Cuando no queden más estrellas que contar



La casa familiar de Lucas se encontraba en una urbanización de Alcobendas. Yo nunca había estado allí, pero recordaba la dirección después de que él la hubiera mencionado en alguna ocasión.

Agarré con fuerza mi bolso y contemplé la calle desierta a través de la ventanilla.

—?Podría esperarme aquí, por favor? —le pregunté al taxista.

—Sin problema.

Bajé del vehículo con el corazón encogido y me paré frente a una puerta corredera de acero, tan alta como el muro de piedra que la flanqueaba. Era imposible ver lo que había al otro lado, salvo las copas de unos árboles muy altos, agitadas por el viento frío de noviembre.

Sin más preámbulos, me acerqué al videoportero y llamé.

—Dígame —contestó una voz de mujer al otro lado, como si estuviera respondiendo al teléfono.

—Sí... Hola... Buenas noches, busco a Lucas, ?está en casa?

—?Lucas? Sí, es mi nieto.

Sonreí al darme cuenta de que hablaba con su abuela.

—Encantada de saludarla.

—?Traes la tarta?

—?Disculpe?

—?No eres de la pastelería?

—No, lo siento. Soy una amiga de Lucas y necesito hablar con él. ?Podría decirle que Maya está en la puerta?

—?A quién?

—A Lucas.

—Lucas es mi nieto. Es un chico muy bueno.

Suspiré con la terrible sensación de que aquella conversación no conducía a ninguna parte.

—Sí, es muy bueno. Pero podría...

—Un momento.

La lucecita del videoportero se apagó.

Metí las manos en los bolsillos de mi abrigo y aguardé. El frío me traspasaba la ropa y, cada vez que exhalaba, una nube de vaho escapaba de mi boca. Di un par de saltitos, nerviosa, y comencé a moverme de un lado a otro. Mientras, el tiempo pasaba y nadie abría esa puerta.

Esperé un poco más. Transcurrió un minuto. Y otro. Y después, otro.

No iba a salir.

Triste y decepcionada, di media vuelta y me encaminé al taxi. Al menos, lo había intentado. También había fracasado, y me sentía frustrada y al borde de las lágrimas por no haber reaccionado mucho antes.

Entonces, el portón se abrió.

—?Maya?

El corazón se me subió a la garganta y me volví. Lucas me observaba desde la acera. Llevaba un jersey de punto sobre una camisa y un pantalón chino, demasiado formal. En su rostro se adivinaba una barba incipiente y parecía muy cansado. Me miró a los ojos, en apariencia indiferente, aunque yo sabía que lo último que habría esperado era encontrarme allí.

—Hola —susurré.

—Hola.

—?Cómo estás?

—Voy tirando. —Permaneció indeciso unos segundos—. ?Y tú?

—Bien. —Hice un gesto hacia la casa—. Menuda fiesta tenéis montada.

—Es por mi cumplea?os.

Me atravesó un escalofrío y una sensación de vértigo se instaló en mi tripa.

—Felicidades.

—Gracias.

—Es curioso, hemos hablado de muchas cosas, pero nunca de cuándo eran nuestros cumplea?os. El mío es en abril.

Su pecho se llenó con una brusca inspiración y vi miedo en sus ojos. También recelo, dudas, confusión...

—?A qué has venido, Maya?

El frío que unos minutos antes me envolvía había desaparecido. Las mejillas me ardían. Toda la piel.

—A decirte que vuelvo a Sorrento —susurré insegura. Sus ojos se abrieron como platos—. Giulio y Dante han venido a buscarme. Hemos arreglado las cosas y quieren que regrese a casa con ellos, para quedarme.

—??Están aquí, en Madrid?!

—Sí. Quieren que te diga que todos te echan de menos en la villa.

—Podrían haberme llamado —replicó con cierto desdén.

—Y tú a ellos. Has perdido el contacto con todo el mundo.

Bajó la mirada un momento y tragó saliva. Abrió la boca para decir algo, pero lo pensó mejor y volvió a cerrarla. Su arranque irreverente se evaporó de golpe.

Cogí aire, impaciente y nerviosa. No había ido hasta allí para discutir. Di un paso hacia él. Me miró con cautela y una vulnerabilidad tan frágil como la que yo sentía.

—Lucas, estoy aquí porque alguien me comentó una vez que debería vivir según mi instinto. Me explicó que la intuición es un impulso que nace en nuestro interior. Un deseo. Aquello que realmente queremos más que nada —susurré temblorosa—. Bien, pues mi instinto es el que me ha traído hasta aquí para decirte que no me arrepiento de haberme ido, pero sí de no haberte dicho algunas cosas antes.

Su mirada brilló desconfiada.

—?Qué cosas?

—Muchas, tantas que no sé por dónde empezar. —Inspiré hondo e hice acopio de todo mi valor—. Lucas, este no es tu sitio. Tú no deseas nada de esto y lo sabes. Es evidente que tu familia te importa y te preocupa lo que pueda ocurrirle a tu padre, y eso está bien. Pero no es ese sentimiento el que te mantiene aquí, sino la culpabilidad. ?Y no es justo!, porque tú nunca has hecho nada malo que debas compensar. No es justo que te sacrifiques de este modo, porque se trata de tu vida y ya no te pertenece. Durante semanas he visto cómo dejabas de ser tú mismo y te transformabas en otra persona. Esa que prometiste no volver a ser nunca. Has ido desapareciendo poco a poco y ahora casi no te reconozco, y lo que más lamento es haberme quedado mirando mientras ocurría, en lugar de ayudarte. Lamento haberme marchado como si no me importaras. Y lamento haberte dicho que nunca hubo un nosotros, porque no era cierto, lo había. —Noté el escozor de las lágrimas tras los párpados—. Aún puede haberlo.

Lucas me lanzó una mirada con la que me cuestionaba.

—?Aún? —inquirió con la voz ronca.

—Eh, perdona —dijo el taxista desde el otro lado de la calle—. Mi turno está a punto de terminar.

—Enseguida voy.

Contemplé de nuevo a Lucas. Tenía los hombros en tensión y le costaba mirarme.

En mi interior las emociones se agitaban como un mar revuelto.

—Te quiero, Lucas. Eso también debí decírtelo.

Sus ojos se abrieron de golpe y una miríada de emociones se reflejó en su interior. Parpadeó varias veces y movió la cabeza como si le costara creerme.

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