Josh suspiró y alejó su comida de las brasas. Las cosas le gustaban siempre poco hechas; a veces, disfrutaba burlándose de mi costumbre por cocinarlo todo pasado el punto. ?Se te notan los orígenes en el paladar?, decía con socarronería.
Calificar a Josh como ?mi mejor amigo? sonaba banal, teniendo en cuenta la magnitud de lo que él había significado para mí. Josh era un punto de inflexión. Josh era una intersección en mitad de una carretera de miles de kilómetros. Josh era el comienzo y el final de una etapa. Josh era la línea que dividía mi existencia en dos.
Me había esforzado cada día por ser igual que él. Y después, cuando logré no solo eso, sino incluso convertirme en una versión mejorada, seguí manteniendo aquel vínculo intacto. Esa anidada lealtad no me anulaba los sentidos: hacía tiempo que tenía la sensación de que nuestros mundos se habían distanciado (él se había quedado en casa trabajando en la empresa familiar de exportación tras la lesión que lo apartó del equipo de la universidad unos a?os atrás y yo vivía en una burbuja neoyorquina en la que me relacionaba con gente interesante y mi futuro, sencillamente, brillaba). Cuando lo oía relatar las mismas anécdotas de siempre o le hablaba de algún tema del que él no tenía ni idea, como la última exposición de arte a la que había asistido, sentía una extra?a satisfacción al percibir su frustración y, al mismo tiempo, me incomodaba dejarlo atrás.
—?Terminarás entrando en política gracias a tu suegro?
—No, no me interesa. —Alcé la vista hacia Darren.
—?Sigues queriendo especializarte en derecho deportivo?
Sí, tenía en mente convertirme en un agente muy muy rico.
—Ese es el plan —contesté mientras me servía la comida.
—Will Tucker: el hombre de los planes —bromeó Josh.
No tardé en pedir una segunda botella de vino. Y, luego, cuando terminamos la cena y salimos a la calle, sentí el viento suave de finales de verano en el rostro y seguí a mis amigos por la calle hasta el aparcamiento pensando que la vida era perfectísima, como la geometría de la naturaleza, capaz de superar el ingenio del mejor arquitecto; o la polinización, un proceso maravilloso de principio a fin.
—?Adónde vamos ahora? —preguntó Darren.
—Seguro que habrá gente en el pinar —dijo Josh, y se?aló mi coche, que brillaba bajo la luz de la luna—. ?Haces los honores? Luego volvemos a por el mío.
Josh montó en el asiento del copiloto y Darren, detrás, empezó a liarse un porro. Tras arrancar el motor, me giré y lo taladré con la mirada.
—Ni se te ocurra encenderlo dentro.
—?Dónde está nuestro amigo y qué ha hecho Nueva York con él? —Josh chasqueó la lengua y hubo una peque?a pausa, como si esperase que entrase en el juego, pero no lo hice. Verano tras verano, las bromas al respecto se habían afianzado—. Darren, no te cortes. Y me lo pasas después, a ver si animamos la noche por aquí.
Oí el chasquido de un mechero y frené con brusquedad.
—?Joder, Will! —protestó Josh.
Clavé la vista en el espejo retrovisor y dije:
—Darren, si vas a fumar, baja del coche.
—Oye, tío, tranquilo. Solo era una broma.
Respiré hondo y volví a acelerar para incorporarme a la carretera. El ambiente se había enrarecido de golpe, así que durante el trayecto me obligué a participar en la conversación (algo sobre la hierba que habían comprado) e hice alguna que otra broma. No era difícil. Solo tenía que decir lo que esperaban que dijese, solo tenía que reírme de lo que esperaban que riese. Llevaba toda mi vida perfeccionando el arte del disfraz, hasta el punto de que la máscara que un día decidí ponerme delante de los demás estaba tan adherida que ya no era de tela ni de cartón, sino parte de mi piel.
Había gente cuando llegamos al pinar. La mayoría eran amigos que seguían viviendo por la zona, pero también había varios compa?eros que, como en mi caso, regresaban durante las vacaciones de verano. Y Jenna, con su largo cabello rubio recogido en una trenza y un vestido minúsculo que marcaba su silueta. Se puso de puntillas y me dio un beso en la mejilla que se alargó un par de segundos. Habíamos sido pareja durante los últimos a?os de instituto.
—Las botellas están por ahí —comentó Ash.
Darren preparó unos cubatas y me pasó un vaso. No tardé en bebérmelo. La gente hablaba alto, demasiado alto. Seguí bebiendo. Un par de colegas empezaron a apostar cuando decidieron que había llegado la hora de las carreras: consistía en competir con los coches bajo la zona del pinar, en una recta apenas transitada por la noche. Allá a los lejos, no tardaron en oírse los pitidos y los motores gru?endo, preparados para acelerar.
En algún momento, ya de madrugada, Josh se tumbó sobre una de las mesas de madera que durante el día ocupaban turistas entusiastas que paraban allí a comer. Bebí un poco más, no sé si era la tercera o la cuarta copa. Luego me dejé caer a su lado. El cielo estaba a rebosar de estrellas, tantas que parecían darse codazos entre ellas para encajar mejor, y no sé por qué imaginé a mi padre sentado en el jardín de casa con la cabeza alzada hacia arriba en busca de Perseidas, y su soledad se me coló dentro como un gusano retorcido y carnoso.
—Will… William… Perfecto Will… —canturreó Josh divertido.
—Estás como una cuba. —El pecho me vibraba a causa de la risa y era una sensación fácil y maravillosa—. Perdona por lo de antes.
—?Lo de antes? ?El qué?
—Nada. Olvídalo —dije.
Los dos éramos conscientes de esa tensión que en ocasiones parecía palpitar entre nosotros, sobre todo durante los últimos a?os, pero me gustó que fingiese que no existía porque, en esencia, la vida era eso, fingir y fingir y morir fingiendo.
Cuando finges lo suficiente, hasta se vuelve real.
—Noah los está machacando a todos —dijo Ash emocionado.
—Eso es porque aún no se ha enfrentado a nosotros. —Josh se incorporó y me zarandeó el hombro—. ?Qué me dices, Will? Como en los viejos tiempos. Tú y yo mano a mano. Vamos, levántate.