Sus descendientes, mis antecesoras.
Un torrente de fuertes rostros marrones me sale al encuentro, una vida tras otra, una tras otra en un borrón.
Rostros enfadados y tristes. Asustados y solitarios. Rostros orgullosos y rostros cansados del sacrificio.
Sus rostros. Mis rostros. Nuestros rostros.
Me muestran cada una de sus muertes
cuando el núcleo de poder en el pecho de cada madre pasa a la hija.
Su resistencia está ligada a mi carne.
Giro, me retuerzo, tropiezo con la hierba.
Veo a mi madre de joven. Camina por el campus.
La luz de su interior brilla incluso a través del pesado abrigo de invierno.
Una chica de ojos amarillos y risue?os camina a su lado. La nieve le salpica el pelo;
Las ondas negras cuelgan por su espalda.
Dan la esquina juntas por un camino de ladrillos. Hablan y ríen.
Veo a mi madre al volante.
Estoy sentada en el asiento del copiloto. La observo mientras me observa; nuestros espíritus se encuentran en una mezcla del paseo de Vera y mi nuevo don.
El coche se acerca.
El accidente.
Solo un accidente.
No es culpa de nadie.
Mi madre me envuelve la mano con la suya y la aprieta.
?Nos toca a todas, mi ni?a?.
Justo antes de que el coche choque, lanza su amor a mi corazón
y se desvanece.
Soy yo misma, sentada en el hospital. La luz en mi pecho es peque?a, una llama apenas encendida.
Vuelvo a revivir mi propio recuerdo con los ojos de mi antepasada.
A través de ella, veo mi poder, todavía nuevo, que hierve a fuego lento en mi pecho.
El cuerpo del policía destella
como el aire sobre el asfalto caliente en verano.
El agente y la enfermera nos conducen a mi padre y a mí a una peque?a habitación de color verde menta.
El recuerdo encantado vuelve a plena potencia.
Veo la placa, los hombros anchos como una puerta, la barba incipiente en la barbilla.
Las cejas pobladas, los ojos azules.
Parpadeo y el brillo se disipa.
El encanto cae.
Un jersey viejo, hombros estrechos,
lágrimas que le caen por la barbilla.
Pelo negro como un cuervo, cejas negras, cara demasiado hermosa para ser real.
Rasgos jóvenes y viejos a la vez.
Dos ojos dorados como los de Sel, llenos de profundo dolor.
No como los de Sel.
Son los de Sel.
El labio inferior de la madre de Sel tiembla.
Habla con dolor.
?No recordarás esto,
pero quiero que sepas
que era mi amiga?.
55
Oscuridad.
Vera está de pie ante mí, ba?ada en sangre y llamas, con el pelo amplio y suelto como un roble vivo.
?Respuestas, pero no un final. Ahora que las tienes, ?todavía quieres luchar??.
No dudo. ?Sí?.
?Entonces hay una verdad final.
Un legado forzado, no entregado.
Una carga que yo no he llevado?.
Una pregunta en su mirada. Una elección.
?Estoy lista?.
Lo considera. Asiente.
?Entonces lo liberaré. Le daré voz?.
En la distancia, surge una presencia.
Desde el umbral entre los mundos, pronuncia mi nombre.
De repente, me convierto en nosotros.
Estamos de nuevo en la cueva.
Damos un paso y estamos ante la piedra.
Agarramos la antigua empu?adura, cálida bajo nuestros dedos.
Tiramos de Excálibur para liberarla.
56
En el momento en que alzo a Excálibur, la espada canta en mi mano, hambrienta de guerra. El éter de la hoja me sube por el brazo y me penetra en la conciencia para traerme de vuelta.
Desde el centro del diamante del pomo, raíces rojas se elevan y sangran hasta que la piedra destella como la sangre de un corazón latiente.
Las letras grabadas brillan a ambos lados de la plata. ?álzame.
Destiérrame?.
Las llamas azules y rojas se arremolinan en torno a mi cuerpo y la armadura de Arturo aparece en franjas y capas hasta relucir como el metal sobre mis hombros. En el reflejo de Excálibur, los ojos me arden de color carmesí.
Vera me pasa una mano por la frente. Unos labios fantasmales me besan antes de despedirse de mí.
—?Detenedla! —grita lord Davis. Enfurecido, me se?ala con un dedo tembloroso y llama a los legendborn a la acción—. ?Ahora!
En el otro extremo de la cueva, Greer, Vaughn, Felicity, Tor y Sar se sobresaltan por la orden de Davis, pero no obedecen. No apartan la vista de la espada en mi mano.
Sel me mira desde su posición en el agua, con una mezcla imposible de emociones en el rostro.
Dentro de mí, Arturo es la única presencia. Esta posesión no se parece en nada a la de Vera o a la de mi abuela.
Me levanta el brazo y apunta a Davis con Excálibur. Las palabras salen de mi boca, en una mezcla de mi voz y el estruendoso barítono de Arturo.
—?Traidor! ?Declaras la guerra a la corona, atraes a nuestros enemigos a sangre inocente y ahora te atreves a congregar a mis caballeros contra mí!
—No, no… —Davis balbucea, niega con la cabeza una y otra vez. Mientras murmura, tropieza y cae de espaldas al agua con un chapoteo. Se levanta y corre como una rata hacia uno de los túneles.
Arturo me lleva hasta el borde de la isla, lleno de furia justiciera y rabia regia mientras Davis escapa.
—?No quedarás impune!
—?Bree?
La voz de Nick nos atraviesa a ambos. Arturo me hace girar el cuerpo hasta que lo miro; se protege de la luz que emito con una mano medio levantada. Nuestra miradas se encuentran entre llamas rojas y azules.
Quiero llorar. Quiero gritar. Pero Arturo me controla la voz y el cuerpo y, aunque usa mis ojos, no es a Nick a quien ve.
—Mi hermano Lancelot. Mi mano derecha. Camlann ha llegado.
Los ojos de Nick se abren como platos.
Todos lo vimos derrumbarse y oímos al antiguo caballero proclamar su presencia y despertar a su descendiente. Nick había sido llamado. Solo que no por Arturo.
Porque yo soy la descendiente de Arturo.
Una risa chillona y chirriante resuena desde el techo de la caverna. Todos nos volvemos al recordar la amenaza inmediata.
Rhaz y su ejército de demonios merodean por las orillas. Un oso infernal, varios diablillos, zorros y sabuesos que esperan órdenes.
—?Una abominación! —grita Rhaz, con la cara partida en una sonrisa malvada—. Pero ?Arturo a fin de cuentas! —Los demonios aúllan y ladran, rugen y gritan; un grito de guerra del inframundo—.
?Matadla! —ruge.
Las bestias avanzan. Arturo levanta a Excálibur en alto. Con nuestra doble voz, grita:
—?A mí, mis caballeros!
Corro fuera de la isla y salto en el aire sobre el foso. Los legendborn corren con las armas en alto.
Grito a medio salto y mi voluntad se impone a la de Arturo.
—?No! —Lanzo la mano libre en un amplio arco, con los dedos extendidos. Un muro de seis metros de llamas rojas estalla frente a los legendborn. Una barrera entre ellos y los demonios. La confusión de Arturo me invade mientras aterrizo en la orilla—. No más muertes —digo y cambio la espada de nuevo a la mano derecha.