Unos pies llegan arrastrándose y la tercera voz interviene de nuevo.
—?Esto no sirve de nada! Sel, has cerrado la puerta. Nick destruyó al sabueso. Es lo único que importa.
—No es lo único que importa, William. Es el quinto ataque en una semana. Están aumentando y cada vez son más fuertes.
Anoche mismo, rastreé un isel casi corpóreo a varios kilómetros de la puerta más cercana. Mi trabajo consiste en proteger esta división —gru?e Sel—. Del mismo modo que debo limpiar el desastre que has montado esta noche. ?William dice que me necesitáis?
—Es una persona, Sel. —Me pregunto si Nick quiere entretenerlo, pero su voz suena demasiado cansada. Demasiado acostumbrado a esta discusión.
—Es una común —replica Sel, y algo en su forma de pronunciarlo me estremece, aunque ni siquiera sé qué significa—.
?Cómo ha acabado herida?
—Era semicorpóreo. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
—Un demonio semicorpóreo, capaz de cazar y da?ar carne humana. Maravilloso. Y la has traído aquí. Precioso.
—?Querías que la dejara en el suelo, desmayada por el dolor?
—Por supuesto que no. Sus heridas provocarían demasiadas preguntas.
—Es lo único que te preocupa, ?verdad? El Código de Silencio.
?No que haya una inocente herida!
—La línea es la ley, Nicholas. —La voz de Sel es grave y peligrosa—. ?El juramento es lo primero!
—?Caballeros! —grita William—. Hablando del Código, os recuerdo a los dos que las paredes no están insonorizadas. Cuanto más discutáis delante de esta puerta, más tendrá que borrar Sel.
Los latidos de mi corazón pasan del galope al aporreo de un martillo neumático.
—Gracias por el recordatorio, William. —El pomo gira y Sel entra en la habitación, con una cara que avecina tormenta. Cuando nuestras miradas se cruzan, arruga la frente ligeramente por la sorpresa—. Tú.
Solo ha pasado un día, pero de alguna manera había olvidado lo aterrador que es. Incluso sin la altura y la complexión de Nick, la presencia de Sel llena todo el hueco de la puerta. Solo con verlo, una nube crepitante de miedo me invade la mente, un miedo palpable y vivo que me estrangula como una mano pesada.
Entonces, recuerdo que un hombre como él, un merlín, me mintió sobre la muerte de mi madre y una rabia creciente reduce el miedo a cenizas.
—?Aléjate de mí! —escupo.
—Vaya. —Sel inclina la cabeza hacia un lado—. Dos noches seguidas que te has cruzado en mi camino.
Nick empuja a Sel para situarse entre los dos.
—?La conoces? —Es rápido; si hubiera dicho cualquier otra cosa, Sel sabría que le he hablado de lo que pasó en la cantera.
Me deslizo a lo largo de la pared hasta que tengo la espalda apoyada en la ventana. El cristal cruje contra mi columna vertebral y considero por un instante si soy lo bastante fuerte como para romperlo. ?Qué haría incluso si pudiera?
—Nos conocemos. —Algo parecido a la sospecha sobrevuela el rostro de Sel, pero desaparece antes de afianzarse de verdad—.
Pero ella no lo recuerda.
Sel entra en la habitación, pero Nick se interpone en su camino y le coloca una amplia mano en el pecho para detenerlo. Baja la mirada a los dedos extendidos sobre su camisa gris oscura y curva la boca en una sonrisa feroz.
—Tal vez llegue el día en que seas capaz de pararme, pero los dos sabemos que no será hoy.
Las fosas nasales de Nick tiemblan y, por unos segundos, estoy segura de que está a punto de pegarle un pu?etazo, de que el guerrero al que he visto enfrentarse a un sabueso infernal podría lanzar a Sel sin ningún problema por encima del hombro o estamparlo contra la pared con tanta fuerza que la agrietaría. Sin embargo, los dedos del merlín se crispan en sus costados, los anillos de plata brillan sobre el negro de sus pantalones y Nick no lo golpea. Cierra los ojos y baja la mano.
Sel casi parece decepcionado, pero lo rodea con calma.
—No hace falta que mires —suelta por encima del hombro. La sombra de una emoción se esconde bajo la dureza de su voz.
Nick me mira a los ojos desde detrás, con la misma súplica de antes grabada en el rostro. ?Que no se entere?.
Sel se coloca en el centro de mi campo de visión y mira abajo con un brillo reflexivo en los ojos.
—No creo en las coincidencias. Quizá debería preocuparme por haberte encontrado dos días seguidos, pero ningún sombrío se pondría en una situación tan vulnerable como tú esta noche, así que supongo que solo tienes mala suerte.
Otra vez esa palabra, sombrío. Cuando la dice, tuerce el rostro en una mueca.
—Eres unanedig. Una común. —Los ojos del mago del rey, científicos y calculadores, siguen cada temblor de mi cuerpo—. Así que tu cuerpo no está acostumbrado al éter. Por eso estás mareada.
—Que te den.
—Siéntate. —La voz de Sel me envuelve como una ola. Cuando no obedezco, se adelanta y ese miedo profundo e instintivo me asfixia. Me siento.
Nick da medio paso adelante.
—Intervención mínima —insiste—. Solo las últimas horas.
Sel pone los ojos en blanco.
—?Ordenes, Nicholas? ?Como si no estuviera obligado a cumplir las mismas leyes que tú descuidas?
Mis ojos vuelan a los de Nick. Asiente como si quisiera confirmarme lo que está a punto de suceder. Va a borrarme la memoria de nuevo. Sel se arrodilla frente a mí y el mismo aroma embriagador a humo y especias se arremolina a mi alrededor y me llena la nariz.
—?Tu nombre? —ronronea con la misma voz ondulante.
—Su nombre es Briana. —Nick le da mi nombre completo, no el que prefiero. Mi mente se acelera. La última vez, el encanto de Sel funcionó, pero solo durante un rato.
?Cómo lo rompí? Primero fue la luz, luego el dolor en la palma…
Sel observa el debate interno que se refleja en mi cara con interés.
—Debo admitir, Briana, que siento curiosidad. ?Qué giro del universo te habrá puesto de nuevo en mi camino? —pregunta con voz tranquila y melancólica—. Por desgracia, algunos misterios permanecen para siempre ocultos.
Me estremezco cuando acerca los largos dedos a mi cara.
Tengo el tiempo justo para morderme el interior del labio inferior.
Con fuerza.
Lo último que recuerdo es la piel caliente de su palma al presionarme la frente.
8
Un pitido insistente me taladra el cráneo. Me incorporo como un resorte para darle manotazos a la mesita de noche hasta que atino al despertador.
—Uf. Demasiada luz.
Me dejo caer de nuevo y me pongo la almohada en la cara.
Tengo el cerebro hecho pedazos y sumergido en gelatina.
—Eres increíble —dice Alice desde el otro lado de la habitación.
—Me duelen los ojos —protesto—. Me duele toda la zona óptica. Los bastones, los conos… Todo, Alice.
—Pues es hora de levantarse. —Su voz es como el ácido—.
Salvo que quieras a?adir saltarte las clases a la racha de delincuencia.
Frunzo el ce?o y levanto un lado de la almohada.
—?A ti qué te pasa?