—Ah, sí. Estamos al tanto de tu resistencia inherente al encanto.
Isaac ha percibido la marca de Selwyn en tu cráneo esta noche. Los restos del reemplazo de unos recuerdos que, al parecer, nunca surtió efecto. Una razón más para traerte aquí.
No me molesto en negarlo. Si eso es lo único que cree que haré, mejor para mí.
Cruza la habitación para desplegar en la pared un mapa de Europa Occidental.
—Al principio, había ciento cincuenta caballeros de la Mesa Redonda. En ese momento, la mesa solo era metafórica, por supuesto. —Golpea el mapa con el nudillo—. Los caballeros eran famosos en toda Europa.
—Me alegro por ellos —digo.
Davis murmura y se aparta del mapa. Se apoya en el borde de la mesa.
—Las leyendas de las haza?as individuales de los caballeros se extienden mucho más allá, incluso hasta áfrica.
El tono desenfadado de su voz no oculta lo que quiere decir. Lo que podría decir. El miedo se apodera de mí.
Habla con calma y ligereza. Un hombre educado que hace una pregunta inocente.
—?Has oído hablar del caballero llamado Moriaen?
Espera la respuesta con una sonrisa paciente y presumida. El momento se alarga, interminable y tenso, hasta que respondo, con apenas un hilo de voz.
—No.
—Ah —dice y se mira un anillo de plata de la mano izquierda mientras le da vueltas con los dedos—. Es comprensible. La leyenda cuenta que el caballero Agloval, hijo del rey Pellinor y hermano de otros cuatro caballeros de la Mesa, incluido nuestro Lamorak, viajó una vez a lo que entonces se conocía como tierras moriscas. Allí se enamoró de una princesa morisca y la dejó embarazada. Según cuentan, su hijo, Moriaen, creció hasta convertirse en un formidable luchador, alto, fuerte y hábil en batalla.
Moriaen portaba escudo y armadura y, como nieto de Pellinor y sobrino de tantos valiosos caballeros, tal vez se llegó a asumir que también se uniría a la Mesa.
El manto caliente de la repentina humillación me sofoca y me impide respirar.
Davis me mira con falsa preocupación.
—Pero Moriaen no se unió a la Mesa. ?Sabes por qué, Briana?
Trago el nudo espesa y ardiente de rabia que tengo en la garganta.
—No.
—Porque no era digno. —Junta las manos en el regazo y me mira con ojos ilegibles—. Igual que tú no eres digna. Ni para Camlann, ni para mi hijo.
La voz me suena de forma extra?a, como si otra persona hablase desde una habitación lejana.
—Nick ya ha decidido que lo soy.
—Nick no comprende la grandeza de su ascensión. Lo que significa el regreso del rey y lo que podrá restaurar. La oportunidad de Camlann que yo nunca tuve.
Lo fulmino con la mirada y empapo las palabras de una rabia fresca.
—?Crees que la guerra es una oportunidad?
Me mira sorprendido, como si hubiera confundido el rojo con el azul.
—Todas las guerras son oportunidades. No dejaré pasar otra.
—Dejarla pasar —murmuro. El corazón me late cuando ato los cabos—. Querías que Camlann pasara cuando eras el descendiente. Querías que Arturo te llamara.
—Por supuesto que sí. —Lord Davis inclina la cabeza—. Dudo que comprendas la frustración que siente un descendiente que nunca ha sido despertado, pero ?un descendiente de Arturo? Tener todo el poder al alcance de la mano y tener que esperar a que venga a ti. La impotencia era intolerable. No obstante, ese no es el motivo por el que he acelerado Camlann. Lo hago por el futuro de mi hijo y el de la Orden. —Se?ala los cuadros de las paredes y los libros antiguos—. En la antigüedad, los vasallos nos servían a cambio de protección. Ahora, los directores generales y los políticos esperan que sean los feudatarios los que se dobleguen a sus caprichos y les den todo lo que quieren. Las luchas internas entre las familias vasallas enfrentan a las líneas.
—En su momento, las damas eran respetadas y honradas en la corte, pero luego la Orden de la Rosa se perdió por el camino y ahora las mujeres se sientan a la Mesa, cuando Malory nos dice que ?el propósito mismo de un caballero es luchar en nombre de una dama?. Ahora el insensato de mi hijo decide elegirte a ti, que ocupas la encrucijada entre dos faltas. ?Acaso no ves cómo todo se deteriora? ?No entiendes que la corrupción debe arrancarse y corregirse?
Dos faltas. Mi raza y mi género.
Pero no son faltas. Son mi fuerza.
Soy mucho más de lo que este hombre sabe.
Lord Davis me observa y espera una respuesta con curiosidad sincera. La desconexión de su mirada y la frialdad con la que habla de la guerra y el poder me traen a la mente el recuerdo de los informes, la declaración jurada, su firma al pie de la carta. Siento un horror enfermizo.
—Fuiste tú. Abriste las puertas hace veinticinco a?os. Les tendiste una alfombra roja a los sombríos, los invitaste a entrar en nuestro mundo.
Espero que lo niegue. Que me llame mentirosa. Pero no lo hace.
En cambio, mueve un dedo.
—Isaac me dijo que os había olido a Selwyn y a ti en mi estudio.
Imagino que aprovechaste para cotillear en mis archivos mientras él perseguía su muy inconveniente teoría del topo.
—Ni siquiera intentas negarlo —jadeo—. ?Has hecho que matasen a gente! Mi… —Me detengo. No tiene ni idea de quién soy en realidad. No sabe que mi madre ya sufrió por su codicia. No quiero mencionar su nombre. No quiero darle más poder.
Bufa y se aleja del escritorio.
—Admito que ese fue un experimento fallido. Esperaba crear una amenaza que culminase en Camlann mediante la incursión de numerosos sombríos y la pérdida de vidas en manos de los demonios, como se deduce de las bases de nuestra misión.
?Proteger a los comunes del azote de la guerra?. Me costó algunos a?os más de investigación comprender que, cuanto más amenazados se vieran los propios descendientes, antes despertaban.
—Sel tenía razón. Alguien de dentro estaba abriendo puertas en el campus. Tú. —Los recuerdos encajan a toda velocidad—. La noche del primer juramento, le preguntaste si le fallaban sus habilidades, solo para que se cuestionara a sí mismo. Y la amenaza de despojarlo del título de mago del rey de Nick era para quitarlo de en medio.
—No merezco todo el mérito de la paranoia de Selwyn, Briana.
Las puertas se abren a un ritmo creciente por toda la costa, en todas las divisiones. Solo presioné un poco aquí y allá.
—?Ibas a torturarlo!
Se encoge de hombros.
—El chico necesita que lo tengan bien atado.
Me rechinan los dientes ante la despreocupación que muestra hacia el dolor de Sel. El desprecio por el ni?o al que educó.
Hago un repaso de todos los ataques de sombríos en las últimas dos semanas, desde el primero en la cantera, el sabueso en el campus, la noche del juramento…
—Trajiste a los sabuesos y al uchel la noche de la iniciación, ?verdad?