Otro guía y otro paje. Caminamos en línea recta durante unos minutos, luego giramos. Volvemos a girar. Después de un rato, pierdo la noción del tiempo. Tal vez sea porque estoy agotada, pero el olor del encanto de Sel y el camino desorientador me marean.
Caminamos durante diez minutos. O veinte. Creo que incluso damos la vuelta en un punto, aunque no estoy segura. Hay cien acres de terreno boscoso detrás de la logia. Podríamos estar en cualquier parte.
De repente, mi guía me detiene. Me presiona los hombros hasta que me acuclillo y entonces unos dedos cálidos me mueven la mano hacia una superficie de piedra lisa y fría que desciende tras unos treinta centímetros. Un escalón. Una escalera. Me pone de pie y se coloca delante de mí para agarrarme ambas manos. Bajamos las escaleras paso a paso y con cuidado. Cuando llegamos al final, un río de sudor me recorre la espalda. Volvemos a la tierra batida cuando la mano del hombro derecho baja hasta mi mu?eca y los dedos me rozan los nudillos.
—Soy yo.
Libero el aire que había contenido. Nick me da la mano y me aprieta los dedos, luego se acerca. Siento el calor de su pecho pegado a los hombros y, cuando se inclina, la capucha de olor rancio me roza la oreja.
—Aprieta una vez para decir sí y dos veces para no. ?Ves algo?
—Aprieto dos veces—. Sigue así.