Legendborn (Legendborn #1)

Victoria Morgan. La llaman Tor. Una auténtica heredera.

A?ade dos emojis de unos pulgares hacia abajo.

?De qué palo va?

Su papi, su abuelo y todo su árbol genealógico han venido a la UNC. Hace un par de a?os, su familia donó tanta pasta a la uni que le pusieron su apellido a un edificio. Gente con pasta y enchufe. Los estudiantes herederos vienen, sacan las notas que sean y salen cuatro a?os después con unas prácticas de la hostia y puestos de trabajo asegurados.

Gente con pasta y enchufe. ?Por qué no me sorprende?

Estamos en el sur. Grupos cerrados, mucha lealtad, redes establecidas y muchos recursos. Perfecto para los legendborn, seguro.

?Y el chico con el que estaba?

Elijo los adjetivos que suenan más razonables.

Pelo negro, cara de enfado y ojos amarillos.

???SELWYN KANE ESTABA ALLí Y ME LO PERDí??? Nunca sale de fiesta con NADIE. Joder, qué bueno está.

Un torrente de emojis: una cara sonriente con la lengua fuera, unas manos hacia arriba, un 100 subrayado, unos labios dando un beso. Me estremezco. Dudo que Charlotte a?adiera ningún beso si hubiera visto a Sel gru?ir como un león y casi romperle las rótulas a alguien con una mano. Me manda un mensaje sin darme tiempo a responder.

Pero Selwyn no se junta con Tor.

?No? Pues los dos estaban cerca de la pelea.

Todo es cierto. Cualquiera podría haberlo visto.

Nunca los he visto juntos. No se mueven en los mismos círculos, tía. ?Ni por asomo! él está en segundo del programa, como yo, y Tor está en segundo de verdad.

Se me activan los engranajes. Así que los legendborn se evitan en público y se ven en privado. Organizados. Mencionaron una puerta en el campus. ?Será allí donde cazan? Si Sel está en segundo del programa, no es un ente sin edad, tiene dieciocho a?os.

Me tengo que ir. ?Hay fiesta en Sigma esta noche! ?Te vienes?

No. Ya estoy en el punto de mira del decano.



*

Cuando acabo de cenar, el sol se ha puesto y unos lazos de color morado y naranja tostado surcan el cielo cada vez más oscuro.

Abro las puertas y salgo a la espesa sopa de humedad nocturna perdida en mis pensamientos.

—?Briana Irene Matthews!

Me quedo de piedra y luego me doy la vuelta despacio para saber quién es el capullo que grita el nombre completo de alguien en público para llamar su atención.

Apoyado en la pared, justo al lado de la salida, hay un chico blanco y alto con el pelo rubio pajizo despeinado y los ojos más azules que he visto nunca. Parece salido de la portada del folleto de la universidad, asquerosamente vivaz y alegre, con unos vaqueros sencillos y una sudadera con cremallera azul de la UNC. Cuando se ríe, el sonido es cálido y genuino.

—?Menuda mirada asesina!

—?Quieres que la haga realidad? —espeto.

Sonríe, se aparta de la pared con un pie y camina hacia mí.

—Eres difícil de localizar. —Levanta la vista un momento, como si pensase. Vuelve a mirarme—. Y una borde. Mira que dejarme todo el día en visto.

Cierro los ojos y mascullo.

—Eres el ni?ero.

—?Significa eso que eres una ni?a?

Abro mucho los ojos para mirar a Nick Davis con una mirada que chispea de una alegría apenas contenida. Es al menos diez centímetros más alto que yo, lo que no es moco de pavo, a pesar de que está en segundo del programa, por lo que debe de sacarme solo un a?o. Con los hombros anchos y la cintura estrecha, parece un gimnasta olímpico.

Me giro para irme. El chico no forma parte del plan. Ni al principio ni a la mitad ni en ningún momento.

—?Briana, espera! —Corre para seguirme—. Te acompa?o a la residencia.

—Soy Bree. Y no, gracias.

Me alcanza. Lo acompa?a un olor a lavandería y cedro fresco.

Por supuesto, huele bien.

—Bree, diminutivo de Briana. —No me cabe duda de que esa sonrisa con hoyuelos sale en el póster de la consulta de algún dentista.

—Me encantaría acompa?arte. Cosas de mentor designado y eso —dice sin una pizca de sarcasmo—. Según el decano, tienes tendencia a perderte por la noche y acabar por accidente en el asiento trasero de un coche de la policía.

Resoplo y acelero el paso, pero lo iguala sin pesta?ear.

—?Cómo me has encontrado?

Se encoge de hombros.

—Le pedí a McKinnon tu horario de clases y la foto de identificación del campus. —Levanta una mano antes de que proteste—. No es información personal que se suela compartir con los estudiantes, pero en los formularios de consentimiento del Programa de Admisión Temprana que firmamos, renunciamos a ese derecho entre mentores, asistentes de orientación y otros guías asignados. Averigüé cuándo acababas la última clase. Hice una conjetura sobre cuándo llegarías a cenar y luego calculé cuánto tiempo te llevaría pasar por la cola del bufé en Lenoir, encontrar una mesa y comer a esa hora. Lo único que tenía que hacer era aparecer y esperar en la salida más cercana a Old East.

Me detengo con la boca abierta. Sonríe, claramente divertido y muy satisfecho consigo mismo.

—?O sea que eres un acosador?

Se lleva una mano al pecho como si lo hubieran herido.

—?No soy un acosador, solo soy inteligente! Además, opero bajo las órdenes explícitas del decano para contactar contigo hoy mismo. —Los ojos como el océano de su rostro bronceado me absorben y la sonrisa cómplice me provoca una ola de calor en los oídos—. Lo programé a la perfección, por cierto. Has salido cinco minutos después de que llegara.

—Ser listo y ser un acosador son aspectos compatibles.

—Estoy de acuerdo. —Se rasca la barbilla—. Seguro que existe un diagrama de Venn o un gráfico de proporcionalidad directa en alguna parte.

Gimo.

—Esta es la definición de cómo usar la inteligencia para el mal.

Nick inclina la cabeza.

—Correcto. En dos niveles, de hecho. —Levanta un dedo—.

Uno, usar la inteligencia para acosar. —Otro dedo—. Y dos, usar la inteligencia para establecer la relación entre inteligencia y acoso.

Abro la boca, la cierro, me doy la vuelta y me marcho. Me sigue.

Caminamos en silencio durante unos momentos mientras dejamos que la noche fluya alrededor y entre nosotros. Miro hacia atrás una vez. El paso relajado de Nick me recuerda al de un bailarín, de largas zancadas y postura erguida. Cuando lo miro a la cara, tiene una sonrisa dibujada en la comisura de los labios. Me vuelvo.

Después de un minuto, habla otra vez y siento la curiosidad en su voz detrás de mí.

—Bueno, ?saltaste del acantilado? ?El de la cantera?

—No.

—Ya veo —reflexiona—. Salvo por aterrizar en el despacho del decano el primer día de clase, lo cual diría que es un récord, por cierto. Así que enhorabuena, podría ser peor. El acantilado no está tan alto y es bastante divertido.

Me vuelvo para mirarlo, sorprendida muy a mi pesar.

—?Has saltado?

Se ríe.

—Sí.

—Pero ?no eras el ojito derecho del decano?

Levanta un hombro.

—Sobre el papel, soy estupendo.

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