El mapa de los anhelos

Fue entonces cuando me entró la risa, una carcajada extra?a se abrió paso en mi interior. Y, después, de golpe, tuve unas ganas inmensas de llorar. Pero tenía la sensación de que, si empezaba a hacerlo, si dejaba que escapase la primera lágrima, ya no podría parar. Lloraría hasta inundarlo todo: el hospital, la ciudad, el mundo, desbordaría el mar.

Estamos hechos de agua. Estamos hechos de lágrimas.

Cuando volví a la habitación del hospital, comprendí algo aterrador que marcaría todo lo que llegó después: no existía. Mi nombre estaba en una partida de nacimiento y, si me miraba al espejo, aparecía un chico de cabello oscuro, pero, en realidad, no había rastro del Will Tucker que todos creían conocer. Era una fantasía ridícula.

—?Cómo ha ido la prueba? —Lena sonrió.

No pude contestar. Tenía la garganta tan cerrada como el corazón.

No fue por la decisión de Josh, no fue por las múltiples heridas del accidente que soldarían con el paso del tiempo, no fue por las implicaciones que aquello tendría en mi historial laboral, no fue por la decadente soledad que me rodeaba.

Fue porque dentro de ese tubo me di cuenta de mi irrealidad y de que en ese vacío arrastraba a todos los que me rodeaban, como un tornado que se llevaba por delante lo que encontraba a su paso. Por retorcido que fuese, pensé que el golpe, ese accidente de coche, era lo mejor que podría haberme ocurrido. Porque no fue solo físico. Hubo algo más, otro golpe interno que rompió cosas que no tenían nada que ver con huesos, tendones o músculos, sino con el alma que, fisurada y agonizando, luchaba por sobrevivir.

La vida está llena de puntos y aparte.

—Lena. —El nombre sonó metálico al pronunciarlo y me recordó al sabor de la sangre cuando era peque?o y me lamía las heridas—. Lena… —repetí tras coger aire—: Tienes que irte.

—?Adónde? ?Qué necesitas?

Siempre tan servicial, tan inocente.

Imaginé la respuesta amable: ?Tienes que irte de mi vida, eso es lo que estoy diciendo. Tienes que salir de esta habitación y ponerte a salvo y ser feliz?.

Pero sabía que el otro camino sería más efectivo.

—No habrá boda. Lo siento. Lo siento de veras. Me gustaría haber sido el hombre que te mereces, pero no es así. Antes de que te preguntes si esto es por el accidente, si estoy aturdido o bloqueado, quiero que sepas que estuve con otra mujer. Y no es la primera vez. Probablemente, tampoco hubiese sido la última.

Hacía muchos a?os que no era tan sincero con nadie.

Lena permaneció de pie, en mitad de la habitación, mirándome con los ojos brillantes y el labio temblándole. Vi su lucha interior. Vi el ?te quiero y no te creo? enfrentándose al ?eres un jodido imbécil?. Ganó la segunda opción.

Salió de mi vida sin hacer ruido.

Cuando se fue, cuando Lena cerró esa puerta, me di cuenta de que, sin ella y Josh, no quedaba nadie con quien tuviese un vínculo real. El resto eran viejos conocidos o familia, aquellos que me acompa?aban desde los orígenes.

Y esa palabra retumbó dentro. Origen. El nido.

Después, como si fuese una se?al, llegó Lucy.





30


La chica del bote de purpurina


Abrí los ojos de golpe y di un respingo.

—?Quién narices eres tú? —grité.

—Así que no te acuerdas… —El cabello rubio le cubrió parte del rostro como una cortina cuando ladeó la cabeza—. Me llamo Lucy.

Había un vacío inmenso en mi cabeza y el nombre, lejos de resultar revelador, tan solo se quedó ahí rebotando contra las paredes de un lado a otro.

Pero sí reconocí su voz almibarada. La había oído en algún lugar de mi subconsciente durante los últimos días.

Me incorporé en la cama sin dejar de mirarla. Llevaba una bata de hospital y su tez era pálida, tirando a amarillenta. Tenía los labios gruesos un poco resecos.

—?Nos hemos visto antes?

—Depende. Eres Will, ?verdad?

—Entonces, no solo te cuelas en habitaciones privadas, sino que también lees los expedientes de los demás enfermos. ?Sabes que es ilegal?

Se encogió de hombros y sonrió, pero pude ver que había una tristeza infinita en sus ojos, aunque estaba tan enquistada que casi pasaba desapercibida.

—Admito que soy un poco cotilla, pero no me ha hecho falta ver tu historial para saber tu nombre. Porque lo recuerdo.

—?Quién eres?

Fue el primer atisbo de curiosidad que sentí en días tras el confuso despertar y las pruebas interminables. Una peque?a sacudida en un camino llano.

—Tendrás que adivinarlo. Juguemos.

—?Cómo dices? —Me moví y ahogué un gru?ido de dolor.

—?El accidente te dejó secuelas auditivas?

—Pero qué demonios…

—?Sabes jugar al ajedrez?

Dudé. ?Exigirle que se marchase y me dejase en paz o seguir adelante? Antes de que pudiese reflexionarlo, oí mi propia voz alta y clara: —Sí.

—Genial. Vuelvo enseguida.

Después desapareció. Me quedé un largo minuto en silencio contemplando la pared aséptica de enfrente y preguntándome si aquello, el giro que había dado mi vida, la chica de la voz dulce y los escombros a mis pies, era real.

No tardó más de un cuarto de hora en volver. Lo hizo con una bonita caja de madera debajo del brazo. Era peque?a, con los bordes redondeados. Abrió los cierres y el tablero de ajedrez apareció ante mis ojos. Lo dejó encima de la mesilla donde solían poner la bandeja de comida y los calmantes. Ella ya había colocado casi todas sus piezas cuando logré reaccionar e hice lo mismo.

—?Estás listo?

—Qué remedio.

—Empiezas tú.

—?Y cuál es la dinámica? ?Si gano me explicas por qué te gusta colarte en habitaciones ajenas y crees conocerme?

—Exactamente.

—?Y si pierdo?

—Mmm… —Me miró con suspicacia y se dio unos golpecitos en la barbilla con el dedo—. La verdad es que no tienes nada que me resulte interesante.

—Qué subidón de autoestima.

—Lo siento, pero odio mentir.

El silencio se alargó e intervine: —Entonces, ?cuál es el trato?

—Si pierdes, simplemente tienes que seguir jugando. No tengo muchos amigos por aquí y los días en el hospital a veces pueden ser muy largos. ?Te parece bien?

Hubo algo en ella, en sus palabras, que me encogió el pecho.

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