Legendborn (Legendborn #1)

Mi respiración se entrecorta y me agarra la mano mientras se inclina para mirarme a los ojos. Su mirada oscura se clava en la mía como si fuera una adulta, no una ni?a.

—Bree, si estás escuchando esto por segunda vez, entonces ya sabes de qué te hablo. Las habilidades sutiles y persistentes como la que acabas de usar con la pulsera, una visión mejorada que te permite ver cosas que otras personas no pueden, un sentido del olfato, del tacto, del oído e incluso del gusto agudizados, cuando se trata de la raíz del mundo. Estas habilidades pasivas nos permiten detectar un encuentro con la raíz, la magia, el éter, o como sea que lo llamen otros practicantes, y evitarlo, si así lo decides. No tiene nada de malo, Bree, nada en absoluto, porque lo más importante que tienes que hacer en este mundo, lo más necesario, es sobrevivirlo. No hagas nada por los demás sin cuidar antes de ti misma. ?Entendido?

La peque?a yo se ha quedado quieta, pero asiento.

—Bien. En mi opinión, estas habilidades nos proporcionan dos opciones, luchar o huir. Este primer grupo del que te he hablado, te ayudará a huir si lo necesitas, pero si eliges mantenerte firme, si decides luchar… Nuestro don también te servirá. La razón por la que no compartimos nuestras habilidades con otras rasanas es que este poder se consiguió a través de la manipulación de la sangre, es decir, que no es prestado, sino que se tomó para siempre.

Alguien, en algún punto de nuestra línea de sangre, ligó el don a nuestros cuerpos. No sé quién ni cómo. Tu abuela tampoco lo sabía. Lo único que hemos averiguado es que la última de nosotras que sabía de dónde venían estos poderes murió al dar a luz, así que no pasó ese conocimiento a su hija, lo que me lleva al siguiente punto…

—La razón por la que se dice que la manipulación de la sangre es una maldición es porque el universo volverá para reclamar su pago de una forma u otra. En nuestra familia, el coste es que el poder solo puede vivir en una hija a la vez. Tal vez sea porque nos consume, no lo sé, pero ninguna hemos llegado a disfrutar mucho tiempo de nuestras madres. El acto final de cada madre es pasar las habilidades a su hija. Por eso sé que, si estás escuchando esto, es porque lo tienes. Y, si lo tienes, yo ya no estoy. Sé que lo piensas, pero no es tu culpa que te haya dejado, igual que no fue culpa mía que mi madre me dejara. Sé que ahora lo sientes, pero no dejes que esos sentimientos se pudran dentro de ti. Deja que el dolor te acompa?e, pero no que se convierta en todo lo que eres.

Es lo que yo intento.

Un sollozo en pecho peque?ito. El mío.

Mi madre me levanta del banco y me alza en brazos: —No llores, cari?o, solo practico. Todavía estoy aquí. Sé que es confuso.

—No quiero que te vayas

—No me voy a ninguna parte. Estoy aquí, delante de ti. Necesito que seas valiente mientras te cuento el resto de la historia. ?Lo harás por mí? ?Sí? Gracias.

—He dicho que tenemos dos opciones, luchar o huir, ?verdad?

La parte de luchar solo se manifestará cuando la necesites de verdad, cuando estés lo bastante enfadada o molesta y no tengas escapatoria. A mí me pasó solo una vez. Vi algo en la universidad que me fue imposible ignorar, vi cómo herían a personas inocentes.

Tomé la decisión de luchar y valió la pena. Lo haría de nuevo si fuera necesario. Sin embargo, una consecuencia de esa decisión ha sido que desde entonces he tenido que esconderme de la gente que no entiende quiénes somos o lo que podemos hacer. Por eso, si existe alguna posibilidad de que no tengas estas habilidades, haré todo lo posible por ocultártelas. Porque si no sabes nada, entonces tal vez no te encuentren. Tal vez no te sientas atraída por esa universidad como me sentí yo. Es por eso también que te lo cuento ahora, de manera que solo lo escuches si es totalmente necesario que entiendas lo que somos.

—No diré que lo que hice entonces fue un error. Lo volvería a hacer si tuviera que hacerlo. Creo que el error fue dejar que la rabia y la culpa por la muerte de mi madre me calaran tan hondo que perdí una parte de mí. Trabajo en ello. Lo intento.

—Quiero que sepas que eres lo mejor que me ha pasado. Ya eres más luchadora de lo que yo nunca fui. Creo con todo mi corazón que, si quieres, cambiarás el mundo.

Me toma las manos entre las suyas y entrelaza nuestros dedos como si quisiera traspasarme todo su amor mediante el tacto.

—Cuando llegue el momento, si llega, no tengas miedo. Lucha.

Arriesga. Sigue a tu corazón. Y sigue adelante.

Cierra los ojos con fuerza y, cuando los abre, están vidriosos por las lágrimas. Vuelve a mirar por encima de mi cabeza y asiente sutilmente.

—?No recordará nada de esto hasta después?

—No —dice una voz detrás de mí. Intento volverme otra vez, pero la mano de mi madre se apresura a agarrarme el hombro con fuerza antes de que vea quién es.

—Bree, cari?o, mírame —dice—. Solo mírame.

Lo último que veo es a mi madre, que me sostiene mientras susurra:

—Te quiero.



*

Salgo del recuerdo y caigo de rodillas. Ahora las palabras, las imágenes y los sonidos están en mi cabeza, como un archivo en un cajón. Como algo que siempre he poseído, pero no tenía la llave para abrir. La llama de la pulsera que tengo en las manos se apaga, pero el mensaje sigue flotando en el aire. Dejo que las palabras de mi madre fluyan a través de mí hasta que se me cierran los ojos y me empapo de ellas.

?Sigue adelante?.

Es el mensaje que mi madre ha plantado en mi mente para el momento en que más necesitase oírlo.

Cuando abro los ojos, sé lo que tengo que hacer.





43

El aire del cementerio está cargado. Es inquietante. Incluso las hojas de los árboles se agitan y tiemblan, como si todo el lugar supiera que he venido a usar la raíz.

Espero en la sección de tumbas sin nombre después de la última clase y me siento más valiente que asustada.

Dos figuras con chaquetas finas se aproximan por el camino de grava. Reconozco a Patricia de inmediato; al acercarse, me fijo en que la bufanda de hoy es de un intenso color cobrizo. A su lado, Mariah lleva vaqueros y botas de piel y el pelo levantado en una bola de rizos que le a?ade al menos veinte centímetros a su corta estatura. Lleva una cesta con ofrendas, tal y como le he pedido.

—Bree —murmura Patricia y me abraza con fuerza para calmarme los nervios—. Me asustaste cuando me llamaste. ?Dijiste que era una emergencia? ?Va todo bien?

Me aparto y trago con fuerza; respiro hondo.

—Irá bien. Gracias por venir hoy. A las dos. Sé que la forma en que dejamos las cosas… Lo siento. Siento mi comportamiento.

Patricia inclina la cabeza y estudia mis rasgos antes de asentir.

—Disculpa aceptada.

—Lo mismo digo. —Mariah se cambia la cesta al otro brazo—.

Siempre que me digas qué hacemos aquí. No es que me molesten los cementerios, pero no vengo a uno sin razón. —Mira alrededor —. Los espíritus inquietos me siguen a casa si no ando con cuidado y luego tengo que limpiar el ambiente. Es todo un proceso.

—Necesito que me ayudéis a hablar con alguien de mi familia.

Intercambian una mirada.

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