Cuando no queden más estrellas que contar

—No podía quedarme allí después de eso —susurré.

Incliné la cabeza hacia delante y me presioné los ojos con los pu?os hasta ver estrellitas. No iba a llorar. Otra vez no.

—Siento que salieran así las cosas.

—Lo hice todo mal desde el principio. Soy un desastre. No importa cuánto me esfuerce, siempre escojo el camino equivocado.

—En eso te pareces a mí.

—Pues vaya mierda —gemí.

Respiré hondo, intentando disipar la desilusión que me abrazaba.

Mi madre se reclinó en la silla con un suspiro entrecortado.

—?Qué quieres de mí, Maya? —preguntó de repente.

Yo parpadeé varias veces y la miré, sorprendida por la pregunta. Me detuve a pensarlo. Había ido hasta allí para quitarme de encima el peso que ella suponía, para desprenderme del lastre que no me dejaba avanzar. El problema era que no tenía claro cómo hacerlo. Qué necesitaba realmente para cerrar esa historia.

?Buscaba reconciliarme con ella? ?Había ido hasta allí para renunciar definitivamente a lo que el ADN marcaba que éramos? ?Alguna de esas opciones compensaría una vida entera de abandono? No estaba segura de nada, solo del cansancio que me consumía después de toda una existencia dando vueltas a ese círculo infinito que era mi madre, buscando una salida con desesperación. Una puerta que me ayudara a escapar de todas esas emociones que me carcomían desde siempre.

La estudié con atención, preguntándome qué sabía de ella realmente.

?Nada?, la respuesta apareció como un fogonazo. No sabía nada sobre la persona que me había llevado en el vientre nueve meses y que había decidido el rumbo de mi vida según sus intereses.

Una vez leí que la verdad nos desliga de cualquier atadura.

Quizá solo necesitaba saber.

—Quiero que me cuentes la verdad. Toda la verdad.





68




Mi madre me propuso dar un paseo por la playa. Yo accedí. Las paredes de la casa parecían encoger sobre mí y robarme el aire.

El sol brillaba, aunque el aire frío y húmedo que soplaba desde el mar no dejaba sentir su calor. Me subí el cuello de la cazadora y crucé la carretera. Mi madre caminaba a mi lado, con las manos en los bolsillos de sus pantalones y la mirada perdida en el horizonte.

La miré de reojo. Su expresión era triste y, al mismo tiempo, prudente.

Ninguna de las dos dijo nada durante un buen rato.

El mar estaba en calma y dibujaba peque?os trazos de espuma, que llegaban a la orilla de forma perezosa. Tragué con dificultad, presa de los nervios, y aguardé a que dijera algo mientras veía cómo explotaban las burbujas sobre la arena.

Ella soltó un suspiro pesado.

Entonces, comenzó a hablar:

—Cuando vi a Giulio por primera vez, pensé que era el chico más guapo del mundo. Me encapriché de él al instante, de una forma tan intensa que no podía respirar cuando me miraba. Entre clase y clase, nos fuimos conociendo. Era divertido, simpático y muy cari?oso. Lo tenía todo. —Una sonrisa muy leve se insinuó en sus labios—. Al acabar el primer curso de verano, se organizó una cena de despedida. Giulio y yo nos sentamos juntos, empezamos a hablar y no paramos durante horas. No sé cómo acabamos colándonos en la habitación de su residencia y... Bueno, ya sabes.

—Os acostasteis —dije para asegurarme, al ver que a ella le costaba expresarlo.

—Sí, nos acostamos. Después de esa noche, salimos juntos varias veces y yo me ilusioné con él. Se quedó más tiempo para hacer otro curso y me enamoré, tanto que incluso le confesé que lo amaba. —Hizo una pausa y se humedeció los labios mientras se apartaba el pelo de la cara—. Entonces, las cosas se pusieron raras por su parte. Me evitaba y pasaba más tiempo con otro chico, un alumno. Yo no entendía nada, así que lo enfrenté, discutimos y acabó confesándome que creía que le gustaban los hombres. Al principio me enfadé. Me cabreé muchísimo, pero ?cómo iba a culparlo por ser humano? Se marchó tras las audiciones y no volvimos a vernos nunca más.

—?No tratasteis de mantener el contacto?

—él lo intentó, pero yo nunca respondí. Seguía enamorada como una idiota y pensé que era lo mejor para olvidarlo.

—?Y qué pasó después?

—Ya estaba de once semanas cuando descubrí que me había quedado embarazada. Siempre tuve problemas con el periodo, era muy irregular, y ese tipo de retrasos no me preocupaban. Mi madre se volvió loca cuando se enteró. Empezó a mover cielo y tierra para que abortara, y casi me echó de casa cuando le dije que iba a seguir adelante.

Algo afilado se abrió camino a través de mi pecho.

—?Quiso que abortaras?

—Sí.

—?Por qué continuaste con el embarazo?

—Porque...

Apretó los párpados con fuerza y su respiración se aceleró. La vi dudar. Debatirse.

Yo no tenía ni idea de cómo me sentía, pero sabía que a esas alturas encajaría cualquier cosa que pudiera salir de su boca.

—Dime la verdad, por favor.

—Para dejar de bailar. No lo soportaba más. La presión a la que ella me sometía, sus exigencias, sus expectativas... Era imposible alcanzarlas. Tú fuiste mi salida.

Me dolió. Me dolió mucho.

Carraspeé para aflojar la presión que sentía en la garganta.

—Pero yo te recuerdo bailando, ensayando con ella en la academia.

—En cuanto me recuperé del parto, me obligó a volver. Era eso o marcharme de casa contigo y... —Se pasó las manos por las mejillas y limpió las lágrimas que las surcaban—. Solo tenía dieciocho a?os, no sabía cómo cuidar de nosotras.

—?No se te pasó por la cabeza contactar con Giulio y pedirle ayuda?

—No.

—?Por qué?

—Porque era una cría asustada que había mentido sobre él desde el principio. Tomé decisiones equivocadas de las que no pude arrepentirme y todo me sobrepasó. Así que agaché la cabeza de nuevo e hice todo lo que mi madre me pedía. Regresé al ballet, a sus clases, a las audiciones, y me limité a superar cada día lo mejor que podía.

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