Unos minutos después, llegamos a una intersección donde los caminos se desperdigan como los radios de una rueda. Se pone a mi altura y avanzamos por el sendero de la derecha hacia Old East.
Los grillos y el canto de las cigarras zumban en la distancia.
Me pregunto si Alice habrá vuelto a la habitación. Nos hemos peleado cientos de veces, pero no así. Nunca había tenido esta sensación de frío. Pienso en su mirada, enfadada y desde?osa. La última persona que me había gritado de esa forma había sido mi madre. ?Por qué se me da tan bien herir a las personas que más quiero? ?Tanto da?o que quieren gritarme y llorar?
—El decano comentó que te habías matriculado con una amiga.
Este chico es intuitivo. Demasiado para mi gusto.
—Alice. Siempre quiso venir.
Me mira.
—?Y tú no? —Parpadeo sin saber cómo responder e interpreta el silencio como una respuesta—. Entonces, ?por qué has venido?
—Soy una sabionda.
Me estudia la cara de forma rápida y atenta.
—Eso es evidente —murmura—, pero eso es el cómo, no el porqué. Nadie se mete en el programa solo por las clases.
Resoplo.
—Eso díselo a Alice. Se quedará destrozada.
—Sigues sin responder. Ya veo. —Su mirada atenta vuelve a recorrerme si me hubiera localizado las entra?as y quisiera echarles un vistazo. ?No te ralles. No me prestes atención. Solo te sacaré las tripas?.
—McKinnon me ha pedido que hablemos de tus requisitos de actividades estudiantiles; algunos grupos del campus empiezan a reclutar miembros la primera semana de clases. ?Has visto alguno que te llame la atención? —Me había olvidado por completo de esa parte del programa. Nick se da cuenta de mi cara y esconde una sonrisa detrás de la mano—. ?Sabes siquiera lo que es un grupo de estudiantes?
—Me
lo
imagino
—gru?o—.
Clubes.
Organizaciones
semiprofesionales para alumnos de Medicina o de Derecho.
?Fraternidades y hermandades?
—Tienes razón en casi todo —dice—, salvo porque los chavales de Admisión Temprana no pueden entrar en fraternidades o hermandades. ?Menores de edad en entornos con fama de fiesteros y alcohólicos? Está prohibidísimo. ?Qué padre enviaría a su preciado adolescente a la UNC si pensara que estudiamos química orgánica durante el día y nos amorramos a barriles de cerveza por la noche?
—?A cuál te has apuntado tú? Así sabré cuál evitar.
—Otra pregunta para evitar una respuesta. Al club de críquet.
—El club de críquet. ?En el país del fútbol americano y el baloncesto?
Se encoge de hombros.
—Sabía que cabrearía a mi padre.
Siento un pinchazo agudo en el corazón.
—?Eh?
—Es un exalumno. Ense?a psicología en el campus.
—?Y querría que te apuntases a algo que no fuera críquet?
—Sí. —Inclina la cabeza hacia atrás y mira las copas de los árboles mientras pasamos por debajo—. Le gustaría que siguiera sus pasos.
—Y ?no lo harás?
—No.
—?Por qué?
Baja la vista para mirarme.
—Porque no me gusta hacer las cosas solo porque mi padre quiere que las haga.
De pronto y de forma irracional, el pinchazo del pecho se torna en algo más agresivo.
—Solo busca conectar contigo.
Nick bufa.
—Seguro que sí, pero me da igual.
Me paro en mitad del camino y lo miro.
—No debería.
Deja de andar y usa la misma respuesta que le he dado antes.
—?Eh?
—Eso —espeto.
Cruzamos las miradas, marrón contra azul, y algo inesperado pasa entre los dos. Un tirón de camaradería, unas gotas de buen humor.
—Eres insistente —dice y sonríe.
No sé qué contestar, así que echo a andar de nuevo.
Old East aparece ante nosotros, con los ladrillos beige y las ventanas idénticas y anodinas que se extienden en hileras hacia los lados. Al mirarlo, nadie adivinaría que lleva en pie casi doscientos treinta a?os: el edificio universitario estatal más antiguo del país.
No sé por qué me molesta que Nick no quiera relacionarse con su padre. Nos acabamos de conocer, apenas sabemos nada el uno de la otra y no tiene por qué compartir conmigo ningún detalle de su vida. No debería molestarme.
Pero lo hace.
El desprecio y los celos me retuercen y me desgarran el estómago como garras dentadas. Quiero atacar con ellos al tal Nick para que sienta lo que pienso de cómo desperdicia lo que tiene, un padre que sigue vivo para reconciliarse. Me vuelvo hacia él, con las palabras en la punta de la lengua, cuando capto un destello de luz sobrenatural en la distancia, justo por encima de su hombro.
La magia de Selwyn era como humo y remolinos de plata. Estas llamas, que laten en el cielo por encima de los árboles, arden con un color verde neón putrefacto.
—Ay, Dios —susurro y el corazón se me acelera de repente.
—?Qué? —pregunta Nick.
Paso corriendo a su lado sin pensarlo dos veces. Oigo cómo grita detrás de mí y me pregunta qué ocurre, pero no me importa.
Me da igual.
A esta hora en un campus universitario es imposible avanzar en línea recta. Los estudiantes que pasean, las parejas sentadas y un grupo que juega al frisbee me obligan a zigzaguear. Anoche hui de la magia. Esta noche, tengo que correr hacia ella. Por mi madre, por mi padre, por mí. Tengo que saber la verdad. Necesito saber si no tener oportunidad de volver a hablar con ella fue culpa mía, o…
Rodeo un arbusto y el suelo que me sostiene desaparece.
Agazapado entre dos edificios de laboratorios de ciencias, hay algo que nunca imaginé que existía.
Una fina luz verde perfila a la criatura. Su cuerpo parpadea, gana densidad, se desdibuja y vuelve a condensarse. Podría ser un lobo, salvo porque es el doble de alto y, en lugar de pelaje, tiene una capa semitranslúcida de piel estirada y ennegrecida que se descama de las articulaciones de sus cuatro patas. Muestra dos hileras de dientes, curvados como guada?as, y entre los caninos inferiores le caen finos ríos de saliva negra y humeante que se acumulan en la hierba.
No sé qué sonido hago, un grito ahogado o un aullido de terror casi inaudible, pero vuelve la cabeza en mi dirección. Unos ojos rojos brillantes me miran y unas orejas con la punta roja apuntan hacia mí. Aúlla y el ruido penetrante rebota entre los edificios hasta que me asalta por todos lados y me paraliza en el sitio.
La criatura se agacha mientras un gru?ido le sube por la garganta y se lanza a por mí. Me preparo para sentir el desgarro de los dientes, pero una figura se abalanza sobre la criatura y hace que pierda el rumbo en pleno salto.
La cosa con aspecto de lobo choca con un jadeo en la pared de ladrillos. Se produce un sonido sordo y estridente y una mancha negra salpica el muro en el impacto.
—?Corre! —Es Nick quien se interpone entre la criatura y yo.
El ser se levanta. Agita el cuerpo como un perro y esparce un líquido oscuro en todas direcciones. Donde cae el chorro, la hierba chisporrotea como el beicon en una sartén.
—?Bree! —Nick se inclina sobre una rodilla—. ?Corre!