Legendborn (Legendborn #1)

—Eres demasiado lista —susurra con una voz que me recuerda a unas campanillas de viento que se estrellan en las rocas.

Echo a correr y los pies me resbalan en cada paso. No sé si me persigue. No oigo si lo hace. Solo disminuyo la velocidad cuando llego a la curva. Consigo pasarla sin acercarme demasiado al borde, pero me tuerzo el tobillo con brusquedad al hacerlo. Grito de dolor y dejo caer la linterna de la mano izquierda, pero sigo avanzando.

Sin luz, la negrura absoluta de la cueva me asola por todos los lados. Voy a ciegas en la oscuridad. No me veo ni la mano a centímetros de la cara.

Me ha dado tiempo a vislumbrar el camino antes de que la linterna saliera volando. Recto, luego un desnivel y recto otra vez.

Mantengo una mano apoyada en la pared y me muevo tan rápido como me atrevo mientras me mantengo atenta a cualquier sonido detrás de mí. Aunque nunca lo oiré llegar.

Desenvainar la espada sería inútil.

Si quisiera matarme aquí, nadie sabría que ha sido él.

Cuando habla otra vez, la voz me llega un poco amortiguada; todavía no ha dado la curva.

—La verdad es que tengo que darte las gracias. Si no hubieras aparecido esta noche, jamás habría encontrado la entrada al ogof y ddraig. —Hace una pausa—. Bueno, la habría encontrado con tiempo, pero la paciencia no es el fuerte de mi raza.

Cada paso me provoca un relámpago de dolor en el tobillo. No me detengo, pero el trote termina por convertirse en una cojera.

Aprieto los dientes y avanzo. Me apoyo en la pared para quitarle presión al pie.

—También tengo que darle las gracias a Davis. —La voz es más fuerte y más directa; ha doblado la esquina—. Despistó al traidor a la sangre del mago del rey al abrir sus puertas. Lo cierto es que apenas tuve que abrir ninguna. Solo una o dos, como la noche de la segunda prueba. Esperaba que los zorros se encargaran de Sel, pero estabas allí. Por cierto, ?cómo lo hiciste?

Me muerdo el labio inferior con tanta fuerza por el dolor que saboreo la sangre.

No dejes de moverte.

—?Sabías que el verdadero Evan Cooper tocaba el banjo?

?Tienes idea de lo difícil que es aprender a tocar el banjo? Una pesadilla. —Su risa es un sonido punzante y carente de humor.

Está más cerca, pero sé que está jugando conmigo. Es lo bastante rápido para atraparme. Para matarme, si quiere. La idea me perturba y tropiezo. Caigo hacia delante sobre las manos y las rodillas en la oscuridad. Luego me arrastro. Avanzo tan deprisa como puedo para alejarme de él en la negrura.

Una mano caliente me agarra por el tobillo malo. Grito, pero me arrastra de nuevo por las rocas sobre el estómago mientras con la mano libre ara?o la grava en un intento inútil.

Con un gru?ido, levanto la mano izquierda. Doy un golpe hacia atrás en un movimiento torpe, consciente que lo verá venir; no me hace falta herirlo, solo que me suelte. Lo hace.

Me levanto a duras penas, pero me golpea con la palma abierta a toda velocidad en medio de la columna vertebral. Me doy la vuelta para mirarlo, justo cuando el Evan Cooper que conocía desaparece para siempre.

A la luz de la linterna, el demonio goruchel sonríe y los dientes humanos se estiran en su boca hasta semejarse a los colmillos de un jabalí. Se le oscurecen los dedos y se alargan hasta convertirse en garras carmesí. Los ojos se le hunden en cavernas profundas y el color azul sangra hasta volverse rojo. El olor que me llena la nariz es el hedor agrio de la carne quemada.

Su nueva mirada me abrasa la piel. Siento como si la cara me ardiese y se me derritiera hasta solo quedar huesos y músculos chamuscados.

—Es de mala educación ignorar a alguien que te habla —sisea —. A Evan le gustaba tu actitud, Bree. A Rhaz, no.

—Lo siento —escupo—. ?No me gusta escuchar a asesinos!

El demonio, Rhaz, ladea la cabeza.

—Yo no he matado a Fitz. Solo llamé a los diablillos que lo mataron.

Cuando se?ala con el pulgar hacia atrás, me fijo en el corte largo y reciente que le recorre desde la parte exterior de la mu?eca hasta el codo. Había sangrado en el barranco de alguna manera mientras caminábamos. Convocó a los demonios en la oscuridad sin que nos diéramos cuenta. Suelta una risita.

—Bueno, no, tienes razón. Maté al verdadero Evan Cooper. Le quité la vida. Fingí ser el escudero de Fitz e incluso imité la humanidad de Evan lo suficiente como para pronunciar el estúpido Juramento del Guerrero en las narices del traidor. Ha sido horrible, Bree. No sabes cuántas veces he so?ado con arrancarle la piel de la cara al imbécil de Fitz…

—?Por qué? —grito.

Un regocijo fanático y oscuro como la misma cueva se desliza en su mirada ardiente.

—Para llegar a Nick, por supuesto. Y para esperar.

Los pulmones me arden en el pecho, pero detrás siento cómo el corazón me da un vuelco.

Su voz rasposa se vuelve un susurro conspirador.

—?Sabías que si un descendiente de Arturo despertado muere, las líneas acabarán para siempre? —Se ríe—. Muerto el perro, se acabó la rabia. Sería fácil si solo hiciera falta que Arturo llamara a Nick como los demás, pero ese rey arrogante y gilipollas no despertará del todo a su descendiente hasta que tome la espada.

Me alejo a rastras sobre la espada en un ángulo incómodo, pero me sigue con pasos silenciosos.

—?Y yo que había planeado ir a por el padre! Entonces el precioso Nickie te pide a ti en la gala. —Curva los labios en una sonrisa burlona y se lleva las manos al pecho—. Declara delante de todo el mundo que te quiere de escudera. En ese momento cuando me di cuenta de que el muy idiota haría cualquier cosa para mantenerte ilesa. Enfrentarse a una horda de mis camaradas demonios. Tomar Excálibur. Exponer a Arturo. —Sonríe—.

Necesitaba atraparte, así que el pobre cabeza hueca de Fitz ha tenido que acabar como un pincho moruno.

Se me revuelve el estómago. La bilis me sube a la garganta.

—A mi ama, Morgana, le encantará saber cómo he encontrado la debilidad del descendiente de Arturo. —Lo considera—. Encantar no es la expresión equivocada. Se morirá de celos, en realidad.

Adora la tortura.

Retrocedo, pero se mueve más rápido de lo que alcanzo a ver y esta vez me agarra por los dos tobillos.

—?Maleducada! —sisea.

Clavo los dedos en la grava que tengo detrás. Solo pienso en agarrarla y lanzársela a los ojos, pero, cuando toco la tierra con las yemas de los dedos y rozo las raíces de debajo, las puertas de mi interior se abren de golpe.

?La cueva está justo detrás de ti. Solo diez pasos más, Bree?.

La voz de mi abuela me insta a seguir adelante. Siento cómo sus manos, cálidas y suaves, me envuelven el corazón y lo sostienen en la palma.

Rhaz se da cuenta de cómo me cambia la expresión. Entrecierra los ojos cuando arranco las piernas de su agarre con una rapidez inesperada. Pego las rodillas al pecho y lanzo una patada hacia arriba con los dos pies para que salga despedido hacia el barranco.





53

Mi abuela tenía razón sobre la cueva. Llego cojeando en diez pasos.

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