—Eso es, Nickie.
Todos observamos, congelados, cómo Nick respira tembloroso y luego cae de rodillas. Echa la cabeza hacia atrás y la profunda voz de Arturo emerge de su garganta.
—Aunque caiga, no moriré, sino que llamaré a la sangre que viva.
Nick se levanta con un solo movimiento y se vuelve hacia la piedra que sostiene Excálibur.
?Está aquí?, susurra mi abuela, con una voz tan fuerte dentro de mi cabeza que estoy segura de que todos la han oído.
La determinación en los hombros de Nick crece con cada paso que da hacia su destino.
??Quién??.
Sel sale del foso, jadeante, y busca a Nick. Pero Nick ya está junto a la piedra.
?La antigua madre. La más antigua. Vera?.
Nick se acerca a la empu?adura de la espada y, tras respirar hondo, tira.
Mi abuela se desvanece.
La espada no se mueve.
Tor jadea. Lord Davis emite un grito ahogado. Incluso los ojos infernales del goruchel se abren de par en par.
Nick tira con ambas manos de la empu?adura, pero la antigua arma no cede.
Se aleja, con una máscara de confusión y conmoción.
En mi interior, estalla una bomba. La casa vuela en pedazos.
El tiempo se ralentiza.
Se detiene.
Se congela.
Un solo segundo, suspendido.
*
La antigua madre de mi familia llena cada uno de mis miembros.
Llega, tal y como había pedido.
Su voz es rica y suave, acero líquido transformándose en una hoja. Me envuelve, una cálida manta con bordes afilados.
??Qué quieres saber, ni?a??.
—Todo —susurro.
??Por qué??.
Podría decir que por los demonios. Davis. Nick. Los inocentes.
El mundo. No lo hago.
Pienso en mi madre. Sus luchas. Sus triunfos. Su dolor. Cómo ahora también me pertenecen. Ahora cargo con ellos. Los empu?o.
—Porque su vida importaba. Quiero asegurarme de que su muerte también.
Siento su aprobación y placer.
?Entonces te daré el poder para hacerlo, envuelto de verdad?.
Me arrastra a los recuerdos.
Me quiebro.
54
Un paseo.
A?os pasados.
A?os de dolor.
La historia que mi madre,
su madre
y su madre nunca conocieron.
*
Veo a la madre más antigua cuando es joven, de pie en un campo detrás de una gran casa blanca.
Lleva un sencillo vestido blanco que al menos fue blanco en alguna época.
Lleva el pelo recogido. El rostro de caoba reluciente. Los ojos como los míos.
El sol está bajo en el cielo. Está cansada. El día ha sido largo.
Los días siempre son largos.
Los gritos furiosos de la mujer del amo se oyen al otro lado del campo.
Se pelean, el amo y su mujer.
Se pelean por los hijos, pero no tienen.
Otro día acaba.
Camina hacia los barracones cuando oye un sonido.
Un hombre pálido con el pelo del color de las bellotas se cuela en el patio
por la puerta trasera.
Lo reconoce. El hombre llamado Reynolds.
Una mujer de pelo rubio sale a su encuentro; mira tras de sí a cada paso.
La mujer del amo.
Reynolds atrae a la mujer del amo hacia él hasta que se ocultan detrás del magnolio,
cuyas ramas casi tocan la tierra.
Es de día. Otro día. Otro magnolio.
Se ha parado a descansar bajo sus arcos, solo un momento.
Solo un momento de descanso.
El maestro aparece. Está asustada. Atrapada.
Le tiende la mano. ?No vengo a hacerte da?o?, dice.
Pero lo hace. La hiere de todos modos.
Las semillas caídas del magnolio yacen en el suelo.
Sus bordes afilados se le clavan en la espalda.
Tres meses después.
Se los oye pelear desde la plantación,
al amo y a su esposa.
Mi antepasada se pregunta
si un ni?o entre ellos de verdad mejoraría las cosas.
No lo haría.
Pero al día siguiente
siente que uno crece dentro de ella.
Cuando se le nota,
la mujer del amo se da cuenta,
pero no le importa.
Cuando se le nota,
el amo se da cuenta
y sí le importa.
Le importa mucho.
Viene a por ella. Sostiene su rostro curtido y suave entre los duros dedos.
Sus ojos azules penetran los marrones de ella.
Los demás en el campo se dan cuenta.
Los ve por encima de su cabeza.
?Esta noche, Vera?, dice con brusquedad
y la suelta.
Se aleja.
Vera sabe que esta vez quiere hacerle da?o.
Corre.
Hay caminos que tomar. Rumores sobre qué camino seguir.
Se va en cuanto se pone el sol
y espera recordar las historias.
No se lo cuenta a nadie, no vaya a perseguirlos también.
Puede que los persiga.
No se lleva nada más que un poco de fruta y una dulce madreselva,
con el néctar todavía en el tallo.
Corre durante horas.
El amo Davis tiene dinero para los patrulleros, pero no esperaba oírlos tan rápido.
Los perros se acercan en la distancia.
Cae en un arroyo. Da la vuelta.
Remonta la corriente con las faldas en alto.
Se sube a un árbol cuyas ramas cuelgan bajas.
Tiene los brazos fuertes.
Sube por el tronco, envía oraciones a las raíces, agradece al árbol su ayuda.
Se deja caer cincuenta metros al norte de donde empezó.
Se instala en la oscura sombra del árbol que la ayuda y derrama la fruta
y la madreselva, aplastada pero todavía buena.
Se sienta con las piernas cruzadas sobre la tierra fresca y se pasa una cuchilla rota por la palma de la mano.
El corte es profundo, pero duele menos que las ampollas de los pies. Es una caminante de la memoria, pero esta noche no quiere caminar.
Quiere correr.
Unta su sangre en la fruta y las flores, presiona la mezcla y la mano en la tierra hasta el fondo y llama a los ancestros para que la ayuden en un canto rítmico de su propia creación.
?Protegednos, por favor. Todos.
Protegedme para que pueda protegerla.
Ayudadme a ver el peligro antes de que ataque.
Ayudadme a resistir sus trampas.
Dadnos la fuerza para escondernos y luchar.
Protegednos, por favor. Todos.
Protegedme para que pueda protegerla.
Ayudadme a ver el peligro antes de que ataque.
Ayudadme a resistir sus trampas.
Dadnos la fuerza para escondernos y luchar.
Dadnos lo necesario para escondernos y luchar?.
La oyen. Las voces nacen de la tierra.
Recorrer sus heridas y sus venas,
directas a su alma.
??Ligado a la sangre??
Jadea. Los perros están en el arroyo. Sus lágrimas caen en la tierra.
??Sí, por favor! ?Ligadlo a mi sangre!?.
?Hay un precio?. Las voces suspiran, tristes y pesadas.
?Una hija a la vez, para siempre?.
??Ligadlo a nosotras!?, grita.
Su cuerpo tiembla con una ola de desesperación, un océano de determinación.
Las voces y ella pronuncian las palabras a la vez.
?Que así sea?.
Un núcleo fundido de rojo y negro cobra vida en su pecho.
A medida que se extiende por sus extremidades y la quema por dentro, se vuelve hacia mí, me ve.
Sus ojos son volcanes, con un fuego sanguinolento que brota de las comisuras.
El poder entra en erupción en su piel,
envuelve una mano alrededor de mi mu?eca.
?Este es tu comienzo?.
El paseo de la antigua madre, como el de Patricia, es solo el comienzo.
En las garras de su poder,
he pasado por ocho generaciones de mujeres.