El mapa de los anhelos

—Nada excesivo, o eso espero. Solo un par de cervezas y poco más.

—Claro. Por cierto… —Hizo una pausa y luego su voz sonó dulce y tierna, cargada de amor y devoción—: Feliz cumplea?os, Will.

Un escalofrío me atravesó cuando colgué el teléfono y lo dejé en la mesilla de noche. Me quedé unos segundos contemplando la punta de un calcetín rojo que sobresalía por la rendija del primer cajón. Aunque hacía apenas unas horas que había acariciado el cuerpo de Tiffany, tenía la sensación de que había ocurrido hacía una eternidad, a?os quizá. De camino a la ducha, me prometí que dejaría de comportarme como un idiota en cuanto pasase por el altar, como si firmar ese papel simbolizase un antes y un después. A partir de entonces, se acabarían los líos de una noche y los coqueteos. Sería una versión mejorada de mí mismo. Podía hacerlo, sí. Podía. No era la primera vez que me proponía algo semejante.

Bajé las escaleras aún con el cabello húmedo.

En Nebraska los veranos eran muy calurosos y los inviernos muy fríos. Los lugares así resultan algo simplones, como si todo dentro de ellos fuese demasiado evidente. A veces, tenía la sensación de que la gente que los habitaba era igual, peque?os charcos de agua estancada que ignoraban que allá fuera existían ríos y lagos, océanos inmensos.

—?Ya te marchas? —Mi madre me interceptó saliendo de la cocina.

—Sí. No sé a qué hora volveré.

—Bien. —Se acercó y me palmeó la mejilla con suavidad. Y en ese gesto hubo algo…, algo enredado—. Tu padre está en el jardín porque esta noche hay lluvia de Perseidas. ?No quieres ir un rato con él?

—Lo siento, llego tarde.

—Ya. Ve con cuidado.

Salí sin mirar atrás. Pasar un par de semanas en casa durante las vacaciones de verano era tan agobiante como refrescante. Acostumbrado a la libertad en la gran ciudad, tenía la sensación de que volver al hogar familiar era como ponerme una camisa de fuerza; me incomodaba tener que dar explicaciones cuando entraba y salía. Pero también era como viajar dentro de una máquina del tiempo y contemplar un mundo estático en el que todo seguía intacto, como una estantería llena, llenísima, de cientos de figuritas de cristal. Me calmaba pensar: ?Es posible que algún día todo lo demás estalle, pero aquí, en este lugar recóndito, siempre seguiré siendo el famoso, inigualable y querido Will Tucker?.

Había quedado en La Perla con Josh y Darren.

Era uno de los restaurantes más exclusivos de Lincoln, conocido por el pescado fresco que llegaba a sus puertas a diario y por las brasas encendidas en el centro de las mesas de piedra. Uno podía elegir entre darle la vuelta y sacar la comida cuando estuviese al punto o pedirle al camarero que lo hiciese. También servían un vino blanco francés que era mi perdición y la última vez había comprado varias botellas para llevármelas a Nueva York porque, irónicamente, fui incapaz de encontrarlo en la gran ciudad.

Los vi sentados en la mesa del fondo que solíamos ocupar.

—?Aquí llega el cumplea?ero! —gritó Darren.

—A ver, espera, date la vuelta. —Josh frunció el ce?o de esa manera suya que siempre resultaba exagerada—. Sí, joder, estás más viejo. ?Has dejado de afeitarte?

Sonreí y me acaricié el mentón. La barba, de apenas dos días, me hizo cosquillas en la palma de la mano. Me quité la chaqueta y ocupé la silla libre.

—?Tu chica sabe que le has declarado la guerra a la cuchilla?

—Darren, me da que de todas las cosas que su chica no sabe esta es la menos importante. —Josh soltó una carcajada y después se puso a leer la carta—. ?Pedimos lo mismo que la última vez? No estuvo mal.

Una camarera de cabello casta?o y mirada amable se acercó para tomarnos nota. Todavía había algo dentro de mi cabeza que retumbaba sin cesar y el jaleo en el restaurante, las voces y las risas, los olores fuertes de la comida asándose, parecían agravar esa presión. Me masajeé las sienes con lentitud.

—Así que estás prometido. O eso he oído.

El que lo decía era Darren. Habíamos ido juntos al instituto, jugamos en el mismo equipo de fútbol y formaba parte de mi grupo de amigos, pero el día que decidí que casarme con Lena era lo mejor (lo más sensato, lo más lógico, lo más práctico), tan solo compartí la noticia con mis padres y Josh. Al resto de mi entorno llegó de manera natural, sin que tuviese que tomarme la molestia de comunicarlo de forma oficial.

—Sí —contesté.

—?Es porque el padre de la chica está en el Senado o has perdido la cabeza del todo? Te estás metiendo en un buen lío tú solito…

—A Will le van los planes establecidos —a?adió Josh sin dejar de juguetear con el cuchillo—. Siempre y cuando pueda encontrar alguna bifurcación en el camino, claro.

Puse los ojos en blanco. En aquel momento me di cuenta de que podía predecir el resto de la noche: se pasarían la cena burlándose veladamente de todo el asunto de la boda, el compromiso, bla, bla, bla, y yo me esforzaría por disimular que todo aquello me aburría, así que bebería más de la cuenta y me acabaría la botella de vino en un suspiro.

Se cumplió punto por punto.

—?Después, el bombo? —Darren se rio.

—Tengo una predicción —Josh alzó una mano en alto de forma teatral para pedir que guardásemos silencio—: Gemelos. Qué fantasía.

Le di la vuelta al palo de madera en el que se asaba mi pescado. Las escamas brillantes e iridiscentes se habían tornado de un triste gris ceniciento.

—Pasarás los domingos en el club de campo.

—Si es que no es lo que hace ya —dijo Josh.

—Os dejaré con la duda —apunté divertido.

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