Legendborn (Legendborn #1)

—Si sabes que soy legendborn, entonces sabrás que hablas dentro del Código. Puedes responder con libertad. ?Cómo conoces esa palabra?

Me muerdo el labio inferior para ganar tiempo. La manera en que dice ?Código? me invita a pensar que debería haber cierta confianza formal entre nosotros. Tor y Sel poseen una crueldad natural que, por el momento, no he encontrado en la cara de Nick, pero eso no significa que esté a salvo. Si es un legendborn, podría ser peligroso.

—?Qué me harás si respondo a la pregunta?

La sorpresa le deforma la expresión.

—?Qué te haré?

Asiento mientras el corazón me aporrea el pecho.

—?Amenazarme? ?Romper algo que preferiría mantener intacto? ?Entregarme a la policía?

Se le oscurece la mirada, como una nube de tormenta que cruza el cielo.

—No haré nada de eso. —Me se?ala los brazos—. ?Por qué te traería ante nuestro sanador si quisiera herirte? Si hubiera querido que la policía te echase el guante, ?no crees que habría bastado con dejarte en la puerta de un hospital?

—A lo mejor todavía planeas hacerlo —digo—. A lo mejor la poli viene de camino.

Una amplia sonrisa se dibuja en su rostro y vuelve a ser el Nick del comedor, divertido e irónico.

—Bree, diminutivo de Briana. Insistente y testaruda. No acepta lo que ve con sus propios ojos ni lo que oye con sus propios oídos.

—Parece darle vueltas a una idea antes de clavarme la mirada para comprobar si encaja—. Al menos, quiere convencerme de ello. ?De verdad te llamas Bree?

Con la piel de gallina, pregunto:

—?Y mis recuerdos? Aún podrías borrarlos.

Le desaparece la sonrisa.

—No. No podría.

El miedo me vuelve atrevida.

—?No eres un merlín?

—Sabes que no. —Entrecierra los ojos y curva los labios hacia abajo en una mezcla de resignación y decepción. Suelta una risa grave mezclada con fatiga y un mínimo resquicio de ira—. Vale, ya lo pillo. Conoces a los merlines y sus encantos, así que has pronunciado el juramento, pero no eres paje de nuestra división.

Entonces, ?quién te envía? ?La división del Oeste? ?Has venido para evaluarme?

Abro la boca y la cierro otra vez porque no tengo ni idea de qué responder. ?Quién cree que soy? ?Quién quiero que crea que soy?

Decido que estamos jugando a una extra?a especie de juego en el que cada uno intenta averiguar los conocimientos que posee el otro antes de revelar los propios. Sé por qué quiero sus respuestas, pero aún no sé por qué él quiere las mías.

Levanto la barbilla y una chispa de la determinación anterior reaparece, con un poquito de la Bree de después bajo la superficie, lo suficiente para lanzarme al vacío en un intento de no parecer ignorante y ser lo bastante certera como para que revele sus cartas.

—Sé que a los legendborn les encanta cazar isels como el que te ayudé a encontrar esta noche.

La jugada me sale mal.

—?Quieres ponerme a prueba? ?Es eso? Pues vale. —Nick se levanta del sillón de la ventana y los ojos le centellean de una manera que me sobresalta—. En primer lugar, no era un isel cualquiera. Era un ciuffern, un sabueso infernal. La inteligencia más baja de los demonios menores, sin capacidad de hablar, pero la más feroz, junto a los zorros. Semicorpóreo, por lo que seguía siendo invisible para los comunes, pero capaz de herir la carne viva.

Unas pocas infusiones de éter más y habría sido tan sólido como nosotros. Segundo…

Se pasa una mano por el pelo, un gesto que indica al mismo tiempo incredulidad y frustración.

Agradezco la pausa porque, aunque sigo tumbada, la palabra ?demonio? ha hecho que el mundo se tambalee a mis pies. La frase inacabada de Nick me ha dejado en un punto aterrador en la cima de una monta?a rusa. Cuando vuelve hablar, caigo al vacío.

—Segundo, no me ayudaste, Bree. Corriste directa hacia él. Te ofreciste como cebo a un sabueso infernal, desarmada y sin entrenamiento, y casi pierdes los dos brazos por las molestias.

Quienquiera que te ordenara esta misioncita de reconocimiento te envió con una falta de conocimientos que jamás había presenciado en un paje. He cambiado de opinión. Si es un juego, no quiero a jugar más. Quiero respuestas. Ahora.

Un demonio.

Los dos brazos.

éter.

Trago el miedo fresco que se me arremolina en la garganta.

—No… No sabía que fueran demonios.

—Por amor de Dios. O eres la persona más cabezota del mundo y estás entregada en cuerpo y alma a esta artima?a, o eres tan nueva que te azotaron nada más pronunciar el pu?etero juramento.

—Se pasa una mano por la cara y suspira con pesadez—. Sí, son demonios. Esto es información básica. De preescolar.

Demonios. La palabra suscita un recuerdo de mi infancia. Mi madre nos lleva a misa en un caluroso y húmedo día de verano.

Todos los bancos están abarrotados y abundan los abanicos de papel. Me siento a su lado, abatida, mientras el sudor me chorrea por la espalda del vestido de poliéster, las medias blancas se me pegan a los muslos y hojeo la Biblia que hay en el banco para olvidarme del calor. Las coloridas y delgadas páginas ilustradas en el centro ofrecen algo más allá del texto: san Pedro en las puertas de oro mientras los rallos de sol brillan a través de nubes blancas que se extienden sin fin, la luz sagrada que resplandece alrededor de la cabeza de Jesús, los espíritus impuros invisibles, demonios, que atormentan a los creyentes con mentiras y enga?os.

—?Como en la Biblia?

Nick analiza mi expresión. Cuando suspira, la severidad se desprende de su cuerpo poco a poco, como un manto caído. Da un paso hacia delante y se acerca a mí, pero se detiene cuando me sobresalto.

—No me molestaré en curarte para después herirte —dice y espera a que responda. Tras un momento de vacilación, asiento y me toma con cuidado la mano derecha para desenredar la gasa en lentos bucles. Niega con la cabeza—. Una paje en pa?ales, entonces. Hay que ser imbécil para mandarte de misión sin ense?arte al menos lo básico. Sinceramente, deberías decirme quiénes son para denunciarlos por una negligencia así. —Cuando me quedo mirándolo en silencio, se rasca la nuca—. No dejaré que te vayas sin aprender antes algunos puntos elementales, o acabarás en un pozo de bwbach, estrangulada por un sarff uffern, o algo peor.

—Los sombríos, que es como llamamos a los demonios, llegan a nuestro plano a través de puertas que abren entre nuestro mundo y el suyo.

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