—Bree, ?qué ocurre?
Les hablo de la caja de mi madre y no les oculto nada, ni siquiera la manipulación de la sangre. En el momento de silencio que se produce al terminar, el viento levanta la bufanda de Patricia, los rizos de Mariah y los míos.
Patricia no ha dejado de mirarme y me preocupa que no vaya a ayudarme después de todo.
—Mereces saber por qué se hizo este trato. Sin embargo, aunque quiera, me temo que no seré de mucha ayuda. Nuestra gente rechaza la manipulación de la sangre, así que quienes lo practican lo mantienen en secreto. No sé cómo funcionan tus habilidades ni de dónde vienen.
—Lo sé. Por eso necesito hablar con una antepasada que me lo pueda explicar. Quiero saber más sobre lo que soy y por qué. — Respiro hondo—. No quiero perderme en el pasado. Quiero abrazarlo y comprenderlo.
Mariah se encoge de hombros.
—Estoy dispuesta a ayudar, pero no hay seguridad de que alguien responda —advierte—. Incluso en ese caso, no hay promesas sobre quién aparecerá, ?recuerdas? Podría ser tu madre u otra persona.
Me apresuro a responder:
—En realidad, no quiero que sea mi madre. Necesito ir más atrás.
Patricia lo considera y asiente despacio.
—De acuerdo, Bree.
Cinco minutos después, nos hemos colocado en un triángulo, con las manos enlazadas y las rodillas tocándose débilmente alrededor de las ofrendas en el centro. Como no sabía qué ofrendas preferirían mis antepasadas, les he pedido que trajeran un cuenco de fruta, algunos dulces, un vaso de zumo y frutos secos. Cosas que le gustaban a mi madre y a mí también.
Patricia repite la instrucción de la otra vez en voz baja.
—Empieza por concentrarte en el amor por tu madre.
Extraigo una imagen suya de mis recuerdos y casi no me duele, solo una pizca en los bordes, como un trozo de papel quemado.
Está en la cocina y tararea mientras mezcla un bol de huevos rellenos. Mete el me?ique para probarlo y me llama para que lo pruebe también. Es como hacer magia, al menos, es lo que sentía siempre que cocinábamos juntas.
Patricia susurra:
—Ahora imagina que el amor se extiende hasta tu abuela, y más allá.
—Como un hilo —murmuro.
Oigo la sonrisa en su voz cuando responde.
—Sí.
Imagino el hilo, grueso y tenso, desde mi madre hasta mi abuela, y se detiene. No puedo ir más allá. Estoy bloqueada…
Por un muro.
Siempre he sabido que esta imagen, esta construcción interna de mi propia creación, formaba parte de mi caja de herramientas de supervivencia. Pero no había tenido ninguna razón para quitarlo.
Ahora la tengo. Tengo que hacerlo.
Imagino que el muro se desmorona en pedazos, ladrillo a ladrillo. Tiro las cadenas, el metal, el acero. Lo arranco todo hasta que veo más allá y encuentro el nudo de dolor apretado de mi pecho, envuelto en capas de furia brillante e interminable, la parte de mí a la que llamo la Bree de después.
La desenredo.
Una hebra para mi madre.
Una para mi padre.
Una para mí.
Desenredo la rabia hasta que me corre por las venas como el combustible de un motor. Dejo que se convierta en parte de mí, pero no que me consuma por entero. Un dolor caliente y abrasador bajo la piel, la lengua, las u?as. Dejo que se extienda por todo mi cuerpo, hasta que no haya más ?antes? ni más ?después?.
Yo soy ella y ella es yo.
—Tengo el hilo —dice Mariah emocionada—. Lo seguiré.
Siento un calor que brota de las puntas de mis dedos, como si la marea del mar me recorriera y fluyera hacia Mariah.
—Oigo a alguien —susurra—. Una mujer.
Respiro hondo y me concentro en el hilo. ?Por favor. Por favor, ayúdame?.
—Es poderosa. Tiene mucho que decir —dice Mariah, con la voz tensa—. No, mucho que hacer. Ay, madre. Vaya. —Deja de hablar de sopetón y me agarra los dedos como un cepo; me aprieta los huesos del me?ique y el índice. Abro los ojos y me fijo en los suyos entornados. Tiene la respiración acelerada.
—?Mariah? —Patricia se inclina hacia nosotras, pero no rompe la conexión—. ?Mariah?
También la llamo, cuando el mar vuelve a correr por mi mano tan deprisa que me abrasa la mu?eca y los antebrazos, hasta arremolinarse en un tornado caliente en mi pecho. Grito, pero no puedo soltarla.
Una voz grave me arde en los oídos y dentro de los párpados.
Unos rizos blancos, la piel de bronce, unas pocas arrugas, los ojos de mi madre y los míos. Esboza una sonrisa irónica.
—Te lo has tomado con calma.
*
Es una sensación extra?a la de tener a otra persona dentro de ti.
Me siento como si fuera una pecera de cristal con forma humana y cada paso hace que el agua de mi abuela se escurra por mis costados y casi vuelque por el borde.
Patricia me agarra el codo.
—?Bree? Háblanos.
—Estoy… —Parpadeo varias veces y siento que me muevo a cámara lenta—. Estoy bien. Aunque me siento como borracha.
??Y tú qué sabes lo que se siente al estar borracha??, dice la abuela y, no sé cómo, me pincha las costillas.
—?Ay! —protesto y me agarro el costado—. ?Tengo que sentirme así?
Mariah se encoge de hombros.
—No sabría decirte. La posesión es muy rara. A mí nunca me ha pasado, pero mi tío Kwame está poseído todo el tiempo. Los espíritus de la familia se llevan su cuerpo de paseo o a veces se quedan a charlar dentro de él y pasan el rato hasta que el ancestro se va.
—?No todos los médium viven posesiones?
—No. El arte médium es una rama de la raíz con sus propias variaciones. Todas diferentes porque los ancestros son diferentes.
—Mariah me mira a los ojos—. ?Hala! No cabe duda de que tu abuela está ahí contigo. —Se echa hacia atrás y levanta la mano para chocar los cinco—. ?Bienvenida al club médium!
Siento que mi abuela frunce el ce?o por el gesto, así que yo también lo hago. Todo esto me marea un poco.
—?Gracias? Aunque no lo entiendo. ?Por qué no descubrí que era médium cuando era ni?a?
—Tal vez por la manipulación de la sangre y la naturaleza original de ese hechizo. Tendrías que hablar con una antepasada que lo sepa y, como dijo tu madre, tendrás que remontarte más allá de tu abuela —especula Patricia—. Tu madre practicaba el arte vivo, que es una rama diferente. Un poder diferente. Como médium, tu poder está estrechamente ligado a la muerte y, como la manipulación de la sangre de tu familia se desencadena con la muerte, tal vez las dos ramas se entrelazaron en ti hasta quedar unidas de manera impredecible. Me temo que no estoy segura.
Mariah ladea la cabeza.
—Pero ?por qué no se manifestaron las dos ramas cuando murió tu madre?
La respuesta viene a mí incluso antes de que termine la pregunta.
—Es culpa mía. —Veo la verdad dentro de mis pensamientos—.
La noche en el hospital cree a una versión de mí misma a la que llamé la Bree de después. —Miro a Patricia y asiente para que continúe—. El trauma la creó, pero gasté todas mis energías en contenerla.
Patricia asiente.