Cuando no queden más estrellas que contar

—Tranquilo, no me incomoda —susurré temblorosa. Miré a mi padre—. Es complicado...

Mientras el tren se aproximaba a Madrid, yo les fui relatando las semanas que había vivido con Lucas allí. Al principio me costó ordenar mis pensamientos y transformarlos en frases. Era doloroso recordar. Solo habían pasado tres semanas y mis sentimientos por él no habían disminuido ni un ápice, al contrario.

Ambos me escucharon en silencio, aunque sus expresiones decían mucho más que las palabras. Se me quebró la voz al llegar a la parte en la que Lucas me encontró en la estación, y la mano de Dante voló hasta la mía. La apretó con fuerza y ese gesto me reconfortó más que cualquier otro.

—Y no he vuelto a saber nada más de él.

—Maya... —susurró Giulio.

—Estoy bien.

—No lo estás. Nada de todo esto lo está, y no puedes dejar que quede así.

—?Qué quieres decir?

—A veces necesitamos que alguien nos dé un empujón que nos ayude a movernos, y Lucas, más que un empujón, necesita que lo sacudan para espabilar.

—?Piensas que yo no hice nada de eso?

—?Lo hiciste?

Empecé a ponerme nerviosa. No me gustaba el giro que había tomado la conversación. Ni las dudas que se abrían paso en mi mente. ?De verdad yo había hecho todo lo posible para cambiar la situación o me había limitado a esperar a que Lucas reaccionara por sí mismo?

—No sé adónde quieres llegar.

—Estoy contigo hoy porque tu madre me localizó y me obligó a hablar con ella. Me hizo pensar y enfrentarme a la realidad. Después, Dante me dio el empujón que me faltaba para venir a buscarte. Yo no lo habría hecho solo, Maya. Y es muy posible que Lucas no pueda huir de esa situación una segunda vez. No sin la motivación necesaria.

Resoplé frustrada. Estaba hecha un lío.

Dante volvió a apretarme la mano. Lo miré a los ojos.

—?Tú piensas lo mismo?

—Creo que Giulio acierta. Conozco a Lucas, he sido su jefe y amigo durante dos a?os. —Arrugó la nariz con un mohín—. No es tan listo como crees.

Me hizo sonreír.

El tren se detuvo en la estación de Atocha. Recogimos nuestro equipaje y nos dirigimos a la salida principal. Mi padre había aprovechado la parada en Murcia para reservar dos habitaciones en un hotel cercano. Nos registramos en recepción y, tras dejar las maletas, salimos a dar un paseo. Dante quería conocer Madrid.

Llamé a Matías y le pedí que se reuniera con nosotros. Deseaba que conociera a mi padre, y también quería verlo de nuevo antes de marcharme. Despedirme de él.

No tardó en aparecer con Rubén.

Intenté ser una buena compa?ía, participar en las conversaciones y disfrutar de ese tiempo juntos. No lo logré, mi concentración apenas duraba unos segundos. La sombra de Lucas me sobrevolaba desde que habíamos bajado del tren y me distraía con dudas y pensamientos que oscurecían mi ánimo.

A última hora de la tarde, nos despedimos de mis amigos e iniciamos la vuelta al hotel. Caminamos sin prisa, deteniéndonos en algunos escaparates y haciéndonos fotos en cada rincón que despertaba un recuerdo en mi padre.

—?Maya? ?Maya!

Me había ensimismado, otra vez.

—?Sí?

—?Estás bien?

Forcé una sonrisa.

—Sí —contesté. Continuamos caminando, pero algo dentro de mí se retorcía y apenas me dejaba respirar. Me detuve—. Lo cierto es que no. No estoy bien.

Giulio arrugó la frente y acortó la distancia entre nosotros.

—?Qué te ocurre?

—?Y si tenéis razón? ?Y si me he limitado a esperar a que él diera un paso que no es capaz de dar solo?

—Ti riferisci a Lucas? —me preguntó Dante.

Asentí con un gesto.

—Aún estás a tiempo de arreglarlo —convino mi padre.

Tragué saliva y le sostuve la mirada. Una mirada que tranquilizaba mis nervios y calmaba mis miedos. Que me daba la mano y me apoyaba, en la que podía confiar. Una mirada que me llenaba de determinación y seguridad.

Tenía que solucionarlo. Tenía que intentarlo al menos.

—Es verdad, no puedo dejar las cosas así. No puedo irme sin ser completamente sincera con él.

Giulio dio un paso hacia mí con una tierna sonrisa en su rostro. Me abrazó, era algo que no había dejado de hacer durante todo el día, y que a mí me encantaba. Había tantos abrazos que debíamos recuperar...

—?Vas a darle un empujón?—me susurró al oído.

—Voy a sacudirlo.

Rompió reír con ganas.

—Pues dale fuerte, y dile que lo echamos de menos.





72




Respiré hondo, me pasé el cabello por detrás de la oreja y llamé al timbre, otra vez.

Nada. Ni un solo ruido.

De repente, la puerta del piso de enfrente se abrió y apareció un chico con una bolsa de basura en la mano. Lo conocía. Habíamos coincidido muchas veces en el portal y el pasillo.

—Hola —lo saludé.

—Hola.

Pasó por mi lado y se dirigió al ascensor. Yo volví a llamar al timbre.

—Lucas no está en casa y no volverá hasta ma?ana.

Me volví hacia él y mi pulso se aceleró.

—?Cómo lo sabes? —pregunté.

—Me pidió que le recogiera unos paquetes.

—Ya... —Me mordisqueé el labio, nerviosa—. ?Y te dijo adónde iba?

—A casa de sus padres, tienen no sé qué celebración.

La decepción se pintó en mi cara. Forcé una sonrisa y me aparté de la puerta.

—Gracias.

—De nada. ?Bajas?

—Sí.

Nos despedimos al salir a la calle y yo inicié el camino de vuelta al hotel. Me sentía como si mi vida fuese una caja llena de trastos que, cada vez que lograba ordenar, alguien sacudía con violencia, poniéndolo todo otra vez patas arriba.

Y estaba cansada de ese desorden. De dar vueltas. De los recovecos y los atajos que solo sirven para perder el tiempo y no enfrentarnos a lo que de verdad nos da miedo.

Nos aterra que nos rompan el corazón.

Así que preferimos infligirnos nosotros mismos esas heridas, huyendo de lo que realmente queremos. Resignándonos por propia convicción. Infundada y caprichosa.

?Qué idiotas podemos llegar a ser!

También estaba cansada de ser idiota, tonta y miedosa.

Así que me subí al primer taxi que encontré libre.


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