Cuando no queden más estrellas que contar

—?Qué te apetece tomar? —me preguntó.

—?Qué hay?

Lucas me se?aló la pared y vi un cartel enorme con la carta de bebidas. La oferta era increíble. La leí con atención, hasta que llegué al apartado ?Sexy Drinks?. Me ruboricé como una quincea?era. Golden dream, Sex on the beach, Against the wall with a kiss, Orgasm, White lady, Sixty nine... Rompí a reír. Fue un ataque de risa estúpido y sin ningún sentido, pero no podía parar. Llevaba días nerviosa y, en ese preciso momento, exploté. Y fue liberador. La presión de mi pecho se aflojó y dejó mi cuerpo a través de las lágrimas que no lograba detener.

Poco a poco, recuperé la compostura y conseguí serenarme. Aunque, de vez en cuando, aún se me escapaba alguna risita, como peque?as réplicas tras un terremoto. Lucas me miraba y parecía bastante divertido con mi reacción.

—Perdona —logré decir.

—?Joder, me ha encantado!

—?Verme histérica?

—Tienes que soltarte más, en serio, hazlo.

Una camarera se acercó a nuestra mesa.

—Hola, Lucas.

—Hola, Stella, ?qué tal estás?

—Bien, como siempre. Hacía tiempo que no venías.

Noté que ella lo observaba con los ojos muy abiertos y un ligero rubor en las mejillas.

—He estado liado. Mucho trabajo en el restaurante.

—Ya, el verano es así. —Tragó saliva al ver que él no decía nada más—. ?Sabéis ya qué vais a pedir?

Lucas me miró y yo negué con un gesto.

—Elige tú.

—Vale, ponnos dos Big, Big Tits, pero cortos de tequila.

No pude controlarme. Se me escapó otra carcajada, más histérica que la anterior, y Lucas rompió a reír conmigo. Parecíamos dos locos en plena crisis lunática. Cuando por fin nos calmamos, permanecimos observándonos, con una sonrisa en los labios y el cuerpo flojo. Me coloqué un mechón de pelo tras la oreja y sus ojos se oscurecieron mientras seguían mi gesto.

Me quedé atrapada en su mirada, directa y traviesa.

—?Qué? —inquirí.

—Nada.

Sus pupilas cayeron hasta mis labios y ascendieron de nuevo, mucho más dilatadas. Como agujeros negros en medio de dos océanos muy azules. Y en ese preciso momento, pasó algo. Un instante en el que el mundo quedó suspendido. Un clic. Que no solo nos hizo mirarnos, sino vernos. Vernos de verdad y contener el aliento.

La atracción es un misterio, ?verdad? Todos los días te cruzas con personas. Gente que pasa por tu lado. Miradas que se enredan durante un segundo. Palabras que se dicen en distintas situaciones, y no pasa nada. No sientes nada.

Y de repente ocurre. Imprevisible. Instintivo. Una sacudida inesperada. Una mirada distinta, en la que se dilatan las pupilas. Un cosquilleo en el estómago. El aire desaparece. La boca se seca. El corazón late con más fuerza. Una contracción en el vientre, que casi duele. Eso es atracción, que no debe confundirse con amor. El amor germina y crece. La atracción te explota en la cara y te sacude.

Yo noté temblar mis cimientos.

Nunca había sentido algo parecido con esa intensidad.

La camarera trajo las bebidas. Tomé el vaso y me llevé la pajita a los labios. Sorbí. Empecé a toser. Me ardía la garganta y se me saltaron las lágrimas. No estaba acostumbrada a beber, y mucho menos algo tan fuerte.

—?Te encuentras bien?

Asentí y gui?é los ojos con un escalofrío.

él le echó un vistazo al cartel de las bebidas y sonrió para sí mismo.

—No soy ninguna mojigata que se avergüenza cuando piensa en el sexo...

Alzó una ceja.

—?Estás pensando en sexo?

—?Tú no? —Se?alé el cartel y me mordí el labio—. Parece un catálogo de películas porno.

—Yo pienso en eso casi todo el tiempo —me susurró con picardía.

Me llevé la pajita a la boca.

él observó mi cara en silencio, con descaro, durante lo que me pareció una eternidad. Entonces, su mirada bajó hasta mi boca. Y yo... Yo necesitaba pensar en otra cosa.

—No le has contado nada a nadie sobre mí. Ni siquiera a Catalina, ?por qué?

Se encogió de hombros, como si le quitara importancia.

—Podrías haberme mentido y decir cualquier cosa que te hiciera quedar bien para conseguir la habitación, pero fuiste sincera de un modo que ni yo mismo esperaba. —Bajó la mirada a su vaso y recorrió el borde con la punta del dedo—. Lo que me contaste es demasiado personal, y yo voy a respetarlo.

—Gracias.

—Te he buscado en internet —me confesó, y sus mejillas enrojecieron un poco—. No es que haya encontrado mucho, pero lo suficiente para hacerme una idea.

—?Y?

—Eres buena. En lo que haces, quiero decir. ?Como bailarina eres la hostia! Y supongo que en todo lo demás, tienes pinta de ser bastante metódica.

—Si con metódica te refieres a ser insufriblemente perfeccionista, sí, tienes razón. Creo que esa es otra de las cosas de las que quiero alejarme.

—Yo te veo bastante soportable.

Hundí un dedo en mi bebida y lo salpiqué, lo que le arrancó una risita.

—Tampoco soy buena, ya no —suspiré.

—No digas tonterías. El talento no se gana ni se pierde, se nace con él. Es tuyo aunque ya no puedas demostrarlo como antes.

—Y no puedo, esa es la verdad. Aunque... —Inspiré hondo— cuesta aceptarlo.

—?Tanto te gustaba tu trabajo?

—No era solo un trabajo, Lucas, era una forma de vida. ?Iba a formar parte del American Ballet y vivir en Nueva York! Superé una audición a la que se presentaron cuarenta bailarinas de todo el mundo para una sola plaza y me seleccionaron. ?A mí!

él sonrió y cambió de postura, un poco más cerca.

—Suena alucinante.

—He dedicado cada minuto de mi existencia a conseguir algo así. No te haces una idea del esfuerzo y el sacrificio que cuesta destacar en ese mundo —confesé mientras agitaba el hielo de mi vaso con la pajita.

—Siento mucho que no saliera bien.

—Y yo.

Alargó la mano y me rozó la rodilla. Me quedé sin aire. La punta de su dedo trazó la cicatriz que yo era incapaz de tocar. Lo hizo despacio, con suavidad, hasta dibujarla por completo. Su mano envolvió mi pantorrilla y se quedó allí.

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