Cuando no queden más estrellas que contar

—Dices que me quieres, pero ?también que te marchas otra vez? ?Es algún tipo de broma cruel?

—No es una broma. Te quiero, te quiero muchísimo, y me marcho porque mi lugar, mi familia y mi casa están en Sorrento. Mi sitio se encuentra allí y también el tuyo, Lucas. —Vi que contenía la respiración—. En esa villa repleta de gente que te quiere de verdad, a la que solo le importa que seas feliz. Donde las ma?anas huelen a mar y café y las noches, a barbacoa y limoncello. Donde la siesta se duerme en una ba?era y las canciones se susurran al oído. Donde... —se me quebró la voz—. Donde no hacen falta alas para volar jodidamente alto.

Me sostuvo la mirada con los ojos acuosos.

De repente, alguien apareció tras él.

—?Qué haces aquí? Tienes que abrir los regalos.

Era Claudia. Se quedo fría al verme, aunque no tardó en recomponerse.

—Ah, hola... Perdona, ?cuál era tu nombre?

Sacudí la cabeza y fingí que ella no estaba allí. Clavé mi mirada suplicante en Lucas, consciente de que el taxista comenzaba a impacientarse. El corazón me latía con fuerza, porque sentía que solo tenía una oportunidad.

—No te quedes, por mucho que creas que debes hacerlo. No te quedes —le rogué.

Claudia resopló tras él.

—Lucas...

Le sonreí como si estuviéramos solos y esa despedida no pudiera ser definitiva.

—Adiós.

Me dirigí al coche sin mirar atrás.

—?Adiós? Pensaba que no te gustaba esa palabra. Es demasiado... ?definitiva?.

Se me disparó el pulso al notar un asomo de diversión en su voz. Sacudí la cabeza y lo miré.

—Y yo que a ti te encantaba desenredar lo complicado, porque se te daba bien.

Lucas sonrió de verdad, y esa curva en sus labios me devolvió la vida.

La atesoré en mi mente, mientras subía al taxi y cerraba la puerta.

Mientras me alejaba y él se quedaba atrás.

Mentiría si dijese que no me dolió marcharme. Que mi corazón no se retorcía bajo las costillas, buscando un hueco por el que escapar para volver a su lado. Que no me mataba por dentro la idea de que aquel fuese nuestro final.

Corría ese riesgo, pero también lo aceptaba.

Dicen que el tiempo pone cada cosa en su lugar.

Ojalá nos colocara juntos.





73




Aterrizamos en Roma a primera hora de la tarde.

Me dirigí a la doble puerta de cristal, con Dante a mi espalda empujando un carrito con el equipaje y mi padre hablando por teléfono. Estaba nerviosa y el corazón me latía frenético. Había so?ado tantas veces con regresar, cuando ni siquiera era una posibilidad real, que me parecía mentira encontrarme allí de nuevo.

Como si el tiempo no hubiera pasado.

Como si nada hubiera ocurrido.

Crucé las puertas y me abrí paso entre la gente que esperaba. De pronto, mis ojos se toparon con un rostro conocido.

—?Chabela?

La mujer volvió la cabeza y me miró. Su frente se arrugó un momento. De golpe, una explosión de alegría transformó su expresión.

—?Maya! ?De verdad eres tú? ?Qué alegría tan grande verte de nuevo!

Corrí hasta ella. Abrió los brazos y yo la rodeé con los míos.

—Yo también me alegro de verla. ?Cómo se encuentra?

—Muy bien, bonita. Como siempre.

—?Ha venido a ver a su hija?

—Sí, pero ya me marcho. Mi avión sale en un par de horas.

Giulio y Dante llegaron hasta nosotras. Contemplaron a Chabela con curiosidad y ella les devolvió la mirada con el mismo esmero.

—Os presento a Chabela, coincidimos en mi primer vuelo hasta aquí y fue muy buena conmigo. Ellos son... son... —No sé por qué vacilé.

—Sus padres —dijo Dante, al tiempo que le ofrecía la mano—. Buonasera, soy Dante.

Sonreí y las mejillas me temblaron de felicidad. Toda la vida deseando un padre y ahora tenía dos, que superaban cualquier expectativa que hubiera podido albergar.

Mi padre le dedicó su mejor sonrisa.

—Giulio, un placer conocerla. —Me miró—. Maya, debemos darnos prisa o perderemos el tren.

—Enseguida voy.

Chabela los siguió con la mirada, hasta que desaparecieron entre la multitud de pasajeros. Parpadeó sorprendida.

—?Padres?

—Sí. Giulio es mi padre biológico y Dante es su marido, así que es mi padrastro, supongo. Viven en Sorrento.

—Parecen tan jóvenes que me preguntaba cuál de los dos sería tu novio. ?Menos mal que no he tenido tiempo de abrir la boca!

Me reí al ver su apuro.

—No pasa nada, tiene razón. Cuesta creer que sea mi padre.

—?él era el motivo de tu viaje? Me alegro de que saliera bien.

La miré pasmada.

—?Cómo lo sabe? Nunca le conté nada.

Ella rompió a reír.

—Era tan evidente que buscabas algo..., aunque no sabía el qué.

Cogí aire y la abracé.

—Tengo que marcharme, Chabela. Espero que volvamos a vernos.

—Ojalá, bonita. Cuídate mucho.

—Usted también.

Me alejé corriendo al ver en los monitores que el tren hacia Nápoles partía en pocos minutos.

Reencontrarme con Chabela hizo que pensara en la primera vez que pisé ese aeropuerto, en la persona que llegó entonces y en lo distinta que era ahora. Parecía que había pasado una eternidad desde ese veintiséis de junio. Por todo lo vivido. Por todo lo ocurrido. Tantos momentos importantes.

En realidad, solo habían transcurrido unos pocos meses. Un pu?ado de semanas en las que yo me había caído, levantado, vuelto a caer y resurgido, lo que me había convertido en una versión de mí misma mucho más libre. Más mía.

Había merecido la pena.




Cuando llegamos a Nápoles, fuimos directamente al parking, donde se encontraba el todoterreno de mis ?padres?. Me encanta decirlo. Llenarme la boca con esas dos palabras.

Dante se sentó al volante, Giulio a su lado y yo ocupé el asiento de atrás.

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