Cuando no queden más estrellas que contar

—?Cuánto tiempo te vas a quedar ahí?

—No estoy segura, pero es posible que acabe aquí el a?o. Después puede que le haga caso a Fiodora e intente conseguir el puesto que deja libre en la compa?ía.

—?Eso sería genial!

—Sí, ?verdad? —Matías se quedó callado, y yo lo conocía muy bien como para saber que tras ese silencio había algo que le costaba decirme—. ?Qué pasa?

—Nada.

—Matías...

—Ayer vi a Lucas.

Se me paró el corazón un segundo, y después comenzó a latir muy fuerte.

—?Sigue en Madrid?

—Sí.

No sabía si esa respuesta me aliviaba o me entristecía. Supongo que me afligía, porque me era imposible no pensar que seguía en el mismo punto en que lo había dejado, junto a su familia, sujeto a unos hilos que marcaban sus pasos.

—Madrid es grande, pero no tanto como para no encontrarse, ?verdad?

—No me lo encontré por casualidad, vino a verme.

—?Por qué?

—?Tú qué crees? Quería saber si estabas bien.

—Podría habérmelo preguntado a mí.

—Eso mismo le dije yo, y me contestó que dejarte en paz es lo mejor que puede hacer por ti. Yo también lo creo, Maya. Sé que es un tío majo, pero si no es capaz de darte el lugar que te mereces, no es bueno para ti.

—Eligió, ?verdad? —se me quebró la voz.

—Y lo sigue haciendo, mi ni?a. Se ha quedado aquí.

—Yo lo convencí para que viniera, dejó Sorrento por mi culpa.

—Tú le diste el mejor consejo que le podías dar; su padre se moría, Maya. Todo lo que pasó desde que llegasteis a Madrid es cosa suya. él decidió, eligió y actuó en consecuencia.

—Esa familia lo ha tenido siempre abducido, él no...

—Lucas tiene veintisiete a?os, Maya. Es un hombre adulto que debería ser capaz de enfrentar y cortar esa situación. Tendría que defender su independencia y vivir su vida sin el permiso de nadie. Ni siquiera lo ha intentado. No ha luchado por...

Se quedó callado y supe que era para no hacerme da?o.

—Puedes decirlo.

—No ha luchado por ti.

Matías había dado de lleno en la herida y no le faltaba razón. Lucas no había luchado, se había dejado vencer, y eso era lo que más me dolía. Después de todo lo que habíamos compartido.

—Es verdad —susurré.

—No se te ocurra culparte, lo intentaste y no salió bien. Estas cosas pasan.

—Lo sé, pero duele, y lo echo de menos, y estoy cabreada porque se suponía que el fuerte de los dos era él.

—Son los efectos secundarios de enamorarse, ?no leíste el prospecto?

Rompí a reír y los ojos se me llenaron de lágrimas. No me acostumbraba a vivir en medio de esa loca dualidad en la que oscilaba sin parar.

Mi teléfono emitió un pitido.

—Tengo que colgar, me estoy quedando sin batería.

—Llámame pronto, ?vale?

—Vale.

Colgué e inspiré hondo varias veces.

Busqué a Guille con la mirada y lo vi correr hacia el paseo que bordeaba la playa, donde distinguí a mi madre. Junto a ella había dos personas. Una saltó a la arena y vino hacia mí. Entorné los párpados y forcé la vista.

De pronto, el corazón me dio un vuelco y un hormigueo doloroso se extendió por mi piel. Me dije a mí misma que lo estaba imaginando, porque no era posible. Sin embargo, conforme se acercaba, su presencia se adue?ó de todo y yo solo podía mirarlo y temblar. Se detuvo frente a mí y sus ojos me recorrieron de arriba abajo. Yo me sentí peque?a, en todos los sentidos, y me rodeé la cintura con los brazos en un acto de protección.

Le había crecido el pelo y ahora le caía arremolinado por la frente. Llevaba una sudadera blanca, que resaltaba el bronceado de su rostro, y unos vaqueros anchos que le colgaban de las caderas.

Sus labios se curvaron en una sonrisa.

—?Sabes? Tu abuelo tenía un lunar idéntico al nuestro, en el mismo lugar. —Levantó la mano y se tocó la ceja con la punta del dedo—. Es curioso, pero, mirando viejas fotos, me he dado cuenta de que te pareces mucho más a él que a mí.

Lo observé nerviosa, con ese nudo que suele anticipar las lágrimas.

—?Qué haces aquí?

—Daria me localizó hace unos días en la escuela. Hemos estado hablando desde entonces.

Todo empezaba a cobrar sentido, mi madre le había hecho venir.

—Ella no debería haberte llamado, y tú no tenías obligación de venir.

—Nadie me ha obligado a venir, Maya. Estoy aquí porque es lo correcto y...

Lo interrumpí con un gesto de impaciencia.

—Tú nunca has querido tener hijos y yo soy lo bastante mayor para arreglármelas por mi cuenta. No tienes que hacer nada de esto, ?vale? No... no hay nada que compensar. Vuelve con tu familia y olvídalo todo.

él dio un paso hacia mí y buscó mi mirada con la suya.

—No me has dejado terminar, Maya. ?Puedo? —Asentí mientras me ruborizaba avergonzada—. Estoy aquí porque es lo correcto y porque quiero.

—Estabas muy enfadado y dolido cuando me marché.

—Me cogió tan de sorpresa que no supe encajarlo. —Alzó la vista al cielo un momento—. Me asusté.

—Fue culpa mía, lo hice todo mal desde el principio. Lo siento mucho.

—No te culpo, Maya. Tú no eres responsable de nada. Ni siquiera puedo imaginar lo difícil que debió de ser para ti.

—Tú tampoco eres responsable de nada.

—No, pero aquí estamos los dos, ?verdad?

Asentí con la cabeza, mientras mi corazón marcaba un ritmo errático. Tragué saliva.

—Espero que no tuvieras problemas con Dante.

—Dante y yo estamos bien. De hecho, ha querido acompa?arme.

Se?aló un punto a su espalda y mi mirada voló hasta el paseo, donde mi madre conversaba con otra persona. Observé de nuevo a Giulio, seguía sin entender qué hacía allí. Tampoco estaba segura de querer averiguarlo, cualquier posibilidad me aterraba.

Nos miramos fijamente, los dos en silencio.

—Lo que dije sobre que no quería tener hijos... —empezó a decir. Me ce?í con más fuerza la cintura y se me saltaron las lágrimas—. No tuve la oportunidad de explicártelo.

—No es necesario que me expliques nada, cada uno es como es.

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