El mapa de los anhelos

—?Te aturdo? —Sonrío.

Will aprieta el botón para abrir el coche y se encienden las luces. Resbalo contra su cuerpo firme hasta tocar el suelo con los pies. Se sienta en el asiento del copiloto y tira de mi mano para que me acomode sobre él. Volvemos a quedarnos a oscuras cuando cierra la puerta. Me quito la peluca porque, aunque me encante la idea de llevar el pelo lila, en estos momentos necesito ser yo más que nunca, sin disfraces.

Acaricio su rostro. Quiero memorizar cada línea, la textura de la piel, el arco de las cejas, todo él. Se mantiene quieto mientras lo hago, con los ojos cerrados. Casi parece que se rinde ante las caricias. Por un instante, recuerdo a la mujer de El beso, la manera en la que se abandona al abrazo del amante. ?Será eso el amor? ?Sentirse seguro en los brazos de otra persona? ?Saber que puede romperte el corazón y aun así seguir adelante sin mirar atrás? ?Y es posible que esto sea un comienzo o lo deseo tanto que estaría dispuesta a dejarme llevar por la imaginación para creerlo? Lo único que sé con certeza es que quiero encajar una llave en el corazón de Will y girarla para abrirlo.

Presiono mis labios sobre los suyos y luego susurro:

—Creo que podría enamorarme de ti. O quizá ya haya ocurrido; no sé cuándo exactamente, es casi imposible encontrar el instante concreto…

—?Por qué? —Abre los ojos.

No parece sorprendido ni alarmado por lo que acabo de decir. Hay una calma inquietante en su rostro y sigue acariciándome la espalda con la mano abierta arriba y abajo. Le rozo la mejilla con la nariz en un gesto dulce.

—Porque tú me ves.

—?Y qué más?

—No te entiendo.

—?Qué es lo que te gusta de mí?

—Esto de aquí… —Se?alo su cabeza con la mano y luego bajo hasta apoyarla sobre el corazón—. Y también esto. Tú, Will.

Hay algo siniestro en su mirada.

—?Y si no soy la persona de la que crees haberte enamorado?

—Todos tenemos aristas y rincones oscuros. Nadie es perfecto.

Lo beso con vehemencia, como si de pronto sintiese la urgencia de profundizar la manera en la que mi cuerpo encaja sobre el suyo y se adapta a las líneas duras que lo forman. Y quiero… Me doy cuenta de que quiero que deje de hablar. No me apetece pensar. Me apetece solo él, él, él. Y este vínculo. Esto que hemos creado no sé muy bien cómo, pero que sé que existe porque puedo sentirlo dentro, entre las costillas, ahí protegido.

Will responde a la intensidad del beso, gru?e y sus manos descienden hasta colarse por la cintura de mis vaqueros, pero la inquietud lo persigue y se aparta.

—Espera. Espera.

—Odio esperar.

—Ya. Pero no puedo.

Su rechazo lo sacude todo y me muevo hacia atrás para poner distancia entre los dos, aunque el espacio en el que estamos encajados es tan peque?o que apenas consigo nada. Abro la puerta del coche, pero Will coge mi mano antes de que salga.

—Dame al menos la oportunidad.

—?De qué? —Lo miro a los ojos.

—?Quieres conocer mi historia? —pregunta, y toqueteo la diminuta llave que se balancea en mi cuello. No me paro a sopesar los riesgos de lo que implica abrir puertas que llevan tiempo cerradas, tan solo asiento con la cabeza—. De acuerdo. Entonces creo que debería empezar contándote quién era yo dieciséis horas antes del desastre…





La historia de Will





26


Dieciséis horas antes del desastre


Un móvil sonaba de forma incesante en algún rincón de la habitación. Me di la vuelta en la cama, tiré del edredón y me cubrí la cabeza con él. Oí un quejido.

—?Will! ?Que hace frío!

—?No tienes otra manta?

—No. —Tiffany me destapó sin miramientos—. ?Y te importaría coger el dichoso móvil o apagarlo? Lleva sonando media hora. ?Quién puede ser tan insistente?

Logré dar con el teléfono, que estaba dentro de mi zapatilla, en el suelo. Vi el nombre que parpadeaba en la pantalla y silencié la llamada.

—Es mi novia.

—Pobre infeliz.

Tiffany se levantó. Paseó su silueta desnuda por la habitación sin ningún tipo de vergüenza hasta que abrió un cajón de la cómoda y se puso unas braguitas de encaje negro que captaron mi atención. Me incorporé. Yo tampoco estaba vestido. Le dirigí una sonrisa cargada de intenciones, todas malas, y ella se echó a reír y se acercó a la cama. Hundí el dedo en la goma de la ropa interior para quitársela.

—Resulta que hoy es mi cumplea?os —murmuré tras bajarle las bragas—. Y creo que tú vas a ser mi primer regalo.

—?Cuál es el segundo?

—No estoy seguro. —Alcé la mano pensativo, y le acaricié el pecho derecho—. ?Qué puedes pedir cuando lo tienes absolutamente todo?

—Eres un idiota, William. Pero un idiota muy guapo.

—Y que sabe hacerte gritar.

Colé la mano entre sus piernas en ese mismo instante y ella cerró los ojos y se mordió el labio. Me tumbé encima y me hundí en su interior. Fuerte, duro, húmedo. Mi relación con el sexo siempre había sido así, tan placentera como fría, tan mecánica como eficiente. El deseo no tenía nada que ver con lo emocional, sino con el estímulo visual. Los pechos de Tiffany balanceándose, su voz gimiendo en mi oído, el cuerpo esbelto o su rostro contraído por el placer. Todo era obra mía. La idea, retorcida y ridícula, me excitaba lo suficiente como para impulsarme a moverme más rápido conforme el final se abrió paso y sus u?as se clavaron en mis hombros.

—Joder —mascullé tras apartarme y dejarme caer a un lado.

—Sí, admito que eso lo haces muy bien —bromeó ella, y luego hundió los dedos en mi pelo—. ?Te apetece que desayunemos juntos?

—?Estás de broma? Tengo cosas que hacer. ?Qué hora es?

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