Legendborn (Legendborn #1)

—?Lengua 105: composición y retórica? ?Venga ya, Matty!

Escribes ensayos dormida, no has preparado un discurso en tu vida y aun así sacas sobresalientes. ?Biología 103: introducción a las plantas de Piamonte? ?Tu madre era botánica! Ahora lo entiendo: te matriculaste en esas clases para holgazanear. Además, apenas prestaste atención en el tour del campus, y finalmente nos has metido en un buen lío. Te da igual todo, ?verdad?

La vergüenza me sube por la barriga. Vergüenza y un bochorno enorme. No pensaba que hubiera escogido clases fáciles. Quizá no sean tan difíciles como otras que podría haber elegido, pero el mero hecho de estar aquí ya me resulta muy duro. Mantener el muro, mantener oculta a la Bree de después, y ahora la magia. La rabia llega justo detrás de la vergüenza y la consume en una llamarada.

Alice ni siquiera sabe que existe la Bree de después. ?No sabe nada!

—Nadie te obligó a ir a la cantera —espeto—. Podrías haberte negado.

Gru?e.

—Te has portado así todo el verano. Como si nada importase.

No quería que fueras sola con Charlotte Simpson.

—Entonces, ?qué? ?Ahora también eres mi ni?era?

—Después de lo de anoche, ?está bastante claro que necesitas una! Si no…

Se detiene y aparta la mirada, con la mandíbula apretada para contener las palabras.

Extiendo las manos.

—Di lo que quieras, Alice.

Se da la vuelta.

—Presentamos la solicitud cuando tu madre seguía viva. Sé que las cosas han cambiado para ti. Trato de entenderlo, pero, si no quieres estar aquí, si no vas a tomártelo en serio, entonces tal vez deberías volver a casa.

Es como si me hubiera dado una bofetada. Unas lágrimas calientes me presionan tras los ojos.

—?Volver a casa? ?A qué casa? ?Volver a ser la chica de la madre muerta en un pueblo lleno de cotillas?

La UNC era el sue?o de las dos.

Me devuelve la mirada y lo veo en sus ojos. En algún momento de las últimas veinticuatro horas, ya se ha imaginado haciendo esto sola. Sin mí.

El muro en mi interior crece. Dejo que se extienda alto y ancho hasta que no veo dónde termina. La barrera se coloca en una posición tan perfecta que todos los músculos de mi cara se quedan quietos a la vez. Imagino una superficie plana e impenetrable y trato de imitarla con la mirada.

—Ahora me toca a mí. ?Qué tal si maduras y te buscas una vida en lugar de culparme por tus decisiones?

Alice da un paso atrás y la forma en que se le quiebra la voz me apu?ala directa en el corazón.

—No sé quién eres ahora, Bree. —Me mira un momento más y luego se inclina para recoger sus cosas.

No puedo moverme ni hablar.

Me quedo mirando cómo se marcha.





5

Siento tanta rabia que la saboreo.

Recorro la mitad del camino de regreso a Old East antes de tener que detenerme para recuperar el aliento en los escalones de una biblioteca. Desde el borde de Polk Place, da la sensación de que los casi treinta mil estudiantes de la UNC atraviesan la plaza en una ola constante en dirección a las primeras clases del semestre.

Antes, Alice y yo hablábamos del Programa de Admisión Temprana como una gran aventura que viviríamos juntas. Ahora, mientras observo a los demás estudiantes yendo a sus clases con determinación, me siento sola. Una voz astuta y amarga se eleva desde un rincón oscuro. ?Tal vez es mejor así. Un recuerdo menos que aparentar de la Bree de antes?. Intento tragarme la silenciosa y cruda satisfacción que aflora, pero no desaparece. En este momento, me siento muy sola.

El teléfono me zumba en el bolsillo. Un mensaje de un número que no reconozco.

?Hola, Briana! Soy Nick Davis. El decano McKinnon me ha dado tu número para que empecemos hoy mismo. ?Quieres que quedemos después de las clases?

El ni?ero. Lo borro. Entonces, el teléfono vuelve a vibrar. Es una llamada.

El nombre que aparece en pantalla me provoca un nudo en la garganta. De todos modos, contesto.

—Hola, papá.

—Aquí está mi universitaria. —La voz de mi padre es cálida y familiar, pero el pulso se me acelera. ?Lo habrá llamado ya el decano?

—No soy universitaria de verdad, papá. —Me siento en la veranda de piedra detrás de una de las enormes columnas de la biblioteca para alejarme de las miradas de los transeúntes.

—Es un campus de verdad —replica—. La matrícula se paga con dinero de verdad.

?Mierda. No tengo réplica para eso?. Lo que le dije a Norris era cierto, gané una beca al mérito. Mis padres no eran ricos, pero habían sido buenos ahorradores. Aun así, el peque?o botín que habían acumulado para la matrícula no habría bastado para pagar una carrera de cuatro a?os sin préstamos. La única razón por la que mi padre puede afrontar los gastos de los dos a?os del Programa de Admisión Temprana es que el premio académico reduce el precio a la mitad. Aunque no lo ha dicho, pretende que la inversión en el programa me sirva para que las universidades me admitan más adelante y me concedan ayudas. Esbozo una mueca, todavía resentida por el comentario de Alice sobre mi elección de asignaturas.

—Supongo que tienes razón —murmuro.

—Ajá. —Se ríe—. ?Qué tal la primera noche en una residencia universitaria de verdad? —A mi padre no le van las indirectas. Con él, lo que ves y lo que oyes es lo que hay. Si hubiera recibido una llamada del decano, ya me lo habría dicho. En voz alta y clara.

Suelto un suspiro de alivio.

—?La primera noche? Tranquila —miento. No me gusta, aunque tampoco me sentiré peor de lo que ya me siento.

Espero la siguiente pregunta y llega justo a tiempo.

—?Ya has conocido a algún estudiante negro?

Los únicos chicos negros que iban a mi instituto eran un a?o mayores que yo. Un chaval tranquilo llamado Eric Rollins y una chica llamada Stephanie Henderson. Cada vez que pasábamos tiempo juntos, los blancos se ponían nerviosos o se emocionaban de forma extra?a. Todas las demás personas negras que conozco son parientes o de la iglesia a dos pueblos de distancia. La UNC

tiene una población negra mayor que el instituto de Bentonville, eso lo sé con seguridad. Es una de las razones por las que presenté la solicitud.

—Todavía no. Ni siquiera he tenido la primera clase.

—Bueno, necesitas una comunidad. ?Cuándo empiezas?

—A las diez.

—?Ya has desayunado?

—No tengo hambre. —Me doy cuenta de que no he comido desde antes de ir a la cantera.

Mi padre farfulla. Imagino su expresión mientras lo hace, la boca curvada hacia abajo, las cejas tupidas y oscuras apretadas y las líneas del rostro marrón oscuro arrugadas por el ce?o fruncido.

—?El apetito sigue yendo y viniendo?

No respondo, no quiero mentir de nuevo. Suspira. Habla despacio y con cuidado, y su acento de Richmond se suaviza —El libro dice que no tener hambre y no comer es un síntoma físico del duelo.

Sabía que mencionaría el libro. Visualizo el título: Pasar página.

El duelo, el amor y la pérdida. Cierro los ojos con fuerza y busco el muro.

Tracy Deonn's books