Ella me sostuvo y no aflojó en ningún momento.
—Lo siento mucho, hija. Lo siento. Ojalá puedas perdonarme algún día.
Ese ?hija? me rompió y, al mismo tiempo, me recompuso. Como un bisturí que corta y a la vez cauteriza. Permanecimos abrazadas y en silencio durante mucho tiempo. Después, tomó mi mano entre la suya y, sencillamente, paseamos.
Y conversamos. Y continuamos deambulando. Y hablamos aún más.
Aquel día me di cuenta de algo: estamos acostumbrados a ver solo un lado de las cosas y nos comportamos como si esa peque?a parte de lo que sabemos y percibimos fuese un todo absoluto. Mi verdad, mi razón. Así de sencillo. Sin embargo, no es tan simple. Olvidamos que cada persona ve su lado particular de las cosas, su peque?o fragmento que también confunde con el todo. Su verdad, su razón.
Mi madre tenía su realidad. Una que a mí me costaba entender, pero que no la hacía menos cierta que la mía, solo distinta. Yo sufrí por su culpa y ella sufrió por la de otros. Cometió errores, al igual que yo. Equivocaciones que causaron da?os irreparables a otras personas, y también a nosotras mismas.
?Cómo se perdona? Depende. No hay una fórmula concreta. Hay quien nunca lo hará, quien tarda una vida y quien solo necesita un instante. Lo importante es perdonar de verdad, sin condiciones ni expectativas, sin pretensiones. Perdonar solo por ti, porque tú lo necesitas para continuar. El perdón no es un favor que se concede, es un privilegio que te permites. Una libertad que no anulará el sufrimiento, ese se quedará en tu interior y siempre formará parte de ti porque no se puede borrar el pasado. Pero que cerrará las heridas y las transformará en cicatrices.
Yo empecé a perdonar a mi madre en esa playa, en el preciso momento en que me di cuenta de algo importante. Ella no sabía cómo ser mi madre, y yo tampoco sabía cómo ser su hija. Nunca había sido la hija de nadie. No obstante, pensé que podríamos aprender a ser algo distinto. Algo nuevo. Aunque igual de importante.
69
Mi madre me pidió que me quedara en su casa. Al menos, hasta que me aclarara y resolviera qué hacer con mi vida. Acepté, no tenía otro lugar al que ir. Aunque mi decisión se debía más al deseo de conocerla a ella, de saber cómo era. De averiguar si nos parecíamos o éramos completamente distintas. Si nos gustaban las mismas cosas.
Ya no me daba tanto miedo improvisar. Ni dejarme llevar. No necesitaba controlar hasta el último detalle. Ni saber dónde me encontraría dentro de una semana, un mes o un a?o para sentirme segura.
Estaba convencida de que podría salir adelante si me lo proponía.
Ya no me daba miedo estar sola si esa soledad me convertía en due?a de mi propia vida. Si me hacía quererme a mí misma y ser yo de verdad. Tenemos la absurda creencia de que es la unión con otra persona la que nos completa, pero nadie está en este mundo para colmarnos y hacernos felices. Es una responsabilidad demasiado grande con la que no deberíamos cargar.
Yo me había aferrado a Lucas como si mi mundo fuese a resquebrajarse si no lo tenía conmigo, esperando a que sus pasos se acompasaran a los míos; y en esa espera casi desaparezco.
El amor no lo justifica todo y querer no siempre es suficiente. No basta para que dos personas puedan estar juntas. A veces, amar de verdad es dejar ir a la otra persona antes de hacerle más da?o. Amar es poner distancia y elegirte a ti mismo por encima de todo lo demás.
Aunque duela.
Aunque te parezca imposible soportar su ausencia.
Yo apenas podía pensar en Lucas sin derrumbarme. Una semana después de haberlo abandonado en aquella estación, continuaba doliendo como una herida en la que se echa alcohol. Lo hacía un poco más cada día y no paraba de preguntarme cuándo dejaría de escocer. Cuándo dejaría de quererlo.
La respuesta siempre era la misma...
Cuando no queden más estrellas que contar.
70
Guille alzó la mano con otra concha que acababa de encontrar y yo le sonreí. Llevábamos un buen rato en la playa, jugando con la arena y chapoteando en la orilla. Me gustaba cuidar de él y, de paso, ayudaba a sus padres. Tanto mi madre como Alexis trabajaban desde casa.
Unos a?os atrás, Daria había comenzado a fabricar collares y pulseras con abalorios como un hobby, y ahora tenía un peque?o negocio online con el que podía pagar las facturas. Me sorprendió descubrirlo, porque nunca la habría imaginado dedicándose a algo así. Alexis trabajaba como traductor freelance y colaboraba con distintas editoriales. Les iba bien y parecían encantados con la vida tranquila y sencilla que llevaban.
Observé el mar mientras sujetaba el teléfono con fuerza, pegado a mi oreja. Al otro lado, Matías me hacía una lista detallada con todos los pros y los contras que tendría vivir con Rubén.
—Creo que se te está yendo la olla —me reí.
—Solo intento meditarlo muy bien. Es un paso muy serio y no quiero precipitarme.
—Puedes hacer veinte listas y mil simulaciones, pero el único modo de saber si funcionará es intentándolo.
Lo oí resoplar.
—Tienes razón.
—Sé que la tengo. —Inspiré hondo y le eché un vistazo a Guille—. Mira, solo tienes que ser sincero contigo mismo. ?Quieres vivir con Rubén? Si la respuesta es sí, lánzate de cabeza. Pero si tienes dudas, no des el paso. Rubén es un buen tío y lo entenderá.
—?Y si piensa que tengo dudas porque no lo quiero?
—Pero si lo adoras.
Di unos cuantos pasos hasta la orilla y me estremecí cuando el agua me lamió los pies.
—?Y tú cómo estás?
—Bien —respondí. La brisa me agitó el pelo y lo aparté de mi cara con la mano libre—. Los primeros días me encontraba fuera de lugar, pero ahora me siento como si llevara aquí media vida.
—Entonces, ?las cosas con tu madre se están arreglando?
—Más o menos. Digamos que... hemos empezado de cero. Intentamos ser amigas.
—?Y a ti te basta con eso?
—Sí.