Cuando no queden más estrellas que contar

Asintió y llenó sus pulmones con una profunda inspiración.

—Además, tras ese infarto, desarrolló problemas cardíacos y los médicos insistían en que debía estar tranquilo. Mi madre me lo recordaba todo el tiempo...

Se me hizo un nudo en el estómago al imaginarme a un Lucas de doce a?os sintiéndose culpable por la enfermedad de su padre. Era muy injusto.

—Y te convertiste en el hijo perfecto.

—Eso hice. Estudié en los colegios que él eligió. Me matriculé en la carrera que él quiso y pasé los veranos en La Rioja aprendiendo el funcionamiento de la bodega. Cuando me licencié, empecé a trabajar en el negocio y continué haciendo todo lo que me pedía. Hasta que ya no pude más.

—?Qué pasó?

Lucas negó con la cabeza y guardó silencio.

Yo no insistí. él casi no me conocía. Una semana antes, ni siquiera sabía que yo existía, y una parte de mí también sabía que el alcohol había ayudado a que me contara algo tan personal que, en otras circunstancias, habría sido más reservado a la hora de revelar.

Y cuando ya no lo esperaba, respondió:

—Me mintieron en algo muy importante y eso me hizo abrir los ojos. Me quedó claro que yo les importaba una mierda y que solo les interesaba la puta fantasía en la que vivían. Así que me largué de un día para otro y sin decir nada a nadie.

El rencor impregnaba sus palabras y yo no pude hacer otra cosa salvo apretar sus dedos para intentar reconfortarlo.

—?Y no vas a regresar?

—No pienso volver —dijo tajante—. Mi familia me manejaba como si fuese una marioneta y yo se lo permitía. Me anulaban de un modo que aún hoy no comprendo. Necesito estar lejos de ellos para tener una vida, ?entiendes? No puedo caer en esa inercia otra vez. Además, me gusta este pueblo. Me encanta estar aquí. Ir a mi aire.

Sonrió de nuevo, de verdad, con esa facilidad que solo él tenía. Balanceó nuestras manos unidas y yo intenté no pensar en lo mucho que me gustaba pasear de ese modo con él.

—Y puedes ser tú mismo —comenté.

Me miró y puso los ojos en blanco. La brisa le sacudía el cabello.

—?Por qué todo el mundo se empe?a en decir eso? Sé tú mismo. ?Y si no quiero? No sé, es que a veces prefiero ser cualquiera menos yo. Además, ?qué significa ser uno mismo? Porque creo que mucha gente se escuda en esas palabras para justificar que en realidad hace lo que le sale de los cojones todo el tiempo.

Me reí, no pude evitarlo. Parecía tan indignado en ese momento.

—?Y quién te gustaría ser cuando no te apetece ser tú mismo?

—No sé, depende. ?Actor famoso, estrella del porno, un gato...?

Se me escapó una carcajada tan fuerte que gru?í como un cerdito.

—?Un gato, en serio?

—Es el mejor animal del mundo. ?Y a ti quién te gustaría ser?

—?Cómo puedes hacerme esa pregunta? Eres la única persona en este momento que conoce la crisis existencial que atravieso.

Me miró de reojo y una sonrisa traviesa curvó sus labios.

—?La única? —preguntó en tono pícaro. Asentí—. ?Tu confidente más íntimo? —Hice un gesto de ?Puede que sí?. Y él a?adió—: ?Vas a contarme todas tus fantasías íntimas e inconfesables?

Le ense?é el dedo corazón y él rompió a reír como un ni?o descarado. Me agarró por la cintura y me levantó en peso. Grité con una oleada de emoción arremolinándose en mi tripa, ascendiendo por mi pecho y estrujándome el corazón.

Me dejé envolver por sus brazos. Por el murmullo del mar. El aroma a verano.

Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí yo misma.

Solo yo.

Y no quise ser nadie más.





26




El sol de la ma?ana se coló a través de las láminas de madera de las contraventanas. Delgadas líneas doradas que iluminaron la habitación con un patrón de luces y sombras. Abrí los ojos y parpadeé varias veces hasta que logré enfocar la vista. Me sentía como si hubiera dormido veinticuatro horas seguidas. Y, en cierto modo, así había sido.

El día anterior, Lucas y yo habíamos regresado a casa después de que amaneciera. Completamente agotados, cada uno se encerró en su cuarto y dormimos hasta muy entrada la tarde. Preparamos algo de cenar y nos acomodamos en el sofá.

A ratos, adormilados. A ratos, viendo la tele.

Apenas hablamos de nada. Solo estuvimos. Envueltos en un silencio cómodo, sin la necesidad de llenarlo con palabras.

A veces lo pillaba estudiándome. O él me descubría a mí. Y nos quedábamos atrapados en ese instante, sin ir a más. Con el deseo de que sucediera. Con el miedo a que ocurriera.

Contenidos.

Y la pregunta no era por qué, sino hasta cuándo.

Me levanté y arrastré mi cuerpo a la ducha. Con el agua caliente resbalando por mi cara, volví a jurarme que nunca más bebería de ese modo. Aún notaba el estómago del revés.

Me quité la humedad del pelo con una toalla y lo desenredé sin prisa. Me lo dejé suelto y me miré en el espejo. Era el reflejo de siempre, pero había algo que nunca antes había visto en mí. Un brillo nuevo en mis ojos, color en las mejillas. Un latir nuevo, más rápido y ligero. Más vivo.

Alguien llamó a la puerta.

Abrí y encontré a Giulio al otro lado con una enorme sonrisa.

—Hola.

—Ho-hola —respondí.

Con él me quedaba sin palabras, no podía evitarlo. Tampoco podía dejar de mirarlo como si todas las respuestas a mis preguntas estuviesen escondidas en su rostro. No fue hasta que parpadeé cuando vi la bicicleta de paseo que había tras él, apoyada en la pared. Era de color crema y tenía una cestita, de la que colgaba un casco rosa.

él la se?aló con un gesto.

—Era de mi hermana y hemos pensado que podrías usarla mientras estés aquí.

—?De verdad?

—Ella no la utiliza.

—Es muy bonita, gracias.

—No es lo mismo que un coche —apuntó él mientras se encogía de hombros—, pero podrás moverte a tu antojo, ir al pueblo o donde te apetezca.

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